El arte en el Caribe colombiano
Opinión

El arte en el Caribe colombiano

Noticias de la otra orilla

Por:
abril 11, 2015
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Cualquiera que revise con un mínimo de sentido crítico y visión de contexto la historia de la producción artística colombiana en sus distintas manifestaciones va a encontrar como ingrediente fuertemente distintivo la presencia y la importancia del aporte que ha significado la creatividad del espíritu Caribe en la configuración de un rostro nacional desde las artes, más allá de los tan recurridos pionerismos y los hitos de modernidad que hoy son referencias obligadas, casi hasta el lugar común, en nuestra historiografía artística, literaria y musical, especialmente.

Por eso, a medida que nos adentramos en  el conocimiento y la reflexión acerca de los importantes valores de la cultura del Caribe colombiano, se impone la necesidad de sopesar las dimensiones de esa participación para entender, en términos de lenguaje artístico, cuáles son los alcances del arte del Caribe  en su carácter de máxima expresión simbólica de nuestra esencialidad, y qué hay en ellos de visión futura, de prefiguración de nuestro destino histórico.

Performance Hombre de Dolores, Adolfo Suárez - El arte en el Caribe colombiano

Performance Hombre de Dolores, Adolfo Suárez

Por estos días, a raíz del malestar general despertado en el Caribe colombiano, acerca del estado del arte de nuestra región, por una lectura quizá equivocada de la ausencia de nuestros artistas en las ferias internacionales de arte, reactualizo ideas que alguna vez articulé en el marco de un ejercicio sobre la museología del Parque Cultural del Caribe, esa obra extraordinaria que hoy por hoy constituye el espejo más limpio y confiable en el que se refleja una propuesta de identidad Caribe.

Decía que en la perspectiva de un Museo del Caribe no podía prescindirse de lo fundamental de nuestra producción plástica, cinematográfica, literaria, musical y danzaria, sin importar que en el mismo complejo del Museo estuviesen también planteados una cinemateca y un museo de Arte Moderno. Que estas instituciones seguramente tendrían preocupaciones afines o complementarias a los del Museo, o tal vez divergentes, claro, pero permitirían en todo caso una visión museística moderna y diferente de nuestro arte, dando una noción de totalidad en el mismo espacio y tiempo narrativos en el que están  presentes la historia, el medio ambiente, el poblamiento, la ciencia y el pensamiento del Caribe colombiano.

Así las cosas, me imaginaba al lado de los prodigios de la orfebrería y la cerámica tayrona y zenú, las obras de Noé León, Obregón, Grau, Lemaitre, Porras y Rivera como los creadores de un primer momento significativo en nuestras artes plásticas. Como debían estar también las figuras de Juan José Nieto, Candelario Obeso, Gregorio Castañeda Aragón, Luis Carlos López, los creadores de una literatura en la que por primera vez se cuestiona lo local; sonarían, por lo tanto, la música de Adolfo Mejía, Guillermo Espinosa, Pedro Biava, Andrés María Camacho y Cano, Tobías Enrique Pumarejo y Juan Muñoz, las gaitas y pífanos primitivos de los indios de la sierra, las gaitas y millos y las bandas pelayeras del antiguo terrritorio Zenú. Tampoco podrán faltar los héroes de un primer de un cine en la región con los hermanos Di Doménico, los hermanos Lopez-Penha y el maestro Floro Manco.

Martha Ligia Gómez - El arte en el Caribe colombiano

Martha Ligia Gómez

Conectados a la conversación anterior estarían las voces de García Márquez, Rojas Herazo, Meira Delmar, Manuel Zapata, Álvaro Cepeda, Raúl Gómez Jattin, Giovanni Quessep, Germán Espinosa y Álvaro Miranda, mientras los miran en blanco y negro Leo Matiz y Nereo López, y hacen un puente de significación con pintores como Álvaro Barrios, Norman Mejía, Cristo Hoyos, Darío Morales, Alfredo Guerrero y Ángel Loochhart, y los acompañan los ecos contemporáneos de las músicas de Francisco Zumaqué, Blas Emilio Atehortúa, Guillermo Carbó, Daniel Moncada, Rafael Escalona, Leandro Díaz, Buitrago, los porros y cumbias de Lucho Bermúdez, Antonio María Peñaloza, Pacho Galán y Jorge Fadul.

Más acá, pero formando parte de ese diálogo amplísimo de formas, sonidos, colores y discursos  se  estarían los visajes colorísticos de Eduardo Celis, la agresiones conceptuales de El Sindicato, las pinturas de Mario Zabaleta, Momo del Villar, Heriberto Cogollo, Arnulfo Luna, Daniel Angulo, Bibiana Vélez, y los desafíos performáticos de Alfonso Suárez, cruzados con las imágenes cinematograficas de Ricardo Cifuentes, Luis Ernesto Arocha, Pacho Bottía y la nueva poética del cine de Roberto Flores y Ciro Guerra; así como las fotografías  de Javier Diazgranados, Fabiana Flores y Fernando Mercado. Y los poemas y relatos de Ramón Illán, Rómulo Bustos, Jorge García Usta, Pedro Badrán, José Ramón Mercado, Roberto Burgos Cantor, John Junieles. Y el teatro en el que nada a contracorriente Darío Moreu. Suenan allí bandas papayeras, champetas, lamentos de un vallenato demasiado edulcorado, el scat de Joe Arroyo, los chillidos de Shakira y el vallenato pop de Carlos Vives.

Intentando inmiscuirse en la conversación, contra cierto criterio formalista, y sin más argumento que lo que el cuerpo les permite decir una danza semidesnuda y teatral surca el espacio haciéndose entender: son Peter Palacio, Carlos Jaramillo, Martha Ligia Gómez, y los muchachos del Colegio del Cuerpo, que vienen a reclamar su sitio en la palestra.

 

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Recuerdos de un encuentro y un diálogo

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