El aula de clases, un espacio para el diálogo y la libertad de opinión

El aula de clases, un espacio para el diálogo y la libertad de opinión

"Es urgente en Colombia cambiar el modelo funcional y policivo, por uno humano, crítico y reflexivo"

Por: Ramiro Guzmán Arteaga (*)
junio 14, 2019
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El aula de clases, un espacio para el diálogo y la libertad de opinión
Foto: Pixabay

Los dos sitios en los que más experimento la esencia de la libertad son el aula de clase y el maravilloso instante en el que avanzo por trochas, bosques y carreteras solitarias. El aula de clase porque es el punto de encuentro en el que los estudiantes y yo tenemos la oportunidad de expresar y compartir pensamientos, sin límites ni temor, sin soberbia y sin ofensas. Y, en el correr, porque las piernas se encargan de llevar el cuerpo mientras el cerebro va pensando, reflexionando, soñando y dialogando libremente con alguien ausente [este será otro tema].

¿Qué es el aula de clase? Existe una multiplicidad de conceptos. González, Adolfo, y Martha Cecilia González (2006) lo consideran como “un espacio donde también se entretejen relaciones afectivas vínculos, alianzas y, a la vez, donde se libran batallas invisibles, luchas de poder y de querer que no aparecen en el programa ni en el orden del día de la clase, pero que están inundando la experiencia universitaria y vital del estudiante y el profesor”.

Pienso que también en el aula de clase está la esencia de la libertad, pero también es reflejo de lo que es la sociedad en la que vivimos. Allí se encuentra el estudiante que tiene una idea clara sobre lo que es el ser social, pero también el que está desprovisto de toda filosofía y conciencia de clase; de modo que en el aula compartimos con el liberal y el conservador, el creyente y el ateo, el rico y el pobre, el disciplinado y el lumpen, el citadino y el de origen campesino; en fin, el aula de clase es una muestra, una especie de “degustación” de lo que es la sociedad. Allí se encuentran los representantes de toda una audiencia social.

Pero también en ese espacio hay todo un universo detrás del cual están presentes muchos otros mundos, representados en la educación que han recibido los estudiantes su por parte de sus padres en el núcleo familiar, y el contexto social y cultural. Por eso, cuando el docente llega a clase, comparte conocimiento no solo con los estudiantes presentes sino con sus familias ausentes. De modo que la responsabilidad del docente es muy compleja pero, en esencia, la de valorar conocimientos previos, la de ayudar a descubrir y fortalecer vocaciones que tal vez han permanecido ocultas en los estudiantes, para guiarlos hacia la construcción de un pensamiento nuevo, autónomo y crítico, esto a partir de la valoración de las ideas del estudiante y no del adoctrinamiento del docente.

En el aula se acuerdan reglas muy generales que no deben limitar la libertad de expresión. Los acuerdos no pueden convertir el aula en un gueto, en un encerramiento carcelario para los estudiantes. Allí lo funcional, lo ortodoxamente funcional, eso que le quita libertad a la existencia y que embrutece, atomiza y encapsula el pensamiento y las emociones, no pueden tener cabida.

El aula de clase no es para construir seres heterónomos, es decir, seres obligados a vivir según reglas que les impidan el desarrollo de su sana voluntad ni personalidad. Es libertad con autorresponsabilidad. Por eso, si vivimos en la cotidianidad de una sociedad funcional, en la que se le rinde culto a la obediencia y a la pasividad, es que se producen choques entre lo que se comparte en el aula de clases y lo que la vida cotidiana nos ofrece fuera de ella.

La Universidad del Sinú-Elías Bechara Zainúm nos ha brindado la oportunidad de compartir ese formidable y maravilloso espacio con los estudiantes, a través de un modelo pedagógico constructivista, que concibe el aula como el espacio para la reconstrucción y aplicación crítica y reflexiva del conocimiento por medio del análisis crítico de nuestro entorno social y cultural. Sin embargo, y este es un problema generacional y no exclusivo de la universidad, suele ocurrir muy a menudo que algunos docentes [no todos], especialmente los que carecen de formación pedagógica, pretenden imponer criterios [a manera de guetos] a los estudiante y a sus colegas, sobre modelos funcionales hartos, esquemáticos y formales. Piensan que los estudiantes solo pueden llegar a la compresión y al conocimiento a través del camino que ellos les señalan, a través de la repetición de conceptos, se olvidan que los estudiantes también hacen reflexiones muy sensatas, incluso en ocasiones más que nosotros los profesores. Pero ese Modelo funcional e impositivo les impide comprender que por antonomasia (léase efecto dominó) también los padres de familia, aun los que no recibieron instrucción académica formal, pueden reflexionar de forma más lógica que nosotros los docentes. Por eso, es necesario dejar atrás los prejuicios del docente impositivo, el temor al diálogo, a la crítica, la autocrítica y la confrontación. Es urgente en Colombia cambiar el modelo funcional y policivo, por uno humano, crítico y reflexivo.

Referencia Bibliográfica

González, Adolfo, and Martha Cecilia González. La afectividad en el aula de clase, Red Colombia Médica, 2006. ProQuest Ebook Central, https://bibliotecavirtual.unisinu.edu.co:2120/lib/bibliotecaunisinusp/detail.action?docID=3166701.

(*)Comunicador Social – Periodista, Mg en Educación, docente en la Universidad del Sinú-Elías Bechara Zainúm

 

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