El bogotano que conjuró la mala conciencia de los suecos

El bogotano que conjuró la mala conciencia de los suecos

El escultor Mario Rojas hace que la memoria de los suecos se revuelque con una escultura en la ciudad de Jönköping, Suecia

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agosto 28, 2014
El bogotano que conjuró la mala conciencia de los suecos

En la ciudad de Jönköping, Suecia, que comparada con una ciudad colombiana equivaldría a Manizales, el escultor colombiano Mario Rojas acaba de inaugurar, en la plaza principal, un monumento que conjura la mala conciencia de los suecos por haber llevado a cabo una cruenta persecución contra los gitanos itinerantes.

Jönköping es como su homóloga colombiana, fría, montañosa y camandulera pero atractiva. Descansa sobre el extremo sur de un lago con ganas de ser mar en sus 137 kilómetros de largo por 35 de ancho. Se le conoce como “Las Vegas de las iglesias” o “La Jerusalén sueca”, en clara alusión a que en cada barrio hay una iglesia cristiana, sin contar un par de mezquitas donde los musulmanes tanto chiíes como suníes practican su religión. A nivel internacional esta ciudad es famosa porque aquí fue donde se empezaron a producir los fósforos que se prenden en su propia cajetilla. Pero también por la célebre fábrica Huskvarna, productora de toda una gama de aparatos que van desde artefactos para que las amas de casa puedan moler maíz y carnes hasta fusiles de larga mira para cazadores y guerreristas. ¿Cuál abuela boyacense no ha remendado camisas pedaleando una máquina de coser Husqvarna? De Jönköping era el pintor John Bauer, quien murió ahogado en el inmenso lago. Lo mismo el Secretario General de Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, quien falleció en un accidente aéreo, aún sin esclarecer. La ciudad es la más importante del cantón de Småland, famoso porque en 1850, cuando los fantasmas recorrían a Europa, los suecos lo abandonaron al huir por el mundo de las penurias causadas por la hambruna y el abandono. De esta región son los escritores Per Lagerkvist ―autor de esas inmarcesibles narraciones El Enano y Barrabas― y Astrid Lindgren, en cuyo nombre se entrega cada año un premio universal para autores de obras infantiles, que supera en su monto al del premio Nóbel de literatura.

Pues bien, es en esta parte de Suecia donde la diáspora colombiana se ha hecho sentir de diferentes maneras. Desde tener el conductor de bus más amable del país (un opita que no le pone peros a dejar el timón para ayudar a bajar o a subir a quien lo necesite), hasta contar con el único corresponsal de guerra que Suecia tuvo en Honduras en los días del golpe militar. Era un joven colombiano que escondido en algún sótano catracho cubría directamente para la radio y el periódico de Jönköping los pormenores de aquel golpe de Estado. Como si eso fuera poco, hace cinco lustros, los primeros exiliados colombianos en llegar a esta ciudad le dieron vida a un movimiento político regional llamado Primero de Mayo que en coalición con el Partido de Izquierda alcanzó la insuperable cuota de seis concejales en el ayuntamiento. Eran los días del desplome del muro de Berlín. De igual manera, durante cuatro años consecutivos organizaron por las calles de Jönköping un carnaval igual de alegre y escandaloso al de Barranquilla, con desfile de tambores y enormes figuras de espuma, tan elevadas que había que pasarlas agachadas por varias partes del ruidoso recorrido. Otro campo experimentado por el exilio colombiano fue el de la música. Fundaron la banda musical Mapalé que hoy en día, con músicos de la segunda generación, aún anima fiestas y ofrece conciertos de salsa en zampoñas. Sublimes notas de cumbias, joropos y boleros sonaron en estas tierras vikingas no solo para apaciguar nostalgias sino también para denunciar las masacres y asesinatos selectivos de luchadores populares que se cometían día y noche en Colombia. Una presentación en una iglesia, en memoria de Jaime Pardo Leal, y la apertura con música de un acto programado con políticos suecos y Bernardo Jaramillo fueron dos de las primeras actividades de este grupo de música. Ver video.

En casi todas esas peripecias ha participado el escultor Mario Rojas, un bogotano que llegó huyendo de la tenebrosa época del Estatuto de Seguridad. Eran esos días patrios donde ser familiar o amigo de algún activista de izquierda era tan peligroso que por ese solo hecho se corría el riesgo de ir a parar a las tenebrosas salas de interrogatorio del Cantón Norte en Usaquén. Recordemos el susto que los militares le hicieron pasar a nuestro icono Gabriel García Márquez de quien sospechaban tenía amigos en la guerrilla. En fin, inquieto, como si el tiempo no le fuera a alcanzar, Mario Rojas está en las tres bandas del juego. Es director de la Academia de Arte de la ciudad, promotor cultural y profesor de artes en un par de centros de escuela secundaria. Hace unos meses fue invitado a levantar una escultura en el parque de Las Tunas, en Cuba y después enviado por cuenta de la vecina ciudad de Tranås a Irlanda en representación de los artistas de la región. Cuenta en su hoja de vida una serie de exposiciones y premios que no son del caso mencionar en esta corta nota. Pues bien, muy lejos estaba el escultor de saber que los violentos desmanes cometidos por los suecos contra los gitanos errantes en 1948, le aplicarían la sentencia de que nadie es profeta en su tierra. O tal vez sea mejor darlo a entender de otra manera, que nadie sabe qué problema va a heredar al momento de nacer.

