Desde hace bastante tiempo, en principio por pura curiosidad, he estado muy pendiente de las publicaciones de dos páginas de facebook llamadas A lo bien? y Accidentes y reportes de tráfico "Bogotá". En dichas páginas, a parte de publicaciones de humor “a la colombiana” en la primera, y de reportes del estado del tráfico capitalino y de accidentes vehiculares en la segunda, aparecen muy frecuentemente videos que no tienen que ver con el primer objetivo de las páginas mencionadas. De hecho, durante los últimos meses, he visto cómo se han incrementado las publicaciones de videos en los que ladrones, sicarios y supuestos violadores son salvajemente agredidos por los transeúntes, quienes golpean a dichas personas reivindicando su derecho a la legítima defensa y esgrimiendo, supuestamente, la espada de la justicia sobre quienes no serían satisfactoriamente juzgados por las instituciones estatales.
A parte de la vertiginosa y descontrolada violencia de algunos videos, lo que más me ha impresionado es la celebración de los linchamientos –ni siquiera hablo de aceptación, hablo de celebración de actos violentísimos– por parte de la mayoría de los fans o suscriptores que hacen parte de A lo bien? y Accidentes y Reportes de tráfico “Bogotá”. A lo largo de breves pesquisas que he hecho en la sección de comentarios de algunos vídeos, he notado que muchos de quienes comentan creen fervientemente en la justicia por mano propia. Consideran que las instituciones no están preparadas para castigar oportunamente algunos delitos y defienden a capa y espada algunas tesis trasnochadas de higienismo social, represión y castigo ejemplar. Y es que estas personas (tanto las que agreden a los ladrones en los videos como los que celebran las agresiones mediante un comentario), como lo argumentaría un paramilitar de hace unos años, demuestran que, según ellas, la única manera de acabar con el delito es castigando con un alto grado de violencia a quienes roban o matan. Muestra de esto son comentarios en los que se suben fotos de cartuchos de bala con la consigna “nuevo implante cerebral para delincuentes. Delincuentes a los que se les ha implantado este chip nunca más han vuelto a delinquir, comparte esta noticia”, comentarios como ¿“la gente que dice ‘no le peguen’ cuenta como cómplice?” y anotaciones como “es tan hermoso :’D” (refiriéndose al horrible linchamiento de un ladrón en Transmilenio).
Ahora bien, visto que gran parte de los suscriptores de estas páginas son fieles seguidores del “ojo por ojo, diente por diente”, es menester preguntarse por las causas de esta sed de sangre y tratar de dilucidar las consecuencias de aceptar y celebrar la retaliación violenta como castigo.
En primer lugar, es evidente que, usando el lenguaje popular, la “ausencia de Estado” es, tal vez, la principal causa del boom de la justicia por mano propia. De hecho, por lo que se dice en las redes sociales, la gente trata de “darle su merecido” al ladrón porque, efectivamente, si éste no es denunciado formalmente, no pasará mucho tiempo detenido y podrá salir de su reclusión para seguir delinquiendo sin contratiempos. Esto indica una clara debilidad de las instituciones encargadas de determinar, procesar y penalizar delitos, que demuestran cada vez más su incapacidad para desarrollar procedimientos accesibles al público a la hora de denunciar infractores de la ley.
En segundo lugar, y ya metiéndonos en las consecuencias de la aceptación y celebración del linchamiento justiciero, podría decir que, en momentos en los que el proceso de paz tambalea y la reconciliación nacional parece más lejana que nunca, la justicia por mano propia que se plantea en A lo bien? y Accidentes y Reportes de Tráfico “Bogotá” es un pésimo mensaje para el país. De hecho, se me hace increíble que en un lugar donde es evidente que la retaliación violenta ha sido el gatillo de un sinnúmero de masacres y ha sido lo que, en últimas, ha avivado el fuego de la guerra que lleva desangrándonos durante décadas, las personas sigan sin darse cuenta de que el principal problema de Colombia es la violencia que impregna las relaciones interpersonales (desde los empujones en TransMilenio hasta el machismo exacerbado, pasando por las formas incendiarias de protesta y las desgarradoras medidas policiales y militares para reprimirlas) y no el robo, los ñeros o “las ratas”. De hecho, creo que pensar en matar a “las ratas” antes de reformarlas y preguntarse porqué roban (las necesidades no satisfechas no son excusa para el ladrón, pero sí evidencian que el robo no se da por maldad pura sino por la conjugación de muchos factores económicos, psicológicos y socioculturales) es una prueba fehaciente del grado de violencia e ignorancia con el que los colombianos manejan, explican y le dan valor a la interacción que tienen con familiares, conocidos y desconocidos.
En conclusión, considero que estos actos de violencia indiscriminada y el placer y el morbo –sí, por eso es porno-violencia– que suscitan en las personas son actos y posturas tremendamente complejos y peligrosos que no le hacen bien a una sociedad cansada de la guerra pero adicta –tal vez porque es lo único que conoce– a hacer de la violencia la mediadora de muchos aspectos de la existencia individual y social. Ojalá en La Habana, donde las dos partes venden humo todos los días, se den cuenta de que el problema colombiano no puede ser reducido a un enfrentamiento armado entre bloques ideológicos o a una guerra por la tierra o por la legitimidad de los gobernantes, sino que debe ser visto como en verdad es: una desafortunada, tortuosa y sanguinaria historia de fraticidio, desigualdad e injusticia en la que cada colombiano –como si el pecado original existiera– ha tomado y está tomando parte.