En toda guerra, por mucho que se empeñen los que han salido derrotados, hay vencedores y vencidos. En el caso de la corta guerra de Ucrania, que comenzó con la caída del gobierno prorruso de Viktor Yanukóvich, las realidades sobre el terreno se van imponiendo y, de facto, Rusia va consolidando su hegemonía y poder. A la ya asumida anexión de la península de Crimea por parte de Moscú, ahora se le viene a unir la "construcción" a sangre y fuego de una suerte de corredor que va desde la frontera este de Ucrania con Rusia hasta, precisamente, el territorio ya cercenado por los rusos. Ucrania, tal como la conocemos hoy en los mapas, dejará de existir, de hecho ya no existe.
Aparte de las consideraciones en clave interna para Ucrania, los sucesos que ahora acontecen suponen graves consecuencias para toda Europa. En primer lugar, salta en pedazos el principio de la inviolabilidad de las fronteras. Como recordarán, en el año 1975, dentro de lo que fueron los trabajos de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE, hoy OSCE), 35 estados europeos -miembros del Pacto de Varsovia, aliados de la OTAN y países neutrales- acordaron en Helsinki un acta final que refrendaba las fronteras surgidas de la Segunda Guerra Mundial.
También, en dicha conferencia, se reforzaba la cooperación económica ente ambos bloques y el compromiso por parte de la URSS y los demás países comunistas para respetar los derechos humanos y las libertades, algo que se quedaría en el terreno teórico y no práctico, como los hechos demostrarían después. Este reconocimiento oficial de las fronteras fue una gran conquista de la URSS que veía así legitimadas internacionalmente sus adquisiciones territoriales de 1945.
Cuando han pasado cuarenta largos años de aquellos episodios, caída del Muro de Berlín y disolución de la URSS por medio, este sistema de valores y principios ha muerto. Además, nuevamente se ha puesto en entredicho el poder y la capacidad para gestionar los conflictos en nuestro continente por parte de la Unión Europea (UE), que se ha mostrado dividida, pusilánime frente a los envites de Moscú y poco rotunda y contundente a la hora de defender los acuerdos sellados en Helsinki.
FALTA DE LIDERAZGO OCCIDENTAL FRENTE A LA FIRMEZA RUSA
Luego se ha echado en falta, en la parte occidental, una falta de liderazgo que ha sido letal para Ucrania. Mientras los Estados Unidos y Europa estaban atentos a las nuevas amenazas que vienen de Oriente Medio, sobre todo de Irak, y a los nuevos capítulos del interminable conflicto palestino-israelí, el presidente ruso, Vladímir Putin, se mostró firme, actuó con rapidez y movió sus fichas en la región con habilidad y sin titubear. En apenas días, sin contar con nadie pues en su país no hay una división real de poderes ni contrapesos, Putin armó a las milicias prorrusas de Ucrania, envió hombres y fuerzas sin importarle las consideraciones europeas y norteamericanas y armó todo un plan destinado a cercenar para siempre a su antiguo socio en la extinta URSS.
Esta falta de escrúpulos de Putin, junto con su habilidad para manipular a la opinión pública rusa en clave nacionalista, han dado sus frutos en muy poco tiempo. Las milicias prorrusas ya se han consolidado en torno a la ciudad de Donestsk y el objetivo final es crear una suerte de república fantoche al estilo de otras ya creadas en el territorio post-soviético. Así, este nuevo territorio conformado por antiguos enclaves donde vivía la minoría rusa de Ucrania se vendría a unir a las repúblicas ya controladas por Rusia, como lo son Osetia del Sur y Abjasia, en la ex república soviética de Georgia, y Transnistria, en Moldavia.
Los occidentales, pero muy especialmente los europeos, no están dispuestos a ir más allá de las sanciones económicas contra Moscú y, a los sumo, al envío de armas para el maltrecho ejército ucraniano. Pero con esas viejas fórmulas, condenadas al fracaso de antemano, no se gana una guerra. Para ganar una guerra, tal como lo hizo un líder británico llamado Winston Churchill, hace falta más convicción, carácter y, sobre todo, medios. A la UE, pero se podría decir lo mismo de la OTAN, le faltan las tres cosas en estos momentos y nadie, más allá de algún líder ultra de algún país ex comunista, desea un enfrentamiento militar con Rusia. Si algún día Europa no quiere seguir siendo un gigante tullido, lento, torpe y timorato en la escena internacional, debería de aprender de la crisis ucraniana y ponerse de una vez por todas a trabajar para vertebrar y articular una verdadera diplomacia europea y un ejército del mismo apellido.
"La historia de los fracasos en la guerra pueden resumirse en dos palabras: ¡Demasiado tarde!", había escrito el veterano y curtido general norteamericano Douglas MacArthur hace años. Y el diagnóstico, si examinamos esta crisis en profundidad y lo sucedido en los últimos meses, no puede ser más certero en este caso. Demasiado tarde comprendimos el propósito letal de Rusia, que no era otro que segregar y anexionarse una parte considerable de Ucrania. Y demasiado tarde nos pusimos al lado de nuestros amigos, que eran los ucranianos proeuropeístas, quienes acabaron abandonados y sin fuerzas para hacer frente a la potente maquinaría rusa.
Hemos perdido la guerra de Ucrania, los principios que inspiraban a esta Europa supuestamente libre, plural y democrática han pasado a ser historia. Las fronteras ya no son inviolables. La crisis yugoslava no es comparable, por muchas razones, a la que estamos viviendo en estos días. El ordenamiento político y constitucional de la difunta Yugoslavia socialista preveía la autodeterminación para la seis repúblicas yugoslavas, no así para sus regiones, como Kosovo, pero esa es otra historia mucho más larga y compleja. Ucrania estaba dentro de esos acuerdos de Helsinki, era un país reconocido internacionalmente, miembro de las Naciones Unidas y la OSCE y estaba sopesando su futuro ingreso en la OTAN y la UE. Ahora, sus fronteras son papel mojado y el nuevo orden internacional se traza a sangre y fuego, se impone la fuerza bruta y se abandonan los ideales democráticos.
Pese a todo, incluso a contar con el 80% de la opinión pública a su favor, Putin puede estar cavando su propia tumba. Precisamente el sistema colonial soviético, con el derroche de recursos y dineros a las maltrechas economías de sus aliados socialistas, fue lo que llevó al colapso de la URSS y a su nada heroico final. La economía rusa ya está en recesión, la confianza en el país está bajo mínimos, los capitales están saliendo hacia el exterior, la nación es absolutamente dependiente de la exportación de materias primas y la ruptura de las relaciones con sus tradicionales mercados, que ni siquiera Putin puede desdeñar, no hacen presagiar un escenario nada halagüeño para los próximos años. ¿Se volverá a repetir la historia?