El Bagre, un pueblo que no olvida su historia

El Bagre, un pueblo que no olvida su historia

En las corralejas se realizaba un reinado en donde no se coronaba a la más bella, sino que el cetro y la corona se le entregaban a la que más dinero recogiera

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
enero 27, 2020
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El Bagre, un pueblo que no olvida su historia
Foto: Google Street View

El comienzo de todo esto fue cuando un amigo, sin sospechar en qué nueva aventura me embarcaba, me informó que le habían solicitado mi número de celular y que estuviera pendiente de la llamada, la cual recibí veinte minutos después para indicarme que la empresa Mineros S.A. me extendía una invitación a su campamento en El Bagre, Antioquia, con motivo de los 45 años de su nueva razón social, por cuanto desde que está asentada en la región, de eso hace ya 113 años, ha sufrido una serie de cambios de nombre y el último fue cuando la adquirieron unos accionistas, con el grupo Colpatria como su mayor propietario. Y como se trataba de revisar un poco las historias paralelas de la empresa y de nuestro municipio, la propuesta fue aceptada sin mayores discusiones en la casa de la Bella.

Entonces, de la mano del ingeniero Carlos Alberto Londoño Berrío, nos dimos a la tarea de reconstruir un poco su historia, que a la larga está unida a la de El Bagre, como esos matrimonios mal avenidos en donde “contigo porque me matas, sin ti porque yo me muero” y dentro de aquel recorrido pasamos por instantes de sin igual importancia para sus habitantes, así como los que causaron tristeza y congoja.

Sin tener pintas de historiadores, la experticia del anfitrión y el buen manejo que le dio a los tiempos, nos permitió mecernos en la hamaca del tiempo para ubicarnos por allá en los tiempos remotos de la Conquista, con la llegada de los españoles por estas tierras antioqueñas, las deudas que aún tenemos con quienes desde los comienzos de los años fueron algo así como los abuelos de El Bagre; es decir, Zaragoza de las Palmas y de la Piña de Oro, la religiosa Cáceres con sus claustros para la formación de nuevos sacerdotes que se escapaban de sus encierros, así como las tierras del viejo cacique Guamocó.

Eso sí, repasamos, por ejemplo, lo que significó para nosotros escuchar la sirena de la empresa a la que le dimos el sonoro nombre del “pito” y que se dejaba sentir varias veces al día; el primero era cuando faltaban 15 minutos para las siete de la mañana, que por cosas de la rutina se pasó a llamar “prevención”; luego a las 7 en punto; el de las 11 y 45, el de las 12 del mediodía y el de las cuatro de la tarde. No sé por qué siempre creí que sonaba otro a las 5, pero en las charlas nadie supo dar cuenta de ese desfase; es más, estoy seguro de que algún lector tendrá su explicación, pero en mi memoria quedó el pito de las cinco hasta el sol de hoy.

En lo que sí quedamos de acuerdo es que aquella sirena, a falta de un reloj en la iglesia principal, como sucede en casi todo el mundo, fue nuestro propio reloj Big Ben, el que está en el Palacio de Westminster, la sede del Parlamento del Reino Unido en Londres, y cada que se escuchaba le dábamos una mirada a nuestros relojes de cuerda para ajustarlos. ¡Ah! y no se me olvida que también servía para darle la bienvenida a cada Año Nuevo y cuando se presentaba algún hecho de orden público, fue lo que me explicaron.

Aparte de aquella herencia que ya se malgastó en el tiempo, la empresa adoptó una serie de normas que a la larga se impregnó en el ADN de casi todos, en especial de sus trabajadores que se entendieron muy fácil cuando les asignaban sus turnos. "A usted mañana le toca blanca"  le decían sin tener que explicarle, mientras que los demás turnos eran "morena" y "negra", además de otro conocido como "cambio-largo".

Uno de los episodios que no se dejaron de lado fue el referido a las Corralejas y lo que en su momento significó para la unidad de sus gentes, porque no había duda de que desde que se anunciaban los nombres de las candidatas hasta cuando leíamos los carteles pegados en las esquinas del pueblo, con el anuncio oficial de que los próximos 20, 21, 22 y 23 de diciembre habría corralejas, toda nuestra vida giraba alrededor de aquel jolgorio.

Lo anterior se explica porque alrededor de ellas se realizaba un reinado cuatro meses antes de las fiestas, en donde no se coronaba a la mujer más bella, como sería lo justo, pues la verdad era que las había y las hay, sino que por el contrario el cetro y la corona se le entregaban a la que más dinero recogiera para el sano propósito de financiar las fiestas, las cuales duraban cuatro días en las pausas que dejaban las navidades y el año nuevo.

A decir verdad, estas celebraciones eran una herencia de los primeros pobladores procedentes de las tierras de Córdoba, Sucre y Bolívar, que, sumidos en sus nostalgias, nos trajeron esta costumbre para superar un tanto las dolencias laborales y construir una isla de alegría en el último mes del año. Quizá debería decirlo con la letra de “Toros y Corralejas” cuyo autor es Ricardo Cárdenas Álvarez, oriundo de Colosó, Sucre, en la voz de Nelson Henríquez:

"Volvió la fiesta alegre de mi pueblo,
la corraleja tupida se estremece,
valientes toros van lidiando los manteros,
y en el fandango las parejas amanecen.
Todo el año trabajando sin cesar,
¿quién me quita de que me pegue mis tragos?
¡oiga! compa' yo me quiero emborrachar,
aunque mañana solo me quede el guayabo."

Digamos como dicen los de siempre, que se nos quedaron muchos temas en la tapa del lapicero, pero muchos de ellos los podrán leer con delicia en el bello ejemplar escrito por Gonzalo Gómez Vargas, quien estuvo en la empresa 42 años y su último cargo fue el de Gerente de Negocios Mineros.

Por lo pronto nuestra gratitud perenne al amigo que permitió que me contactara ese personaje como lo es Estela Grueso Espinosa, extendida al ingeniero Ramiro Jaramillo Betancur, Gerente de Operaciones Colombia de Mineros S.A.

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