Uribe necesitaría un “autogolpe” para acabar con la JEP y, por ahí derecho, desconocer las cortes judiciales.
Es la única manera que tendría de garantizar su impunidad y no volver a la cárcel (así sea a El Ubérrimo).
¿Cuál sería el plan que debemos develar? ¿Cuál sería el derrotero planeado?
Uribe querría convencer a los grandes potentados empresariales de que ese camino es necesario para evitar que el "castrochavismo" llegue al gobierno en 2022.
Pero no toda la casta dominante estaría de acuerdo con esa idea, y de allí el desespero de Uribe.
El grueso de la oligarquía sabe que Uribe tendría un interés particular (su impunidad) y no va a atentar contra su "débil democracia", que le sirve para engañar al pueblo.
Por ello Uribe utilizaría al gobierno de Duque para fraguar una gran provocación policial y militar, imponer una "conmoción interior" y poder cerrar el Congreso, intervenir las cortes, censurar a las redes sociales, controlar totalmente los medios de comunicación, perseguir y encarcelar a los líderes de la oposición y del movimiento social, e imponer un poder autoritario y dictatorial.
Como parte de su plan, Uribe ya lanzó la propuesta de impulsar y organizar un referendo constitucional para reformar la justicia.
La gran provocación policial y militar ya estaría en marcha. Los asesinatos de líderes sociales y de oposición harían parte de ese plan. Lo ocurrido en Bogotá el pasado 9 de septiembre sería parte de ese operativo de infiltración de la protesta social y provocación de hechos y desmanes violentos (asonadas, saqueos, asesinatos).
El que el ejército oficial permita que los grupos armados ilegales de todos los colores, orígenes, siglas y pelambres sigan creciendo en las regiones y haciendo de las suyas sería parte de ese plan preconcebido.
Y tienen cómo provocar miedo entre los empresarios y pequeños y medianos productores, con la amenaza del “castrochavismo”, cuyo mejor ejemplo es lo que ocurre en Venezuela, que muchos colombianos ven pasar a diario por el frente de sus casas (inmigrantes sin rumbo y sin futuro).
Por ello, las fuerzas democráticas no podemos caer en la trampa. Ni dejarnos asustar y paralizar, pero tampoco caer en la desesperación y el aventurerismo.
Hay que impulsar y organizar la protesta social, hacerla más masiva y más política, centrando las consignas en lo principal como lo acaba de hacer la minga: defensa de la vida, la democracia, la paz y el territorio.
Pero, a la vez, blindando nuestras movilizaciones contra la infiltración policial y la provocación violenta, como también nos lo mostró la minga.
Sin embargo, tampoco caer en la trampa de impulsar consignas y propuestas que crean tensiones antidemocráticas, como querer "tumbar" a Duque o "revocarlo".
Hay que entender que ellos son los que están desesperados, ellos día a día se desgastan y saben que los demócratas nos vamos a unir en 2022 y que van a perder el gobierno (y posiblemente sus mayorías parlamentarias).
Por ello, el tiempo está a nuestro favor.
Y los demócratas también tenemos el deber de construir un programa democrático y una fórmula presidencial para 2022 que envíe ese mensaje de serenidad y paz, de construcción tranquila de una sociedad de progreso y de beneficio colectivos.
Una fórmula presidencial y un grupo de candidatos al parlamento para concretar nuevas mayorías ciudadanas, que desarrollen una campaña electoral sin formas estridentes, sin generar tensiones crispantes, sin revanchismos obsesivos, sin poses caudillistas y mesiánicas, que en últimas son del mismo tenor "uribista" y, por ello, le hacen el juego al desesperado Uribe que necesita de una contraparte que genere miedo y terror.
Duque y el uribismo día a día, hora a hora, sufren un enorme desgaste y ellos lo saben.
El tiempo de la verdadera democracia ha llegado a Colombia, pero saliendo de una guerra de más de setenta años no puede ser un salto al vacío. Tiene que ser un paso firme y claro pero paciente y sereno.