Puede que sea un oso albino que habita en los abismos polares, o un simio gigante que asusta monjes en las laderas del Himalaya, o un mono dorado que posa un pie grande en Yosemite y el otro en las estepas siberianas. Puede que sea un neandertal rezagado en predios de Australia, o puede que sólo sea una cabra cebada en las aldeas nepalesas. Puede que responda a los nombres de Migou, Yowie, Kunk, Grinch, Yeti…Puede que sí, puede que no. Pero que existe, existe, es el conocido “abominable hombre de las nieves”.
Cada año, desde hace más de veinte, durante la tercera semana de enero —cuando los trineos entran a mantenimiento y los renos a chequeo ejecutivo—, abandona su refugio en el pico más alto de los Alpes suizos y baja hasta la pequeña y selecta estación de esquí de Davos, para ver, sin ser visto, a los integrantes de la crema y nata global que llegan a protagonizar (30 mil dólares la inscripción) el Foro Económico Mundial (WEF, sigla en inglés), sede natural de la tribu urbana más grande de la que se tenga noticia después de Cristo. Y para tirar de sus hilos, como tiran ellos de los del resto de los mortales.
La edición de 2015, con 2.500 participantes de 140 países —entre ellos cuarenta jefes de Estado y de Gobierno— acaba de terminar y, además de evidenciar que la idea original —ahora en extinción— de un profesor universitario para que los poderosos del mundo se reunieran en Ginebra a debatir los temas que repercuten en el presente y el futuro de la geopolítica, pocos resultados arrojó. En problemáticas realmente sensibles para la calidad de vida de los seres humanos, digo, lo cual era su aliento vital en aquellas primeras versiones de la década de los noventa.
Por una razón muy sencilla: los encuentros académicos han pasado a ocupar segundo plano, muy por debajo de las reuniones de negocios, de la frenética actividad social y del exhibicionismo pornográfico de la opulencia Y eso no es fortuito ni gratuito, desde que la voraz economía de los mercados secuestró a la veleidosa política internacional. Hoy día lo trendy, en materia de gobernanza, es que los gobiernos gobiernen para los dueños del bolsimundo. Ahí está la bolita. La que denuncia Oxfam: el uno por ciento de la población mundial acumulará más riquezas que el otro 99 por ciento en 2016.
“He de decir que me ha decepcionado la escasa atención que se les presta a los debates. Si te das una vuelta por los hoteles de Davos, te das perfecta cuenta de que es allí donde se cuece lo importante y no en las conferencias, donde hay muy poca participación”, le manifestó un conferencista invitado, a la enviada especial de El País (Madrid). Y lo corroboró, desde la otra orilla, un banquero finlandés, al decirle al enviado de El Tiempo: “No he pisado el centro de convenciones. Aquí logro hacer los contactos que me importan y ver gente de los cinco continentes. Arranco en el desayuno, sigo con encuentros toda la jornada y termino con una cena y un coctel”. (Escoger entre cincuenta invitaciones a cenas y cocteles, ¡en una sola noche!, es esfuerzo que solo pueden permitirse ciertas mentes superiores; qué difícil e incomprendido es ser un magnate a todo dar).
He ahí un Yeti de los pies a la cabeza, a quien desde allá, desde las alturas en las que se mueven los de la tribu, el mundo le parece distinto; le cabe en los bolsillos de su chaqueta de marca, confeccionada, fijo, por obreros que laboran en condiciones infrahumanas en países subdesarrollados, que entre la desgracia de ser explotados y la de no serlo prefieren la primera. Con un ingrediente adicional que ahonda el nivel de su desgracia: la indiferencia generalizada.
Según Ricardo Ávila (El Tiempo), los cinco temas que dominaron la reunión fueron: la seguridad en el mundo, las pandemias, la revolución tecnológica, el calentamiento global y, “obviamente”, la economía. Obvio. “Obviamente”, porque los cuatro anteriores les preocupan en la medida en que puedan afectar sus propios intereses. La yihad islámica y el Ébola, desde que llegaron a Occidente; la tecnología porque Ilssont Zuckerberg y por nada se quieren perder la tajada de ese ponqué; y el calentamiento global porque, aunque no les quita el sueño, les sirve de fachada. De la pobreza, ni una palabra. A lo mejor les da vergüenza insistir en su papelón de querer erradicarla.
COPETE DE CREMA: Sabido es que dos de los reconstituyentes preferidos por los abominables hombres de las nieves son la guerra y la pobreza. En el mundo real, porque en el de Davos hablar de ellas es parte de mala educación. Y eso nunca, antes muertos que sencillos.