A las 10 de la mañana, un rato después de abierto, casi siempre el billar se llena. Permanece bien lleno hasta pasadas las cuatro de la tarde. No es un billar de barrio donde el aguardiente y la cerveza son los protagonistas de las mesas. Es un lugar donde los clientes realmente van a jugar billar, a practicar, a aprender. El club de billar Chapinero puede ser hoy el billar más tradicional de Bogotá. En el centro hay otros que le pelean el puesto.
El Club Chapinero no se ha movido de donde fue abierto hace más de 50 años. Está en la calle 57 a unos pocos pasos de la Av. Caracas. Este billar tiene tantos años encima que ni siquiera Dumar Otálora, quien está al frente del negocio, sabe realmente cuándo empezó. En las mesas, los tradicionales clientes, quienes lo visitan hace más de cuatro décadas, señores que sobrepasan los 60 años, que visten de saco y corbata y de pantalón de paño o lino bien planchado con camisa de cuello alto, discuten entre sí para contarme quién fue el primer dueño del lugar. No llegan a ningún acuerdo.
Son las siete de la noche de un miércoles corriente. Fernando Rodríguez Velandia, un asesor inmobiliario independiente de 70 años, bajito y con un gran sentido del humor, es uno de los clientes más fieles del Club Chapinero. Fernando, muy amigo de Nevardo Salazar, el dueño de este billar desde hace más de 40 años, quien también es un billarista clásico de Bogotá, dice que este sitio es uno de los mejores porque aquí hay un ambiente de familiaridad que se mezcla con un alto nivel de juego en las mesas.
Los típicos clientes del club Chapinero son como Fernando Rodríguez: abuelos independientes o pensionados que saben jugar billar y que gastan su tiempo libre en partidas a tres bandas o bien se pueden quedar toda la tarde con un tinto en la mano o una agüita aromática viendo cómo jugadores profesionales o aficionados con un alto nivel, a veces apostando buena plata, se disputan partidas dignas de campeonatos internacionales.
En el lugar también hay universitarios que en medio de la reactivación académica matan algunas de sus horas tacando y aprendiendo jugadas con veteranos que juegan bien más por conocimiento de carambolas repetidas durante muchos años que por técnica profesional. Varios de los asistentes veteranos coinciden en afirmar que en los últimos años el billar ha recobrado la elegante técnica y la importancia que tenía en sus tiempos juveniles.
El sitio también es muy visitado por jugadores profesionales que encuentran en este sitio la tranquilidad que se pierde en billares donde la música a alto volumen no permite ni tan siquiera escuchar al compañero de juego.
—Algunos lo consideran como un juego de vagos y borrachos, pero ya está volviendo a ser visto por los jóvenes como una actividad sana, interesante y como un deporte —dice Fernando sin perder de vista las buenas carambolas que se corren en la mesa que tiene al frente.
Los deportistas de élite asisten al club para entrenar, aprovechando la calidad de las mesas de marca Imperial que llenan sus grandes salones. Uno de los profesionales que no falta lunes, miércoles y viernes es el muy condecorado Jaime Bedoya, coronado tercer puesto en mundiales de billar en el año 1993 y muchas veces campeón nacional y latinoamericano.
José Bianor de 64 años y Edilberto Díaz de 65 años, también billaristas aficionados desde hace más de 30 años, están sentados viendo uno de los últimos chicos de la tarde entre dos hombres que, aunque son mucho más jóvenes que ellos, son tratados con la misma camaradería bonachona con la que se tratan los abuelos entre sí. Los dos mayores, ambos comerciantes activos, hablan de la cultura del billar en Bogotá. Antes eran clientes del billar Internacional, uno de los más famosos de la ciudad, también ubicado en Chapinero, a dos cuadras de distancia, y que también le pertenecía al laureado billarista Nevardo Salazar.
José y Edilberto empiezan a recordar los billares donde aprendieron sus primeras carambolas. Mencionan la famosa Taberna alemana, que quedaba en la 64 con Caracas, donde aparte de jugar se degustaba una deliciosa salchicha alemana. Este lugar era uno de los puntos de moda hace más de 40 años. Mencionan también los clubes Villanova, Nacional y Ok, en el centro y otros tantos en Chapinero como el club Medellín y el Barra 7.
A la conversación se une Jorge, otro setentón quien trae el nombre de Efraín —no se acuerda del apellido— como el primer dueño del club Chapinero. La discusión entre los viejos clientes se reactiva, quienes entre risas y burlas van despidiéndose del club. Antes de acomodarse su saco de paño color café, Fernando dice que esta es la segunda casa para todos los viejitos que se la pasan aquí metidos mañana y tarde y que es un lugar que se ha mantenido como uno de los mejores para jugar billar.
—Lo cierto es que es el billar más grande de Bogotá –dice Dumar Otálora quien está a cargo del sitio desde hace poco tiempo, pero quien está metido en el negocio y la cultura del billar desde hace unos 20 años. Dumar, ingeniero y matemático de profesión, es presidente de la liga de billar de Cundinamarca y Director deportivo de la federación colombiana de billar. Es deportista de billar, no es tan bueno como quisiera haber sido, pero ha ganado algunos premios pequeños locales. El billar es su pasión.
Aunque Dumar sabe que el Club Chapinero es un lugar de veteranos jugadores, ha hecho inversiones para remodelarlo, quitarle la apariencia clásica y así atraer nuevos rostros y más dinero. –Es un lugar que por el tipo de clientes estaba desocupado a las cuatro de la tarde, lo renovamos, le cambiamos paredes y techos, que antes era de madera. También le metimos tecnología –dice el empresario del billar. Las carambolas ya no se contabilizan con el tradicional ábaco que colgaba de las paredes, al cual le llamaban chorizo, sino con grandes y modernas tablets digitales.
Ahora los días martes hay campeonatos a los que asisten jugadores de élite que compiten por un botín de en promedio un millón de pesos. Este tipo de actividades y la actualización del lugar, y más en época de post-pandemia, ha logrado que en el club de billares Chapinero, uno de los más antiguos y famosos de Bogotá, donde hoy se une en un solo lugar la experiencia de los viejos pensionados, la mejor técnica de los profesionales y la renaciente pasión de los jóvenes por el deporte, se retome la fuerza y categoría que tenía el billar cuando los hoy setentones lo jugaban con elegancia.