El ELN ha caído tan bajo que hoy la opinión pública ve a esa guerrilla como una confederación de bandas narcoterroristas. Nada queda de lo que defendiera Camilo Torres Restrepo. La única diferencia con Pablo Escobar consiste en que al procurarse vil dinero, este capo no incluía el secuestro y la extorsión entre sus diabólicas herramientas.
Cuando el ELN planificaba su ataque a la escuela de policía debía saber o al menos intuir, las consecuencias de su acto. En un país donde la mitad de la población se manifestó en contra del texto firmado con las Farc, el resultado no podía ser nada distinto a “volver añicos”, dinamitar literalmente, las negociaciones que habían comenzado en Quito y luego se trasladaron a La Habana.
Más aún, todo parece indicar que el propósito de quienes ordenaron el crimen era causar una carnicería mayor. Esto explicaría el tamaño de la carga utilizada y la circunstancia de que el autor material haya merodeado dentro de la escuela buscando un objetivo más mortífero. En otras palabras, les tocó conformarse con veintidós muertos cuando en realidad buscaban centenares.
El desparpajo y el cinismo exhibido por los perpetradores al aceptar su responsabilidad dan cuenta de una intención adicional. No se trataba solamente de causar daño sino de meterle miedo a la sociedad colombiana, aplicar la guerra psicológica. Una estrategia preferida por el Estado Islámico, cuyo propósito es generar pánico invencible con el propósito de que las naciones se dobleguen sin chistar y pongan el futuro en manos de sus propios esbirros.
El bombazo nos sacó del ensueño de la paz alcanzada y nos hizo aterrizar abruptamente en la realidad. Ahora se ha descubierto que la General Santander solamente contaba con cámaras fijas, las puertas estaban abiertas y nadie se habría tomado el trabajo de perseguir al terrorista tras su ingreso. Las cosas no podían ser diferentes. El “modo paz” hizo que bajarán la guardia el gobierno, la fuerza pública y los ciudadanos. Ahora de manera dolorosa hemos comenzado a entender que la paz es un estado de cosas que requiere el concurso de todos los actores o termina derrumbado, por el suelo.
Tras el rompimiento de las negociaciones con los elenos viene la pregunta obligada sobre las posibilidades reales de derrotar a estos especialistas en producir sufrimiento. ¿Puede una nación como Colombia acorralar a una fuerza irregular que tiene santuario, pertrechos, protección y abrigo en un país vecino como Venezuela? La historia enseña que en las condiciones mencionadas es imposible dar cuenta del contendor o llevarlo a una negociación con perspectivas de éxito. Para ilustrar el punto baste traer a la memoria el conflicto de Vietnam cuando la potencia militar más poderosa del planeta fue derrotada por el Viet Cong, fuerza guerrillera que contaba con el apoyo tras fronterizo de China Popular.
En resumen no habrá paz en Colombia mientras continúe el régimen de Nicolás Maduro y su complicidad con el ELN. Esta realidad explica que la caída del tirano se haya convertido en asunto prioritario para el gobierno de Iván Duque. Sin embargo, han surgido voces como la del senador Cepeda quien el pasado fin de semana criticó ante los medios aquellos esfuerzos.
Para Cepeda pareciera ser más importante la lealtad a una ideología que la conveniencia de sus compatriotas. No ha querido entender que el errático manejo económico de Venezuela; la estatización de su aparato productivo; el cierre de empresas y la violenta contracción de la demanda, privaron a Colombia de uno de sus mejores socios comerciales. Un socio que el año 2008 llegó a demandar mercaderías por valor de $6000 millones de dólares, bienes cuya producción significaba empleos, ingresos y bienestar para cientos de miles de obreros colombianos.
Cepeda no quiere aceptar que la transición democrática de Venezuela
es un desafío prioritario
al cual nuestro gobierno debe dedicar los esfuerzos a su alcance
Cepeda no quiere aceptar que la transición democrática de Venezuela es un desafío prioritario al cual nuestro gobierno debe dedicar los esfuerzos a su alcance ya que en ello se compromete la paz social de la patria. Nuestra cobija no alcanza para suplir las necesidades básicas de los venezolanos que ya llegaron y los millones que faltarían por llegar si allá no se resuelven las cosas. A pesar del espíritu generoso Colombia no puede destinar sus magros recursos a asistir la población de inmigrantes que huye del estrago causado por el modelo que admira Cepeda.
Solo un loco podría desear que nuestro país se meta a guerrear con Venezuela. Sin embargo Colombia podría quedar envuelta en una situación bélica aunque no quiera. Por un lado Maduro y sus compinches se han preparado para un conflicto que juzgan indispensable en el propósito de despejarle camino a la revolución. De esta situación dan cuenta las divisiones de ejércitos importados, así como los armamentos y equipos militares adquiridos. Se trata de recursos que podrían proporcionar a los bolivarianos una temprana victoria bélica frente a nosotros, sus vecinos.
De otra parte, la guerra también podría desgranarse si el presidente Guaidó solicita y logra la intervención de fuerzas internacionales para proteger la vía democrática naciente. En uno u otro caso, lejos del escándalo que se ha armado con los apuntes del Asesor John Bolton, los colombianos terminaríamos agradeciendo a toda nación que ante la eventualidad de un conflicto nos proporcione la ayuda necesaria para defendernos.