En la historia de Colombia se conoce como El Bogotazo a una explosión popular desordenada y violenta, surgida el 9 de abril de 1948 por el vil asesinato de su líder Jorge Eliécer Gaitán, que según escribió ese cerebro que tanto tuvo pensando el país, el Dr. Alfonso López Michelsen, al cumplirse cincuenta años de impunidad, dicho crimen no tenía razones políticas sino que había sido cometido por Roa Sierra por un despecho amoroso que tuvo. Talvez se demoró mucho el Dr. López en esa declaración pública, porque ese crimen sigue impune. (La impunidad es una de las fortalezas de los poderosos cuando todo el mundo sabe pero ninguna justicia llega)
El Bogotazo de hoy sucede por las mismas circunstancias, salvo que la muerte que le produjeron a Petro fue con arma jurídica, y no de plomo, y solo alcanzó a ser política, y la reacción popular y ciudadana, fue diferente: una explosión pacífica.
Los hechos suceden a los sesenta y seis años en el tiempo y demuestran en forma clara y contundente cómo es la dominación bicentenaria de las fuerzas políticas en este país. En el caso de Gaitán no hablemos porque eso todavía está en investigación. En el caso del crimen político cometido contra Petro, hay una gran responsabilidad de la clase dirigente porque todos se quedaron callados frente al crimen político contra Petro. Bueno, no se quedaron mudos del todo: al otro día ya le estaban buscando reemplazo.
Lo mandaron a buscar justicia en Washington, a una CIDH omnipotente después de cuatro o cinco años porque en Colombia el respeto a los derechos humanos no tiene una jurisprudencia muy definida ni competencias muy claras. Por eso el Procurador Ordóñez, en forma aviesa, descarada y absurda, actuando en ejercicio de funciones como un Torquemada facultado por la Inquisición, procesa al alcalde de Bogotá de manera preferente y casi sumaria, lo destituye como Alcalde y le encima la muerte política como ciudadano. Tan irrazonable es la sanción disciplinaria, como si le hubiera decretado pena privativa de libertad con cárcel efectiva. Lo hubieran mandado al Patio 5 de La Picota, si Petro no se pone las pilas.
Petro les salió ahí mismo a convocar al pueblo, les quitó el poco pueblo que les quedaba y les creó una ciudadanía consciente que ya cerró filas a su alrededor, tanto por lealtad política como por solidaridad humana, en cuestión de horas. Y en cuestión de 72 horas, calculó alguien 120.000 personas reunidas en la Plaza de Bolívar y sus alrededores, cuando los medios debieron hablar de 20.000 manifestantes. Sin ninguna vacilación, mientras los medios empezaron a soltar nombres para su reemplazo, Petro y el pueblo y la ciudadanía indignada crearon una poderosa llave política que se podría denominar El Bogotazo de Petro y que se podría definir como el encuentro afortunado de una ciudadanía que, actuando con indignación pero en forma ejemplarmente pacífica, por fin despierta en defensa de la Constitución y de la ley contra una gran injusticia y el despojo brutal de los derechos políticos de su Alcalde. Nace un arma poderosa contra los poderosos: la plaza pública llena, indignada y pacífica.
La desmedida e ilegal actuación de Ordóñez, cegado por intereses políticos perversos, fue incapaz de separar al funcionario que puede disciplinar del hombre de izquierda que tanto aborrece y que no puede tocar sin violar sus derechos fundamentales, que suponemos el jurista debe conocer. Pero ha sido feliz ocasión para despertar el fervor popular y una ciudadanía indignada que inician un argumento desconocido para muchos y el más eficaz en tiempos que gobiernan la estupidez y la falta de vergüenza: la plaza pública llena como protesta contra la desigualdad y la injusticia.
Eso es lo que es el Bogotazo de Petro: una reacción popular y ciudadana inmediata como resultado de una acción vandálica de la justicia en Colombia, con una característica nueva y distinta: ejemplarmente pacífica. Es el hecho político más importante de Colombia en el 2013. Tan importante, que lo ignoran los medios de comunicación.