Seamos claros. Ellas hicieron lo que cualquier pareja heterosexual o de lesbianas haría en un momento de júbilo. La pregunta es si los gobernantes deben abstenerse de expresar en público ese tipo de manifestaciones, más aún si son de la comunidad LGBTG, porque hay niños heterosexuales que pueden estar viendo ese tipo de actos y terminen haciendo lo mismo o porque ofende a quienes no somos de la comunidad LGBT. Pues bien, ese hecho es un indicador que debería impulsarnos a cumplir con mayor ponderación y rigor el rol de maestros de nuestros hijos. Más que juzgar el comportamiento del beso, deberíamos ser inteligentes en educar a nuestros hijos sobre una diversidad que es una realidad que no podemos esconder con nuestros prejuicios.
A Claudia López no debería reprochársele el beso, sino su estilo de atacar la honorabilidad de otras personas, que hace mucho más daño que cualquier otra cosa. Un gobernante o una gobernante que se alebresta contra sus críticos y opositores calificándolos de corruptos o bandidos sin tener pruebas y después, como una lechuga, dice ante un juez “qué pena, señores, me equivoqué” es de una gravedad que no resuelve los efectos de la calumnia. Y no los resuelve porque se cumple aquello de “calumniad, calumniad, que de la calumnia, algo queda”. Y aunque el calumniado reciba la disculpa, en la narrativa social queda el juicio como una marca indeleble.
A Claudia debería reprochársele no el beso, sino el camino culebrero que toman sus opiniones. Para ella un día es blanco, otro día es negro, mañana es gris y pasado mañana, quién sabe. Antier con Peñalosa, ayer con Petro y hoy con ninguno de los dos. Ayer metro subterráneo, hoy metro elevado, etc. Si esa actitud de su volátil voluntad sigue manteniéndose, créanme que nada bueno le espera a Bogotá.
Otra cosita muy importante. Algunos de buena fe y fieles a sus convicciones religiosas han dicho que el beso de Claudia es el comienzo de Sodoma y Gomorra en el país. Permítanme, con todo respeto y amor, hacer la siguiente precisión bíblica. Y la hago porque a veces no escudriñamos la palabra de Dios con sabiduría sino que la contaminamos con dogmas religiosos, opiniones sesgadas y lecturas sin contexto.
La palabra “sodomía” fue una creación de la iglesia católica en el siglo XI para clasificar los pecados sexuales. A partir de allí, el episodio de Sodoma y Gomorra quedó reducido a que su destrucción se debió a la perversidad sexual. Se volvió esto tan popular que la Real Academia de la Lengua Española hoy en día define la sodomía de la siguiente manera: “el que practica coito anal”. Así, pues, que nuestra opinión ha estado permeada por estos inventos etimológicos que ya deberíamos superar.
Señores: el pecado más grave de Sodoma y Gomorra no fue el sexo desenfrenado, fue el orgullo y la falta de compasión, así lo dice el profeta Ezequiel: "He aquí, ésta fue la iniquidad de tu hermana Sodoma: Orgullo, abundancia de pan y despreocupada tranquilidad tuvieron ella y sus hijas. Pero ella no dio la mano al pobre y al necesitado. Ellas se enaltecieron e hicieron abominación delante de mí; de modo que cuando las vi, las eliminé” (Ezequiel 16:49-50).