El bajonazo del Festival de Cine de Cartagena

El bajonazo del Festival de Cine de Cartagena

El Festival no se vio tan afectado por la alarma del coronavirus como por los desaciertos de su director Felipe Aljure. Análisis de Pedro Adrían Zuluaga

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marzo 14, 2020
El bajonazo del Festival de Cine de Cartagena

Empiezó este jueves 12 de marzo el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias. Significa mucho, desde cualquier punto de vista que se considere, celebrar sesenta años: el Ficci es el festival latinoamericano con mayor número de ediciones (no el más antiguo, que es el de Mar del Plata, interrumpido durante algunos años) y, si no me equivocó, también el evento cultural colombiano de mayor trayectoria, junto con el Salón Nacional de Artistas.

La propia historia del Festival es, sin embargo, la gran ausente de la programación y del enfoque curatorial de esta versión sesenta. Tal vez eso indique, por defecto, una reflexión del actual equipo directivo: un mensaje en torno a que las ediciones anteriores son un todo fallido, que no hay nada que recuperar o celebrar de ese pasado, y que el evento tenía por tanto que replantearse de pies a cabeza, como ocurrió desde el año pasado. De las polémicas que se dieron en la versión de 2019, debidas al furor con que el nuevo director artístico -Felipe Aljure- emprendió la reestructuración completa del Festival (desde el volante de programación pasando por el tamaño del catálogo hasta las consabidas maneras de nombrar las nuevas secciones), quisiera retomar dos, las más relevantes, y que están lejos de haber encontrado una respuesta satisfactoria.

La primera, y la que considero más dolosa y dolorosa para la trayectoria del Festival, es la pérdida del foco en el cine iberoamericano que Cartagena había decidido desde mediados de la década de 1970. Esa decisión y el reconocimiento a sus premios por la Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos, FIAPF -conseguido luego de largas gestiones- puso al Festival colombiano en el mapa de los eventos regionales y lo convirtió en una lugar de referencia para el cine de Latinoamérica, España, Portugal y el Caribe, una cita para el encuentro y el debate en torno y sobre nuestros cines; esto fue así incluso en las peores épocas -la década de 1990- de Cartagena, y ese impacto iba mucho más allá de si los premios que otorgaba el Festival tenían o no peso. (Por supuesto, el premio de ningún festival de la región tiene consecuencias equivalentes a lo que generan los premios de los festivales europeos o norteamericanos, pero esa es otra discusión).

La segunda decisión tuvo justamente que ver con la eliminación de las competencias y su reemplazo por una multiplicación de secciones que intentan dar la cara a deudas históricas de larguísimo aliento. Si según Felipe Aljure la decisión de dejar a un lado las secciones competitivas se tomó luego de valorar (¿quiénes participaron en esa valoración y diagnóstico?) el poco impacto de los premios, lo natural sería que en unos pocos años (dos o tres más, a lo sumo) este nuevo Ficci y los resultados positivos -o no- para las comunidades audiovisuales afro, indígenas, locales, del Caribe o femeninas, sean evaluados con el mismo ánimo crítico. Sobre todo porque estos focos tampoco son el centro de un Festival que ya no tiene centro alguno, y por que resulta al menos ingenuo suponer que una larga historia de asimetrías en la representación de las minorías se resuelve creando guetos para que estas minorías se reconozcan entre sí, sin un diálogo horizontal con la producción central, o lo que llamamos en la industria del cine el mainstream.

Muchos comentábamos el año pasado, sotto voce, como ha ocurrido casi todo el debate en torno al cambio de rumbo del Festival, que las consecuencias de las decisiones de Aljure se iban a sentir con mayor fuerza este año, el segundo de su gestión, pues los eventos son muy proclives a ser afectados por el voz a voz, incluso -o más aun- cuando estas voces son solo chismorreo y maledicencia. Solo en esta edición sesenta va a ser posible medir, a partir de elementos de juicios objetivos como el número de asistentes y de invitados, la atención de la prensa o el tamaño de "la industria" que logre reunir el Festival, si su nuevo director acertó o se equivocó en su desmedido interés por dejar su marca personal en un evento con tanta historia a cuestas.

Tal vez el nuevo Ficci necesite un compás de espera si se quiere medir el sentido y el éxito o fracaso de su transformación. Pero creo que no puede ser una carta blanca abierta en el tiempo. Si las últimas direcciones del Festival tuvieron periodos de cuatro años, en general bien evaluados por el sector cinematográfico, lo lógico es que Aljure, en el mismo periodo -o en menos, si el desastre es muy evidente-, demuestre que tenía la razón en su radical (y a mi parecer apresurada) renovación. Somos muchos los que estaremos en Cartagena poniendo el ojo, la razón y el corazón.

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