Como un boxeador a punto de salir al ring, Rodolfo Hernández subió las escaleras de su sede en Bogotá. A sus 77 años no había perdido el entusiasmo ni mucho menos la energía. Sobre las 9:30 de la mañana, con una extraña puntualidad para alguien con una agenda tan apretada, el ingeniero llegó en una camioneta Toyota Prado negra, de la que se demoró unos cinco minutos en salir, a la casa Rodolfista, que inauguraba. El mural donde estaba pintado su rostro se parecía mucho a la del señor sonriente que salió del auto. Con dificultad, entre pedidos de selfies y abrazos, fue llegando a la entrada de la casa. De cerca se nota el cuero cabelludo rojo, maltratado, por el implante capilar al que se acaba de someter.
Foto: Leonel Cordero
Aunque las encuestas lo muestran muy lejos de sus dos principales rivales, se puede decir que la barra brava de Rodolfo Hernández es encarnizada y fiel. Los más ruidosos, eran de Santander. Una arquitecta llamada Sonia Robles, bumanguesa residente en Bogotá, quería entregarle un cuadro que ella misma había citado. Como una fan, gritó al verlo bajar de la camioneta. a la hora que había citado a sus seguidores. Estaba en Bogotá, acompañado de su hijo Rodolfo José, para inaugurar la casa en la carrera 7 con 57. Un trío llamado Akordes, en el segundo piso de la casa, tocaba el bolero Unicamente tú. La música favorita del ingeniero. La misma que cada vez que escucha lo trae a sus orígenes en el Santander de los años cincuenta.
Nacido en Piedecuesta, en 1945, estudió el bachillerato en el Colegio Santander y luego, durante los años sesenta, presentó el examen a la Universidad Nacional de Bogotá y pasó a la carrera de Ingeniería Civil. No se le conocen al ex alcalde de Bucaramanga alguna actividad de protesta, a pesar del contexto convulsionada socialmente en la época. Además un tiempo marcado por la riqueza del debate intelectual y de una gran riqueza humansita. El Ingeniero, en cada entrevista, se muestra orgulloso de los profesores de la Nacional que le dieron clase durante su estadía en la Nacional: Ramón de Zubiría. Abelardo Forero Benavides, Gloria Zea, Marta Traba, Antonio Páez Restrepo, Enrique Kerpel.
Foto: Leonel Cordero
El segundo piso de la casa esquinera se veía realmente abarrotado, tanto que el propio Hernández sacó sus dotes de ingeniero y con su tono mandón ordenó a sentarse y callarse a los que se habían dado cita. Explicó que la estructura podía ceder en cualquier momento, una foto de la estrechez en la que habló durante 10 minutos puede constatar la preocupación de Fabian Mayorga, el coordinador de las juventudes rodolfistas, por apaciguar a la masa. Sonia, la arquitecta del cuadro, me decía, gritando, que una de las ventajas de Rodolfo no sólo era su sencillez sino que “es un tipo que no necesita plata, es un magnate”
La historia de la fortuna de Hernández arrancó en 1972 cuando, después de regresar a Bucaramanga, se craneó la idea que lo haría millonario. La Constructora HG tenía objetivos ambiciosos, uno de ellos era darle vivienda a los trabajadores que ganaban menos y con buenas condiciones para pagarla. Para eso se inventaron un plan de inversión en el que los beneficiados lograban en siete años pagar la casa.
En Piedecuesta a mediados de los años 70, Hernández, junto a sus socios, los comerciantes de Zapatoca, Guillermo Gómez Serrano y Abelardo Serrano Otero, construyeron las primeras casas de interés social en ese municipio. Las casas de vivienda popular se extienden a Floridablanca y la propia Bucaramanga. Muy a su pesar la gente empezó a ver en el ingeniero y sus casas una respuesta más efectiva a lo que podían ofrecerle los políticos locales. Empezaba, sin quererlo, su carrera política.
Pronto HG pasó a ser de dominio absoluto de Hernández quien le compró a sus socios las acciones de la compañía y se metió de lleno, con la ayuda de su esposa Socorro Oliveros, a construir viviendas populares en otros pueblos de Santander como Barbosa y Girón e incluso amplió su círculo de acción hasta Barranquilla.
En su afán de innovar Hernández creó el programa C-100. Esto consistía en auto invertir en un terreno y en una construcción acordes con lo que se podía pagar con el sueldo. En 1996 HG, 26 años después de su creación, vendía $16.554 millones al año y obtenía utilidades por $1.300 millones de la época. Con el paso de los años HG dejó de ser una de las constructoras más importantes del país no se rindió, para incrementar su capital, Hernández negoció tierras de expansión en Barranquilla y Villavicencio. La obsesión por el desarrollo urbano de Bucaramanga lo llevó a la política.
Rodolfo, en el breve discurso que pronunció en su sede de campaña, volvió a irse lanza en ristre contra la corrupción, como si el hecho de estar en plena campaña olvidara los cuestionamientos que también ha tenido a pesar de erigirse como el propio faro moral.
En el 2011, con 65 años, decidió financiar directamente la campaña del candidato liberal Lucho Bohorquez. En el periodo 2012-2015 sabían que Hernández era el verdadero poder en la ciudad. Tener en la alcaldía a Bohorquez le facilitó el camino para conseguir todos los permisos que le impedían explotar un relleno sanitario que estaba en poder de Entorno Verde, compañía que tenía en su junta directiva al propio Hernández. Además la cuñada del ingeniero, Martha Lucía Oliveros, era la secretaria de desarrollo en la alcaldía de Bohorquez. Esta alcaldía terminó mal ya que al político liberal lo metieron preso por corrupción, y no puede negarse que este es un lunar en la historia empresarial de Hernandez que siempre ha agitado las banderas de la anticorrupción.
En Bucaramanga hay quienes dicen que es un ídolo con pies de barro, que es un populista que desintitucionalizó a la ciudad. El balance de su paso por la alcaldía de la ciudad dejó un sabor agridulce en medios de las decenas de peleas que cazó y que terminó empañada por actuaciones de su hijo.
Los detractores explican que su riqueza de constructor se debe a su recursividad en la compra de tierras y a su ligazón con la contratación pública.
Sobre las 10:30 de la mañana Rodolfo Hernández volvió a subirse a su Toyota Prado rumbo al Marriot donde tenía una cita con financistas de su campaña. Una vez se fue sus seguidores quedaron en el lugar, conversando sobre Rodolfo, como si fuera Valentino y no un político cualquiera. La arquitecta Sonia Robles, con los ojos llenos de lágrimas, estaba emocionada por haberlo saludado y triste porque no le recibió el cuadro. Todo tiene sus momentos.