Para contrarrestar el endurecimiento de la vida, de manera paradójica, el remedio es una cucharadita de la economía de mercado y viento de globalización. Con esa terapia se fue al suelo la economía local. Desapareció la producción de ropa, calzado, trigo, cebada… Los molinos molieron su propia ruina y la industria nacional se fue al suelo. Los campesinos, paso a paso, fueron del “culo pal estanco”, pues las aduanas y los puertos abrieron las puertas a los contenedores. Y así, los mejores productos, como la carne, es importada…
Ahora bien, en el centro de las ciudades pululan los informales, con el sueño de salir adelante pero hay poca demanda y clientes. Y, el trabajo se pauperizó con los contratos a término fijo y con ello, más difícil, tanto la salud como las pensiones. Y en la ciudad crecieron los mendigos: las víctimas del inmenso tráfico, los lisiados por el arte de los inventos bélicos, los ladrones de celulares, los cantores que suben a los buses con sus voces destempladas, las putas que ofrecen en cualquier esquina sus servicios. Y, el Niño y la Niña pasan veloces con sus ráfagas de diluvios u olas de calor, mientras las campañas ecológicas buscan que no se utilice el papel, pues hay que importar automóviles y motos y tumbar árboles.
Mas como bien se sabe, el método para hacer posible en estos tiempos, para que la política social funcione se necesita el elixir de la eterna juventud: la democracia del voto. Libertad de un día, en el cual se pregona que se puede vivir en el mejor de los mundos, donde es posible que brille la aurora de la posmodernidad. Aunque hay que tener en claro que es un día, pues luego de la fiesta electoral no hay fraternidad, tampoco igualdad, porque como se les ocurre que todos somos mugrosos, por tanto, iguales, en cuanto a la propiedad eso es para los pocos de los bancos y de los terratenientes. Y mucho menos libertad, pues a quien se le ocurre jugar como Jaime Garzón o destapar ollas como Julian Assange.
Claro que para no caer en el pesimismo y mantener el corazón seguro están los periódicos, la radio, la televisión, las redes sociales que ofrecen baños de divertimento, lawfare, ocultamiento, desvirtuación. Lo importante no es informar sino crear la realidad o ¿para qué es el fútbol? Pero no hay que desconfiar de los medios: “siempre dicen la verdad”. ¿Quién dijo que la realidad se oculta? Hay que hacer imposible la duda, el análisis, la comprensión, la sospecha, la ironía, pues los medios crean el cemento para que toda la estructura no se descuaje.
Y nos cabalga la economía de mercado y la democracia del voto. Entonces, se busca el refugio: “a mí ni me hablen, yo no me meto en política,” Se vive en la comunidad, en la eclesia, tratando de esquivar las complicaciones de la sociedad y de los asuntos mundanos. Así se busca el apartarse del mundo en el celular.