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Los hechos, materia de este escrito, tuvieron origen en el verano de ese año cuando una turba de pobladores de Jönköping arremetió con piedras, garrotes y todo cuanto estuviera al alcance de la mano, contra el asentamiento de gitanos, sin ningún motivo más que el venático de los ímpetus racistas. Durante varios días, y con el silencio cómplice de autoridades eclesiásticas y políticas, la enardecida turba, “liderada por un blanco”, incendió las viviendas y apaleó sin misericordia alguna tanto a mujeres como niños y viejos. Los jóvenes y adultos que pudieron escapar saltando ventanas y cercas se salvaron de una muerte segura. Al grito de “¡Fuera los gitanos!”, los tropeleros suecos se dejaron llevar por el odio como el fuego se deja llevar por el viento. Este acto criminal no era el primero y más aberrante que sufrían los gitanos en tierra nórdica. Hace apenas cuatro meses el gobierno sueco reconoció que desde principios del siglo pasado se esterilizaba a las mujeres gitanas y a las que quedaban embarazadas se les obliga al aborto. Pero no sólo eso sino también registró en los anales de la vergüenza que muchos niños gitanos fueron separados a la fuerza de sus madres y abandonados en instituciones estatales para que fueran convertidos en “gente”.

Por desgracia no es sólo Suecia la que ha mancillado la cultura Romaní, de la que hacen parte los gitanos tanto itinerantes como sedentarios. En Colombia hasta hace sólo cuatro años se les reconoció sus derechos. En España el rey Fernando VI, a pesar de que murió loco por amor, mandó construir la Prisión General de Gitanos, donde encarceló a todos los varones de este grupo étnico para que no tuvieran encuentros carnales con las hembras a las que aisló en casas especiales regentadas por la monarquía. ¿Y qué decir de los miles y miles de romaníes que con sus carnes alimentaron los hornos de Hitler? En fin, al parecer el único lugar donde eran bienvenidos los gitanos era en Macondo, que llegaban con Melquíades a la cabeza, bulliciosos y sin ahorrarle a nadie la sorpresa que causaban los últimos inventos.

Pero ¿qué es lo que hace que a este grupo étnico se le persiga y margine con tanta saña? Si es por los despistes de los gustos, pinta fea no tiene. La mayoría es de piel ligeramente tiznada, de cabello ensortijado y abundante, intrépida y sonriente. En el entorno de un gitano nunca falta una guitarra y un caballo para andar bajo la luz de la luna. No hay espectáculo más bello y sensual que ver a una mujer gitana sentada tocando un violín. Me arriesgo entonces a decir que el acoso que sufren los romaníes es por envidia de sus congéneres. La humanidad, que siempre ha tenido espíritu esclavista, no soporta verlos libres como el viento de agosto. Nadie sabe con certeza de dónde provienen, muchos consideran que llegaron de la India y otros que de Egipto, de donde se deriva la palabra gitano. Hayan salido de donde hayan salido, lo cierto es que no surgieron de una cueva del infierno, como lo pregonan los fascistas que ajenos a las diversas manifestaciones culturales no entienden que los gitanos resuelven el trasegar por la vida con sus códigos ancestrales basados en la libertad y los sueños. Que aman los caminos y han sido los primeros en entender que la Tierra no tiene porqué tener mojones que separen a la gente. Que son errantes por naturaleza y porque la estupidez de la humanidad es grande y no les permite ningún tipo de participación en la sociedad.

Pero volviendo al terreno de donde nos hemos salido. Hace cuatro años los cabildantes del Partido de Izquierda de Jönköping propusieron en el concejo municipal que se pidiera perdón a los gitanos por las atrocidades que se cometieron contra ellos en el verano de 1948, erigiendo un monumento de desagravio. La propuesta fue aprobada por todos los ochenta y dos concejales. Entonces, el Concejo de Jönköping convocó a los artistas de la región para que propusieran una escultura que sería levantada en el parque principal de la ciudad. La propuesta escogida fue la del colombiano Mario Rojas quien ofreció hacer una figura de dos metros de altura que representaría una familia Romaní que camina sobre un símbolo que da a entender: aquí nadie debe tener miedo.

Texto y fotos: Víctor Rojas
http://juegodeescorpiones.blogspot.se

 

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