En el colegio, el Altamira de Barranquilla, sus profesores le decían que su vocación era la de ser abogado. Tenía madera. Sus argumentos para evadir exámenes y compromisos eran prodigiosos. Sin embargo, el colegio nunca le importó demasiado a Carlos Torres. De hecho, cuando tenía 10 años se ponía de acuerdo con su hermano para hacer la peor y más productiva de sus travesuras: pinchar las llantas del auto de su papá para que no tuvieran como llevarlo a estudiar. Funcionaba.
Desde esa época, finales de los noventa, la pasión del pelado era la actuación. Siendo muy niño vio Goodfellas y creció creyendo que Scorcese y De Niro eran divinidades. A los 16, apenas se graduó, le dio la espalda a la universidad y se dejó llevar por su vocación. Entró a Padres e hijos, el seriado que sería la universidad fundada por Roberto Reyes de donde salieron Manolo Cardona, Diego Cadavid y tantos otros actores de carácter y hermosos. Era el final de una serie que duró veinte años. Luego vendrían papeles menores en series que no llegaron demasiado lejos hasta que apareció Sala de urgencias y Carlos demostró que era mucho más que una cara bonita.
El salto a Sala de urgencias se lo debe a las clases que tuvo con su maestra de actuación Victoria Hernández. Cuando entró a su laboratorio actoral tenía muchos problemas por su acento barranquillero. Él reconoce que cuando se presentaba a los casting perdía el tiempo porque nadie le entendía una sola palabra. Se fue puliendo y lo consiguió. Hoy cuando Carlos Torres regresa a Barranquilla sus amigos de colegio lo vacilan y no lo bajan de cachaco.
Por eso, neutralizado su acento, Carlos Torres es capaz de medírsele a cualquier reto. Por eso se le medió a encarnar a Charlie Flow, el antagonista de la serie más popular de Colombia desde la época de Pablo Escobar, el patrón del mal. Torres pasó horas estudiando y viendo una y otra vez los videos en Youtube de Maluma y J Balvin. Cada cadencia, cada acento, cada movimiento de sus manos se le quedó estampillado en su memoria. Por eso se transformó en un reguetonero más y de paso en el hombre más deseado de Colombia después de Maluma.
Hace unos meses se presentó en el programa de Suso. Las muchachas enloquecieron cuando el presentador empezó a mostrar las fotos del pecho desnudo del actor barranquillero. Los decibeles crecieron más que si el que hubiera estado en el escenario hubiera sido J Balvin.
La fama no ha cambiado a Carlos Torres. Los únicos lujos que se da tiene que ver con el arte. En su departamento en el norte de Bogotá tiene esculturas de Fernando Botero, una pintura de Pedro Alcántara y una obra del payanés Édgar Negret. Estos objetos son tal vez lo más estrambótico, lo más desmesurado en un ambiente de sobriedad monacal.
Lo mejor de ser famoso y de que las cosas hayan funcionado en la televisión son los lujos que se puede dar. Uno de ellos es el restaurante Anna en plena candelaria, un local que puso con su amigo Antonio Garzón y en donde vende una de las mejores hamburguesas de Bogotá. Si las admiradoras quieren cazarlo deberían darse la pasadita. No solo comerán rico sino que, si tienen suerte, podrían tomarse una selfie con él.
Lo único que tiene Carlos Torres en común con Charlie Flow es el éxito con las mujeres y con todo lo que toca. Carlos es mucho más que una cara bonita. Es un actor de carácter que sueña con seguir haciendo cine, obras que perduren, como esas canciones de Carlos Vives que todos los días lo vuelven loco.