La exhibición y venta de un banano pegado con cinta adhesiva a la pared, por una suma millonaria en una feria de arte en Miami, me ha llevado al atrevimiento de meterme en un tema en el que mi ignorancia es enciclopédica: el arte. De hecho, el asunto es resbaloso y puede ser una cascarita. Sin embargo, no puedo abstenerme de opinar sobre el fenómeno que adquiere ribetes francamente escandalosos, ya que este caso no se limitó a un solo ejemplar, porque su creador, el italiano Mauricio Cattelan, dio a la galería tres “ediciones” de la obra, de las cuales la primera fue adquirida por el afortunado comprador en 120.000 dólares, otra se vendió en la módica suma de 150.000 y la tercera sigue en exhibición, a lo mejor esperando una oferta mucho mayor.
Hay que decir que la última sufrió cierto traspié, pues David Catuna, otro artista (no sabemos si de las artes plásticas, de la buena mesa o de la publicidad) dio buena cuenta de la apetitosa y costosa fruta. En efecto, en lo que llamó un “performance” titulado “artista hambriento”, literalmente se tragó el producto artístico, pero para darle más realce a su acción y no dejarla en el mero prosaísmo de la ingesta, manifestó que era la primera vez que un artista se comía la obra del otro, engullendo no tanto el producto sino el concepto.
Como prueba de la fortaleza del concepto, apenas una hora después la “obra” fue reinstalada, porque según el vocero de la galería de arte el intruso no la destruyó dado que la “banana es la idea”. Así, un flamante nuevo banano remplazó al que fue devorado, ya que el valor de la obra no reside en el elemento mismo sino en el certificado de autenticidad.
Pero, a pesar de la aparente simplicidad de la creación y sustitución del elaborado trabajo, la cosa no es tan sencilla: el original creador explicó que el trabajo, titulado “Comediante”, surgió después de más de un año de intensa labor interior. Fueron 365 días tratando de inspirarse pensando en una escultura con forma de banano, para lo cual colgaba uno de ellos en su habitación a la espera de que le llegara la musa (sapientum). Así hizo varios modelos: primero en resina, luego en acero y en bronce pintado, para volver finalmente a la idea inicial de un banano de verdad. Por respeto al arte y al artista me reservo la descripción de los momentos sublimes en los que finalmente cristalizó su idea y la manera tan inefable como la instaló en la pared.
El nuevo concepto de arte, ya evidenciado en expresiones tan exquisitas como la de mostrar el proceso en el que un perro, después de varios días sin comer, muere de inanición, o un borrego conservado en formol dentro de un recipiente de vidrio, adquiere nuevas cotas de banalización y nos muestra que no tiene sentido seguir buscando lo bello de acuerdo a la idea romántica de “el arte como expresión”, para pasar al “arte como concepto” en el que lo que importa es el concepto en que se apoya, para llegar a una reflexión más rica que nos lleve más allá de lo “bello”.
No descalifiquemos entonces los grandes montajes de zapatos, chatarra, sillas viejas, las camas sin tender y en vez de eso apreciemos las obras de arte que ellas conforman, no por lo que son en sí, sino por lo que representan, los sentimientos que provocan y la idea que expresan. Lo importante es lo que se quiere decir con esas “obras”. La fuerza del artista contemporáneo está en su imperfección, de hecho, no importa que el producto artístico sea una pintura o un fresco estupendo, sino que represente perfectamente lo que pasa en la cabeza de su mente creadora.
Así las cosas, tenemos en Colombia un potencial enorme para el arte moderno y no debemos conformarnos con montajes de bananos individuales sino hacer arte por racimos, para que a la vez que llegamos a niveles de éxtasis en la estética moderna, mejoraremos los índices de exportación.
Más aún, esta tendencia puede ser un balón de oxígeno para el tambaleante gobierno de Duque, asediado por el desprestigio y justas protestas sociales. Ante el poco despegue de su economía naranja, qué mejor programa que la economía banano, que no solamente encauzaría las energías creativas de los colombianos, sino que también revitalizaría las decaídas economías de regiones como Urabá o la zona bananera del Magdalena.