El Presidente Iván Duque aprovechó la celebración del bicentenario, para hacer un llamado a poner fin a la polarización en el país. Tras honrar con flores a los héroes y mártires de la independencia, tal y como había hecho en China con Mao y los héroes de la revolución comunista de 1949, el primer magistrado pronunció un discurso emotivo en el que hizo un llamado a la unidad “en torno a nuestro hermoso tricolor”.
Nuestro hermoso tricolor, idea de Francisco Miranda recogida por el Libertador Simón Bolívar, terminó siendo, con variantes particulares, la bandera de Colombia, Venezuela y Ecuador una vez se produjo la separación de las tres naciones en 1830. No deja de llamar la atención que Duque se refiera a él invocando la unidad, cuando contrariamente a lo sucedido hace doscientos años, su gobierno se empeña en promover un enfrentamiento directo con Venezuela.
El reciente bloqueo decretado por Donald Trump contra el país hermano, tan aplaudido por el canciller Carlos Holmes Trujillo, quien llamó a los demás países del continente a replicarlo, se sale de todos los marcos de la legalidad internacional. Quieren hacernos creer que nadie puede decir nada al respecto, porque si lo hace está defendiendo la gestión presidencial de Maduro, cuando la verdad es que constituye un grave atentado contra el Estado y el pueblo venezolanos.
Altos funcionarios norteamericanos afirman que llegó la hora de la acción, que harán todo cuanto esté a su alcance para acabar la revolución bolivariana. Y el gobierno de Duque manifiesta su total acuerdo con esta posición. Está claro que los F-16 de USA podrán bombardear, como lo han hecho en tantas partes, posiciones claves del gobierno venezolano. Pero las tropas terrestres no saldrán de allá, sino que provendrán de Colombia, es eso lo que están tejiendo.
La decisión colombiana de ponerse incondicionalmente del lado de Washington,
y asumir el liderazgo de los países que conspiran contra Venezuela,
nos están situando en una situación sumamente peligrosa
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Habrá quienes no quieran verlo. Pero la decisión colombiana de ponerse incondicionalmente del lado de Washington, así como el hecho de asumir el liderazgo visible de los países latinoamericanos que conspiran contra Venezuela, nos están situando en una situación sumamente peligrosa. La posibilidad de una guerra es real. Venezuela suma dos millones de milicianos armados, y aunque muchos lo detesten, Maduro cuenta con un apoyo popular impresionante.
Duque se ufana de conceder la nacionalidad a veinte mil niños nacidos en Colombia de padres venezolanos. Y de invertir más de 6 billones de pesos al año en atención a los migrantes llegados del país hermano. Muchos nos preguntamos de dónde resulta semejante suma de dinero, que no existe cuando se trata de destinar recursos para la implementación de los acuerdos de paz, o para solucionar problemas gravísimos que padece Colombia en diversos campos.
Es imposible adivinar cuál sería el resultado final de una confrontación bélica con Venezuela, que parece ser lo que persigue taimadamente el gobierno colombiano. Lo que sí se puede prever son las consecuencias de ello, un país devastado con miles y miles de muertos. Por antecedentes históricos recientes, como sucedió en Irak, se puede imaginar que compañías transnacionales norteamericanas invertirán y ganarán miles de millones de dólares en la reconstrucción del país.
Son más que evidentes las contradicciones del discurso de Iván Duque. Su partido, presentó proyectos de ley en la recién comenzada legislatura, que van a polarizar el país aún más que durante su primer año de mandato. La ley de víctimas y restitución de tierras será uno de sus objetivos, para impedir la recuperación de las tierras despojadas violentamente a los desplazados. Una ley en defensa de los beneficiarios de crímenes de la lesa humanidad.
Igual el proyecto de doble instancia con retroactividad, que escandaliza porque se trata de Andrés Felipe Arias, cosa en la que quiere entretenernos el uribismo, cuando en realidad apunta a la consecución de la libertad de los parapolíticos uribistas condenados por su complicidad en múltiples masacres. Como si fuera poco, vuelve el partido del Presidente a insistir en la sala especial para militares en la JEP, con el reiterado propósito de impedir que se conozca la verdad.
Nadie se extraña de que el proyecto contra la corrupción hubiera sido burlado con la complicidad del gobierno actual, ni que el proyecto de ley contra la corrupción esté siendo engavetado con disimulo. La ministra de transporte de Duque quería regalarles un billón de pesos a los bancos de Sarmiento Angulo, antes que fallara el tribunal de arbitramiento, y son bien conocidas las denuncias por los movimientos dudosos de la Mininterior en temas de salud.
Esas ministras distan mucho de las heroínas de la independencia que el Presidente elogió en su discurso. Bolívar decretó la pena capital para funcionarios que malversaran o tomaran para sí fondos públicos, cosa distinta a lo que sucede hoy. Definitivamente, en el bicentenario, es mucho lo que nos separa de los próceres. Más polarización y menos unidad, a eso nos empuja Duque.