Primero fue una familia y luego otra y luego una más, así fueron invadiendo el humedal Meandro del Say en Fontibón. Hoy son 14 familias las que llenaron el lugar de escombros, de ladrillos viejos, de tubos de PVC y tejas de latas usadas y que se resisten a salir. 14 familias que no deberían estar ahí.
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El humedal Meandro del Say lleva ya muchos años recibiendo —sin que alguien haga algo—, a visitantes extraños que al tener una casa propia o un lugar donde tener a sus hijos o a sus abuelos lo convirtieron en su casa, lo convirtieron en un barrio ilegal.
El Say está en Fontibón, en los límites con Mosquera, en el lugar donde Bogotá dejar de ser ciudad de ladrillo y cemento para convertirse en lo que siempre fue: tierra, agua, vegetación. La historia de su ocupación ilegal empieza en junio de 2023, en el momento en el que unos funcionarios de la Corporación Autónoma Regional— CAR- llegaron al humedal a hacer uno de sus operativos de rutina. Esa vez no encontraron solo barro y pájaros y vegetación creciendo a sus anchas. Encontraron también a cuatro hombres arrojando escombros al agua, como si fuera una cantera olvidada. Allí encontraron ladrillos rotos, tejas plásticas, pedazos de cemento, madera, PVC, restos de lo que alguna vez fue construcción y ahora era simplemente basura.

La policía inmovilizó la volqueta que usaban y sancionaron a los hombres. La CAR documentó los gravísimos daños al lugar: erosión del suelo, pérdida de vegetación, amenaza a las especies del humedal. Fue la primera muestra de que querían proteger algo que parecía que a pocos les importa proteger.
Pasaron dos años y las cosas empeoraron. A finales de 2024, empezaron a aparecer casas. Primero una, luego otra. Hoy ya van catorce. Viviendas construidas en plena ronda del humedal, con paredes de ladrillo y techos de zinc. Allí viven más de 30 personas que hicieron del humedal su casa, su barrio, su ciudad.
Meandro del Say no es cualquier pedazo de tierra baldía. En 2004, fue declarado parque ecológico. Uno de esos que deberían estar blindados contra la lógica del cemento. En teoría, ahí no se puede construir nada. En la práctica, se puede construir todo. La directora regional de la CAR, Mercy Ospina Cuartas, lo dijo con esa mezcla de resignación y tecnicismo que caracteriza a los burócratas del desastre: las viviendas son irregulares. Las casas están prohibidas. Pero ahí están.

No solo hay casas. También hay canchas. También hay empresas. También hay equipos de fútbol entrenando donde antes había aves. Entre los señalados por la CAR están Empacor S.A., que fabrica papel, cartón y residuos; la Constructora J Ortiz y CIA, que decidió que el humedal era un buen lugar para construir una cancha; y Real Cundinamarca, un club de segunda división que entrena sobre lo que alguna vez fue una zona de amortiguamiento ecológico. El humedal como parqueadero, como campo de fútbol, como basurero, como urbanización de emergencia.
Las autoridades dicen que adelantan procesos sancionatorios. Que han entregado informes. Que están coordinando con la Alcaldía de Mosquera. Que hay voluntad. Y uno se pregunta: ¿Cuántas veces hay que sancionar para que dejen de construir? ¿Cuántos decretos necesita un ecosistema para no ser arrasado?
El Meandro del Say es uno de los 15 humedales que aún sobreviven en Bogotá. De esos, 11 tienen certificación RAMSAR, el sello global que les reconoce su importancia para la biodiversidad. No es el caso del Say, pero debería. Tiene 30 hectáreas, 27 especies de aves, 4 mamíferos, 25 tipos de plantas, 3 herpetos —que son esos bichos entre rana y lagarto— y una ubicación estratégica junto al río Bogotá que lo convierte en un nodo de conectividad ecológica. Un corredor biológico en medio de la expansión urbana, una mancha verde donde la ciudad aún no ha logrado imponer del todo su color gris.