Por más violencia que hoy nos agobie en la sociedad, siempre resulta terrible ver un asesinato en vivo y en directo, como consecuencia de la masificación de las redes y la comunicación virtual.
Ver al hincha del América acuchillado en plena calle como un animal y luego, a duras penas, levantarse con el último aliento que le quedaba en este mundo, cruzar la avenida, implorar socorro a los ocupantes de un vehículo, y finalmente desplomarse sin vida sobre el asfalto ardiente, es una escena brutal.
Pero la gente compartía estas imágenes en sus teléfonos con una extraña e inquietante fascinación, como si se tratara de una mercancía o un artículo raro y prodigioso. Se trata de los últimos instantes de vida de un ser humano, malherido, implorando ayuda a unos desconocidos que aterrados por lo que les pudiera pasar a ellos, se la niegan.
Lo que pasaba en esos últimos momentos de conciencia de ese joven nadie lo sabrá, tal vez ya sabía que se estaba muriendo y se aferraba a cualquier posibilidad por lejana que pareciera de salvarse, de seguir viviendo. Pero la suerte estaba echada, le había llegado su hora.
Dicen los testigos que sus victmarios lo venían siguiendo muchas cuadras atrás y que finalmente le dieron cacería, como una fiera agotada. Este chico andaba con una camiseta roja el día del clásico y esa fue su condena. Pero andaba solo, lo que no se explica, no sabremos porque se aventuró en solitario o en qué momento provocó la ira asesina de sus verdugos.
En todo caso lo vimos en vivo extinguirse ante nuestros ojos y la fascinación procede de la misma fibra del terror que nos genera la certeza de que también algún día nos llegará la hora, como una cita fatal, ya sea en medio de la calle, heridos mortalmente, en una cama, solos, o en medio de una multitud.