A Juan Ignacio Novoa le gustaba Dexter. De esa serie norteamericana y de los manuales de criminalística que leía en internet aprendió a destajar cuerpos. Por eso, cuando de un disparo le reventó la cabeza a su amigo Walter Farías, conocía de memoria los pasos a seguir. Lo primero fue bajar al muerto al sótano del local de pisos flotantes que había heredado de su padre y que atendía con éxito desde principios del año 2000. Allí, a punta de hachazos, rompió en pedacitos el cuerpo de ese hombre con el que vivía hacía un par de meses. El crack y la cocaína eran dos pasiones que mantenían unida una amistad circunstancial. Con suma frialdad fue metiendo pacientemente los pedazos de órganos y miembros en bolsas y latas.
Para cortar un hueso con un hacha hay que tener una muñeca poderosa. La droga y el trasnocho incesante habían debilitado a este muchacho de 31 años. Por más ahínco que le pusiera a los hachazos el cuerpo se rehusaba a desaparecer. En sus noches de insomnio buscaba la respuesta en internet. En varios sitios le aconsejaban destajarlo y después tirar los restos a los cerdos. Cerca de donde vivía había una porqueriza. La idea lo tentó aunque inmediatamente averiguó que los marranos no comen carne. La duda le duró tres días. Mientras tanto las partes que alguna vez fueron Walter comenzaron a pudrirse. Era el verano del 2012, el calor y los turistas arreciaban sobre Mar del Plata. Para despistar a los ocasionales clientes inundó su negocio con perfume para pisos.
En internet quedaba claro que la forma ideal para deshacerse un cuerpo es metiéndolo en una bañera y verter sobre él ácido fluorhídrico. En poco menos de diez minutos quedaría solo una espesa sopa de carne y dientes. Pero en ese verano no había una sola gota de esa sustancia en el balneario argentino. Así que gracias a la ayuda de su amigo Adrián Galluzo, quien le sugirió y le prestó una sierra eléctrica, pudo destajar con placer a Farías. Siguiendo a rajatabla el manual de criminalística, llamaron a un camión para mudanzas. Con la ayuda de su inseparable amigo, con quien también compartía la pasión por Dexter y la base de coca, fueron metiendo en la parte de atrás del camión pedazos de muebles viejos en donde venían los putrefactos pedacitos de Walter. El olor era tan nauseabundo que el chofer del vehículo, antiguo empleado de la policía bonaerense, se dio cuenta que algo raro sucedía. Llamó varias veces al 911 pero nadie respondió.
Se detuvieron en Peralta Ramos, un frondoso bosque que bordea la ciudad. Allí, al lado de un arroyo, botaron las bolsas, los muebles viejos y el cadáver destajado. Lo rociaron todo con gasolina y encendieron el fuego. Satisfecho por la hazaña el joven aprendiz de sicópata durmió tranquilo.
Una semana después la policía atestaba su local de pisos flotantes. Un reciclador que deambulaba por Peralta Ramons encontró, en medio del incendio, la mano intacta de Walter Farías metida en una lata de aceite. Juan Ignacio lo negó todo, la policía ordenó usar el Luminol, esa sustancia tan cara a su ídolo Dexter que se usa para constatar la presencia de sangre, aún seca y vieja, en alguna superficie en donde se sospecha se ha cometido un crimen. Así que rociaron el local con Luminol y allí, al lado del computador que solía manejar Walter, detectaron su sangre.
El pasado viernes 7 de noviembre y después de casi tres años encerrado, un fiscal de Mar del Plata condenó a Juan Ignacio Novoa a 15 años de cárcel. En sus declaraciones afirmó sentirse arrepentido no por haber asesinado a Farías, sino por haber incriminado a su amigo Adrián Galluzo quien deberá pagar cinco años por haber sido cómplice.
En la prisión Novoa se aseguró de tener tres veces a la semana internet. Allí buscará seguramente, además de las temporadas de Dexter, un tutorial para poder escapar de la cárcel, una tarea aún más difícil que deshacerse de un muerto sin dejar rastro.