Si Juan Pablo Raba hubiera pedido un deseo, habría respondido: piloto. Y con esa idea viajó a Valencia, España, sin cumplir 18 años a ganarse la vida como mesero mientras intentaba convencer a su papá Ricardo Raba, un exitoso empresario argentino, de que le prestara la plata que necesitaba para estudiar aviación. Nunca logró convencerlo.
La pasión por el aire se la contagió tal vez su mama Maria Eugenia Vidal, una caleña azafata de Avianca que con el tiempo se volvió escritora y restauradora de arte. Precisamente en la ruta Buenos Aires-Bogotá conoció a quien se convertiría su esposo, una veloz pasión que nació en las alturas y de la que nació Juan Pablo.
Cansado de lavar platos en España y un breve intento de incursionar en diseño gráfico, terminó en la tierra de su padre. No soportó más de seis meses cuando ya estaba de devuelta en Bogotá. Por accidente, sin experiencia ni vocación, terminó en un casting de la Escuela de Edgardo Román. Tuvo suerte. En ausencia de quien estaba encargado de leer el guion, Raba asumió el rol y fue allí cuando el ojo de Edgardo Román pesó. Juan Pablo escondía un talento para la actuación.
Se trataba de una cita con las aplazada. Su mamá le habia recordado cuando siendo bebe una publicista quiso que aparecira en un comercial de Alpina, pero su papá no se lo permitió. Lo habia fichado cuando su mamá lo paseaba en un coche en el recién inaugurado Unicentro.
Impetuoso, impaciente, obsesivo, decisido, Juan Pablo no paró: habia encontrado su vocación. Viajó a Venezuela en el 2002, después de casting fallidos en Colombia, y allí obtendría el papel que lo lanzó a la fama. Radio Caracas Televisión, el emblemático canal que clausuró Hugo Chávez en el 2006, lanzó la adaptación de Betty la Fea, de donde resultó Mi gorda bella que tal vez sea el mejor reencauche que ha tenido la obra de Fernando Gaitán. Raba protagonizó el personaje de Orestes Villanueva, un galán que al que le dio un carácter especial. Sacudirse este rol no fue tarea fácil hasta que llegó su papel en El cartel de los sapos.
Venezuela le convirtió en una figura poderosa en la pantalla que parecía le definiría su vida. Se casó con la periodista caleña Paula Quintero con la que esperaba lograr un matrimonio estable pero las cosas no resultó. El dolor del divorcio lo pusieron de regreso a Colombia donde tuvo más remedio que reinventarse.
Seguidor de las canciones de Stone Temple Pilots y del ciclismo de montaña, se casó en el 2010 con la presentadora Mónica Fonseca, pero decidió dar un nuevo salto. Tomó rumbo a Los Angeles y en la ciudad de los sueños rotos, donde todos fracasan, consiguió audiciones con facilidad y a los tres meses –todo un record- obtuvo su papel en Los 33, el drama que retrataba la angustia de los mineros enterrados en Chile. Se propuso, con madrugones de tres de la mañana entender el infierno de un socavón Juan Pablo hasta lograr descifrar, después de muchas horas de encierro, ahogo, calor la desesperada supervivencia de los mineros chilenos.
Allí, junto a un gigante de Hollywood como Antonio Banderas, creció y se hizo un grande. Según la revista People es uno de los diez actores latinos con mayor posibilidad de crecer en Hollywood. Fue el primer suramericano en encarnar un personaje de Marvel y ahora, siendo el guerrillero reinsertado de Distrito Salvaje, la primera serie enteramente colombiana de Netflix, demuestra que el ojo de Edgardo Román nunca se equivoca.