El asedio a pueblos no es nuevo. Para la muestra, el Imperio romano, en el reinado de Vespasiano (por el año 70 después de Cristo), logró doblegar la voluntad del pueblo judío y apoderarse de su capital (Jerusalén) después de 5 meses de feroces ataques a piedra y jabalina. Para ello el emperador encomendó a su hijo Tito, quien al mando de 60.000 hombres, día y noche fue venciendo las fortificaciones hasta conseguir incendiar los sagrados templos de David y Salomón, dejando de ellos muros en ruinas (que hoy conocemos como el muro de los lamentos).
Así mismo, en nuestra América Latina, por el año de 1815, el Imperio español, reinado de Fernando VII, nombró como conde de Cartagena a Pablo Morillo, más conocido como el "pacificador". El militar tuvo la misión de someter mediante asedio a nuestra histórica Cartagena, que se había declarado como estado soberano el 11 de noviembre de 1811, después de los acontecimientos ocurridos el 20 de julio de 1810 en la provincia de Santafé. La ciudad era gobernada por Juan de Dios Amador, quien junto a Manuel Castillo y José Francisco Bermúdez resistieron con fiereza el bloqueo por tierra y mar impuesto. La resistencia duró 105 días, soportando ataques de mortero, escasez de pertrechos y comida, a tal punto que, según los historiadores caballos, perros y hasta ratas tuvieron que comer los cartageneros. Para ello Morillo dispuso de 11.000 hombres y navíos de guerra que lograron hacerse con la ciudad el 7 de diciembre de 1815, y además fusiló a los 9 líderes defensores el 24 de febrero de 1816, previo juicio espurio.
Pues bien, en el siglo XXI, el Imperio norteamericano ha implementado esta criminal práctica, ya no con piedras, sino con sofisticados misiles y tecnología de punta, que a un clic le permite bloquear cuentas, congelar depósitos en divisas y oro de aquellos países que no se someten a sus políticas; lo hace con Cuba desde hace 60 años, con Yemen y Siria desde hace 10, y con Venezuela desde hace 20. Además, el expresidente Obama incrementó esa táctica asesina al declarar a la patria de Bolívar como una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional de los EE. UU. en marzo de 2015, dando inicio a una feroz persecución de activos, sanciones a empresas que vendan víveres o medicinas a Venezuela. Esta situación fue elevada de nivel con descaro y alevosía por parte del expresidente Trump, al permitir la toma y destrucción de la embajada de Venezuela en EE. UU., conformar el Grupo de Lima y nombrar un presidente que permitiera el saqueo de los recursos del pueblo venezolano; un tal Guaidó, en enero de 2019. Así mismo, se apropió de la cadena de distribución de combustibles filial de la estatal petrolera Pdvsa Citgo Petroleum Corporation con sede en Houston... medidas contra un pueblo inerme, que deambula por Sudamérica en busca de comida, como una noche lo hicieron los cartageneros cuando se lanzaban al mar sin rumbo para no perecer de hambre.
Lo irónico del tema es que quienes ejercen estos bloqueos se llenan los bolsillos con millones de dólares producto del atraco descarado a las arcas de esos países, quiebran sus economías a través de sanciones y hurtan o destrozan sus riquezas culturales, pero hacen ver a los gobernantes sometidos como dictadores, culpables de esa desgracia, solo por resistirse a entregar la dignidad y soberanía de sus patrias, para lo cual se valen del ablandamiento mediático ligado a las grandes corporaciones gringas, que día y noche datan de la violación de los derechos humanos en los países sitiados. De hecho, por estos días tuve la oportunidad de entrevistar a varios venezolanos que iban hacia Bogotá o Cali, familias enteras cargando a hombros la desgracia. Ninguno salió por masacres, falsos positivos o asesinatos selectivos como sí ocurre aquí en Colombia. Todos huyen por hambre, física hambre, y llegan a un país en donde mueren cientos de niños wayúu y chocoanos por desnutrición.
A buena hora Alena Douhan, relatora especial para la ONU, entregó el pasado 12 febrero de 2021 el informe preliminar que da cuenta de que esas sanciones unilaterales impuestas por los EE. UU. sobre el petróleo, oro, minería, aviación y comercio de Venezuela han logrado ubicar al país en una situación de pobreza extrema, e instó a levantarlas de inmediato.