Uno de los pocos lugares de la Castellana en donde no existe la palabra Dios es Porrock, el restaurante de la cantante Adriana Lucia. Enfocado en comida de la Costa Atlántica es una isla en medio de restaurantes y almacenes que tienen un común denominador: el nombre de Dios. Ahí a su lado está el Café de Dios, un negocio rosado en donde sirven postres y ninguna bebida alcohólica que tiene una clientela fija: los fieles al pastor Corson.
Desde finales de los noventa, cuando el colombo-australiano Andrés Corson abrió su iglesia en La Castellana, el barrio se convirtió en un nicho cristiano, uno de los más poderosos del país. Este barrio residencial paulatinamente empezó a convertirse en un sitio de oficinas con negocios cristianos que se abrían paso a codazos. A las cacharrerías, papelerías, que venden agendas con el nombre de Cristo, se suman librerías como Jesus Time, en el centro comercial Iserra, especializadas en biblias y en libros cristianos.
Precisamente este centro comercial se vuelve la locura los miércoles, ya que ese día es donde los jóvenes van al culto de Corson. Los alrededores también se pueblan de vendedores de chuzos, chorizos y arepas. Las filas para entrar a ver los grupos de rock cristiano son de seis cuadras. Cuando terminan, y en la previa, los cristianos abarrotan la plazoleta de comidas. Hacen oraciones conectivas, algunos se arrodillan, hablan en lenguas. Es una verdadera desgracia ser ateo y vivir en el barrio más detestablemente de Bogotá. Los fines de semana es una soledad deprimente. No se consigue un maldito bar para tomar una cerveza. Da miedo, de verdad, pasear por sus calles. Atracan. Los cristianos también atracan.
La Castellana, otrora un paraíso para los que amaban el arte, conserva solo una de sus joyas del pasado: su teatro que sigue resistiendo a pesar del embate furioso de los cristianos.
