En enero del 2006 a 10 unidades tácticas adscritas a la IV Brigada del Ejército les dio por crear el más cruel y sangriento de los concursos: saber cuál de ellas presentaba en diciembre la mayor cantidad de muertos. La que obtuvó el premio fue el Batallón Pedro Nel Ospina. Bajo el mando del Coronel Edgar Emilio Ávila Doria obtuvo 86 muertos. Nadie lo superó en todo el país. La cifra sorprendió a todo el mundo. Donde estaba ubicado el batallón, en Bello y en toda la Comuna 13, en plena zona metropolitana de Medellín, no azotaba la guerra con la fuerza que podía tener en otros departamentos como Caquetá, Norte de Santander o Bolívar. Además ellos estaban especializados en temas sociales y no en combates. Por eso esas bajas habían dejado de ser notables para convertirse en escandalosas.
El que más presionaba para que se realizaran estos homicidios era el Coronel Edgar Emilio Ávila Doria. En esa época las frases que sacaba Mario Montoya, entonces comandante del ejército, marcaron las directrices del batallón. Según Verdad Abierta el miércoles 5 de abril del 2006 se establecieron las rutinas que tenían que seguir los soldados, ordenes que salieron directamente de Montoya, eran las famosas 28 directrices que tenía frases como esta: “los comandantes se evalúan por sus resultados”, “las bajas no es lo más importante, es lo único”. Los incentivos a los oficiales que más obtuvieran bajas se traducían en medallas de orden público a comandantes, cursos de aviación a tenientes o viajes al Sinaí en Israel.
Ávila Doria no estaba solo en la tarea. Lo acompañaban el teniente Manuel Alejandro Cuellar y el sargento William Darcey García, la sección de inteligencia del Batallón y quienes, antes de que fueran asesinados, reclutaban a sus víctimas. Además eran los encargados de distribuir los cuerpos y ponerlos en diferentes partes del país, en Caldas, en Segovia y en Loreto. La competencia también la disputaban los tenientes, había un cabeza a cabeza entre Juan carlos Albarracín y el teniente cárdenas que dejó una estela de muertos. Pero García era el cerebro, él era quien alteraba la escena del crimen. Según la Silla Vacía: “También era el que disparaba las armas hechizas que conseguían los militares (changones, escopetas, revólveres y pistolas que ponían al lado de los cuerpos) para que las pruebas dieran positivo. En algunos casos, dice el Sargento, los hombres de inteligencia proveían radios de comunicación y granadas de mano con las que disfrazaban de delincuentes a las víctimas.”
Pero el que empujaba todo era el Coronel Ávila, él era quien llevaba a las tropas a cazar bandidos en Copacabana Antioquia, delincuentes que resultaba siendo extorsionistas, drogadictos, desmovilizados de las AUC. El punto es que ninguno de ellos murió en combate.
El horror duró hasta junio del 2007 cuando el Pedro Nel Ospina cambió de mando. Ávila se fue entre vítores hasta el punto que fue ascendido por sus resultados: en el 2009 fue nombrado director de la Justicia Penal Militar y habría seguido su carrera ascendente si no aparecen las denuncias de Petro sobre falsos positivos que terminaron condenándolo.
*Artículo hecho con información sacada del artículo El batallón que ganó el concurso de falsos positivos publicado en La Silla Vacía