De la Plaza de Bolívar, pleno centro de Bogotá, hasta la última montaña de Ciudad Bolívar donde queda el barrio Bella Flor, hay aproximadamente -sin tráfico y en carro particular- un tiempo estimado para llegar de 52 minutos. En bus, al menos, hay tres horas. Valen la pena, en ese rincón de la ciudad se levantó sin ayuda del Estado y mucho menos de la Alcaldía, uno de los proyectos más creativos e innovadores de todo el país: El Banco del Trueque.
De entrada a uno lo recibe uno de los resultados físicos de esta iniciativa: el bello Parque de Bella Flor. Éste fue construido por sus propios habitantes, quienes cada fin de semana empezaron a cambiar su tiempo libre por trabajo pero en contraprestación recibieron un sueño: el lugar para que sus hijos jueguen. Eso tiene un nombre simple, trueque.
Nada es fácil. Curiosamente quien llevó la propuesta no residía en Bella Flor, ni en ninguno de los 360 barrios vecinos que hacen parte de Ciudad Bolívar, ni mucho menos era de Bogotá. Por allá en el año 1999, una caleña de pelo rizado y alborotado, casi siempre rojo llamativo, de nombre Martha Jacqueline Moreno, en medio de un trabajo social se acercó a la zona para conocer de cerca qué pasaba con las familias y los niños, supuestamente, de las zonas más deprimidas de la ciudad más importante de Colombia.
Arrancó con media bola roja de ping pong puesta en su nariz, a la usanza de los payasos. Pedía permiso a los padres para hablar con los niños y saber en qué les podía ayudar. “Las tareas”, respondían los pequeñitos. Ella les colaboraba mientras estos le contaban sus sueños y anhelos. Al tiempo todo lo estampaba en su cuaderno de trabajo. El primer día recibió como pago un agua de panela caliente, y ahí fue tomando forma la idea.
Sagradamente siguió subiendo hasta Bella Flor todos los días a la madrugada para estar en punto de las seis de la mañana tomándose un café recién hecho, viendo las luces de la descomunal Bogotá y entrando a una nueva casa a ver en qué podía ser útil. Semanas más tarde, ya su figura y actitud positiva era conocida en el barrio, de modo que Jackie, como la empezaron a llamar, no tuvo reparos en convocar a una docena de adultos para que el fin de semana le hicieran una limpieza a una planada que se estaba convirtiendo en basurero. Una vez finalizada la jornada, Jackie -que solo tenía lo del pasaje para regresar a su casa en el centro de la ciudad- los llamó a todos y les dijo que les iba a pagar. Los ubicó justo al frente del limpio terreno y les dijo: “Este es su pago, un lugar al que pronto convertiremos en parque para que sus hijos puedan correr, jugar y divertirse sanamente”.
No tuvo que decir más. La primera sede del Banco del Trueque fue en un lote abandonado, donde con madera y un plástico negro como techo levantaron una casita. Allí llegaban las madres a dejar a sus hijos para que pintaran en las tardes y ellas a cambio daban un día para hacer lo mismo que Jackie, cuidar a los niños. “Si te cuidamos a tu hijo cinco días a la semana, tú debes ayudar a cuidar a los demás niños un día a la semana”, era la propuesta.
El banco fue creciendo en intercambio de habilidades. La propia gente fue llevando elementos y armando sus propios espacios: empezaron con el rincón de tareas para niños, después llegó el comedor comunitario, seguirían las huertas comunitarias, la biblioteca, la ludoteca hasta llegar a tener una sede del tamaño de un colegio.
Pero también llegó la inventiva de Jackie y sus compañeros. Ejemplos muchos: los niños que querían almorzar en el comedor comunitario, debían hacer sus tareas y con ello recibían el bono simbólico para pagar su almuerzo; los padres que quisieran que sus hijos estuvieran en la lista de los almuerzos debían poner un día de trabajo en la huerta para sembrar los alimentos sanos que recibirían sus herederos; las madres que querían que sus hijos fueran cuidados en la guardería, debían poner un día de trabajo en la cocina del comedor, Etc. Como quien dice, trueques en pleno.
Incluso, sería imposible pensar que a estas alturas de la modernidad, exista en Bogotá gente que nunca haya ido a un cine a ver una película; pues bien, en Bella Flor y en muchos barrios de la capital, existen personas que anhelan sentarse en una butaca a disfrutar del séptimo arte y nunca han podido hacerlo. Con semejante descubrimiento Jackie se dio a la tarea de que estos ciudadanos pusieran un día de sus vidas en cualquiera de las actividades del Banco del Trueque, así fuera el de regalar abrazos durante toda una tarde –como lo hizo un abuelo de la tercera edad- para ganarse una boleta e ir a cumplir su sueño de estar en una sala de cine, ¿quién lo creyera?
Consolidado el primer Banco del Trueque en Bella Flor, con gerente a bordo, elegido democráticamente por los residentes del barrio, se procedería a consolidar las reglas y dinámicas de trabajo para poderlas compartir en otros barrios aledaños que se entusiasmaron con tamaño proyecto. Así se crearon los Bancos del Trueque de San José de los Sauces, Brisas del Volador, el de la comunidad de Usme y el de la comunidad del Guabal en Bogotá.
En todas estas partes han empezado como lo hicieron Jackie y los habitantes de Bella Flor hace 16 años. Primero embellecer entre todos un espacio muerto o deprimido. Convertirlo en un bello parque. Realizar actividades lúdicas en dicho lugar. Buscar una casa para consolidar todo lo que conlleva uno de los bancos: guardería, huerta, comedor, biblioteca, ludoteca, teatro, sala de televisión y salones de estudios técnicos. De hecho, estas comunidades han dado el salto a la formación técnica de sus habitantes. Con el apoyo de otras fundaciones han podido llevar cursos de formación de liderazgo, realización de proyectos productivos, asesoramiento empresarial y hasta la formación de personas en diversos oficios.
Hoy por hoy en Bogotá hay cinco Bancos del Trueque, que le brindan muchas oportunidades a más de 3200 familias, es decir a 16000 personas de tres localidades diferentes. No está demás contar que cerca de una docena de muchachos a través de convenios con grandes instituciones, han podido realizar sus carreras universitarias pagadas con el trabajo que llevan a cabo en el Banco del Trueque. “Esto es como cumplirle los sueños a la gente con el sudor de embellecer su propio mundo”, dice María, una de las beneficiadas.
Twitter autor: @PachoEscobar