El mensaje fue vía WhatsApp el miércoles 27 de octubre a las 6:42 a. m.:
"Hola, profe, buenos días. Quería decirle que hoy no pude ir a estudiar porque como vivo en la invasión de Tokio hay un barranco y se está llevando la casa", mensaje vía WhatsApp, miércoles 27 de octubre, 6:42 a. m".
El barrio Tokio queda en la comuna Villa Santana de la ciudad de Pereira. Caminarlo es relativamente fácil, se encuentran hileras de casas abarrotadas a lado y lado sobre la vía principal apenas pavimentada, niños descalzos; en su mayoría jugando en el sol, que en esta zona parece un poco más seco y picante.
Hay una gran diversidad cultural habitando este barrio: afros en casas pequeñas y coloridas, con locales de comidas típicas del Pacífico y ventas de viche y arrechón. Un poco más profundo, saliendo hacia un mundo nuevo, se pueden oír voces emberas mascullando en su idioma originario diálogos que las paredes de bahareque son incapaces de contener.
Una Colombia profunda que está al alcance de los pasos de cualquier transeúnte, enclavada en la ciudad, en una periferia política que devora casa a casa el centro geográfico.
Hace poco inauguraron el megacable, nada más bizarro: a un lado y con las cámaras apuntando hacia el cerro que conserva algo de selvático, los políticos de turno daban sus discursos de inclusión y trabajo honesto, mientras que a espaldas de las cámaras cientos de personas gritaban: "No al desalojo" de las casas que se hallan pegadas, como molestos abrojos, a la estación de Las Brisas, la invasión se ha bautizado a sí misma como Brisitas; son tal vez gotas diminutas, pero incómodas a la vista de quien a una altura elevada no quiere ver qué en gran parte de la ciudad también habita la pobreza.
Una pobreza que con cada temporada lluviosa trae consigo preocupaciones, muchas de las casas ubicadas a las laderas de una montaña que no tiene más espacio que los precipicios y se tornan un desastre anticipado...
Las casas tienen sobre tierra tan solo una pequeña fracción de su ser, el resto yace sobre el aire, sostenidas en esquinas con guaduas que deben soportar el peso de la ausencia de vivienda digna.
—¿Siguen durmiendo ahí?, le pregunto a Valentina, estudiante de grado once, una bella mestiza (como se dicen entre ellos) de tez clara y ojos de melaza.
—Sí, profe, ¿dónde más? Dejamos las cosas importantes donde una tía, pero esa es nuestra casa, a un vecino en el derrumbe se le desaparecieron 6 pollos, cuenta con gracia.
—¿Y la alcaldía? —le interpelo ingenuo.
—La alcaldía no dice nada, profe, no dice nada.
Pienso en Armero y en tantos desastres predecibles en los que solo hubo silencio y negligencia. Bueno, miento. A veces a los "invasores", como en Puerto Caldas, se les envía el Esmad...