Las peores formas de nacionalismo colombiano salen a flote en circunstancias como las relacionadas con la posible nacionalización del arquero nacido en Argentina, Armani, para que forme parte de la selección Colombia. Lo dramático es que quienes se han opuesto a la intención del técnico Pékerman, principalmente antiguos arqueros del seleccionado, han sido jugadores que han tenido la oportunidad de vivir y jugar, con éxito, en el exterior.
En el barrio de la Boca en Buenos Aires consideraban como nativos, con inmenso cariño, al Chicho Serna, al Patrón Bermúdez y Óscar Córdoba, tres de los grandes jugadores de fútbol nacidos en Colombia. Ellos, a se vez, se sintieron siempre queridos y propios en tierra argentina. Algo similar puede decirse de un buen número de jugadores criollos en Italia, España y tantos otros lugares donde dejan huella por su enorme talento. Vemos los partidos del Real Madrid o del Bayern como si fueran nuestros equipos solo porque James o el Tren han estado en la alineación.
Los ciclistas que tanto orgullo nos producen, que ganan las vueltas de Italia y España y que quedan en los primeros lugares de la de Francia, compiten bajo la sombrilla de conglomerados como Telefónica, el gigante español de la telecomunicaciones.
Millones de colombianos han emigrado a países de todo el mundo, ilusionados con las oportunidades de empleo que no encontraron en su patria. A Estados Unidos, España, Canadá, Australia, Venezuela, Ecuador, Panamá, entre muchos, en distintas oleadas, desde antes de los 70. ¿Cuántos de primera, segunda, tercera generación? Millones, que siempre esperan ser bien tratados, con las oportunidades de los locales. De Suramérica, Colombia ha sido la campeona de la emigración en los últimos 50 años.
Los jóvenes que en los Estados Unidos son catalogados como los soñadores (son hijos de migrantes que no pudieron legalizar su ingreso y que se criaron en el sistema educativo gringo. Decenas de miles de colombianos hacen parte de esa generación. Trump y sectores republicanos amenzan con truncar sus trayectorias con argumentos bastantes parecidos a los de quienes muestran el nacionalismo en ocasiones como las de Armani. “No son de los nuestros”, es el lema implícito.
Es un nacionalismo que, con frecuencia vemos también en la política. Mis amigos son patriotas y fulanos son apátridas castrochavistas, que no deberían tener pasaporte para ejercer en la democracia colombiana. Comunistas y, por añadidura, extranjerizantes.
A diferencia de las políticas que promovieron la llegada de decenas de millones migrantes en países como Chile, Argentina, México o Venezuela, que los recibieron con brazos abiertos por millones, Colombia se sumerge en su endogamia y desperdicia oportunidades. Aunque fueron pocos los llegados después de la Guerra Civil Española, cuánto le debe Colombia a maestros como Recasens o Roda. México sí que supo aprovechar la inteligencia española. Una de las últimas oportunidades perdidas, cuando se desplomaba el imperio soviėtico, fue la de atraer científicos que, finalmente, se fueron donde les dieron la bienvenida. Imaginemos el impacto sobre la calidad de la educación si hubiéramos acogido físicos, biólogos, matemáticos, músicos y artistas de varias disciplinas.
Colombia se sumerge en su endogamia
y desperdicia oportunidades
Trabajar en Colombia es un viacrucis para un extranjero. Alemanes que llevan mas de 50 años en Colombia tienen que estar renovando sus papeles para seguir viviendo en un país al cual le han retribuido la oportunidad que tuvieron de hacer sus vidas aquí.
En un mundo en el que somos cada vez mas interdependientes, en el que el conocimiento, la tecnología y el medio ambiente son, literalmente, globales, dan pena tales arranques de nacionalismo. En una tierra de Williams, John Jairos, de clase dirigente que ha querido ser inglesa o de Miami, es doloroso el hipócrita yo con yo.