“Una multiplicidad no tiene ni sujeto ni objeto, sino únicamente determinaciones, tamaños, dimensiones...” (Deleuze & Guattari)
Cuando hablan de personajes del año, siempre termino pensando en la multitud. En aquellas nuevas ciudadanías libres, empoderadas, diversas, activas, que participan, controlan, deciden e inciden; que participan de redes de opinión, con las que fluyen información, se articulan, se movilizan, presionan; que se prenden para reivindicar causas propias o transversales, que las unen; que son capaces de mirar a los ojos al otro, para dialogar y llegar a acuerdos, de buena fe; que votan, sin prevenciones ni coacciones, por propuestas pertinentes para la vida digna; que han resignificado el poder constituyente, el pluralismo, la soberanía; que no se dejan manipular por las cortinas de humo o con el periodismo de distracción; que no las afligen las encuestas ni las amedrenta el ‘lobo feroz’ de la globalización, el neoliberalismo o de la represión; que han dejado de preguntarse, en el país que nos tocó: sin el ‘coco’ —de las Farc—, ¿qué nos va a unir?; que no les pica la lengua en las redes sociales o en la movilización social, para ponerle coto a reformas regresivas, como el IVA a la canasta familiar, a grandes negocios corruptos, o a nombramientos inconvenientes en el alto gobierno; que le exigen a quienes le otorgaron un mandato popular con su voto; que comprenden que el único límite a la arbitrariedad es la profundización de la democracia. Que pueden llegar a ser mayorías, con vocación de poder, si se reinventan ante las derrotas.
Estas mismas ciudadanías libres que se expresaron, a su manera, en el debut de una especie de primarias, como lo fueron las consultas interpartidistas, en la carrera presidencial, como la naranja, de la centroizquierda, y la de la extrema derecha. Que logró redistribuir una gran porción de la torta de las curules en el Congreso de la República; en lo nacional, con las listas de coalición, como experiencia a valorar, las Listas de la Decencia o las del Polo y del Partido Verde; y otras listas unitarias de sectores alternativos, como con la Coalición Colombia auriverde, en candidaturas regionales a la Cámara de Representantes, que conllevó a una nueva conformación de la rama legislativa, en el marco de la vigencia del Estatuto Gobierno Oposición, con un tercio en la oposición, otra porción de partidos en el nicho independiente, y el resto gobiernistas; que ha generado un fenómeno político sin precedentes, así entre el diablo y escoja, en el que no hay una mayoría significativa, para carrilear las propuestas del gobierno actual o emergen frenos de mano, en contrapeso, que le ha dado vuelta al debate parlamentario, al control político y a las coaliciones de gobernabilidad, en ambas cámaras.
Las nuevas ciudadanías que hicieron crecer los fenómenos de Gustavo Petro y de Sergio Fajardo, en la primera vuelta presidencial, y les faltó, quizás como siempre, el centavito para el peso, pero que puso en el ojo del huracán a las élites, al moverles el piso para que, a manteles, se sentaran a parcelar el pastel —ojo sin mermelada—, según ellos, y en unidad de acción, frente a todo el mundo, y sin tapabocas, sino para preservar intereses y privilegios, enfrentar a la que llamaban la amenaza de democratizar el país, mientras algunos para ir a apreciar ballenas, se bajaban del barco y otros firmaban en mármol un acuerdo político, para un gobierno alternativo, que se aplazó (¿?), quizás, para las próximas primeras de cambio.
Devinieron las esperanzadoras votaciones en la Consulta Anticorrupción, que llevó a un cisma en el Partido de Gobierno, mientras el Presidente llamaba a votar a favor del sí, muchos de sus congresistas hicieron campaña por la abstención y el no, entre ellos, su líder natural, mientras crecía la audiencia de las ciudadanías que anhelan el cambio y están asfixiadas por la alta tributación, las brechas sociales, la falta de transparencia en el manejo de la cosa pública y la pauperización de su vida propia. A pesar de esto, en este año hemos visto en acción a una multitud de gente aliada, en una búsqueda de un mejor vivir, en mayoría de la clase trabajadora y de las ciudadanías juveniles, que poco se resisten al cambio, que se encienden en la protesta social o en los espacios ciudadanos de participación, como con las masivas movilizaciones de los estudiantes, los docentes, los campesinos, las víctimas de las muertes de líderes sociales, en fin, y de otros grupos de presión que resisten en las calles, en las corporaciones públicas y en los tribunales, por la calidad en la prestación de los servicios públicos, como el desabastecimiento de agua o el desastre de la energía eléctrica, en el caribe.
En la actual, pareciera, variedad de la democracia sin partidos, cuando hay alternativas de bienestar social, aparecen las nuevas ciudadanías que les duele el país, que lidian por la legitimidad de sus instituciones, su población, su territorio, su justicia social, su economía, su poder adquisitivo, su biodiversidad, su saber, su historia, su cultura, su desarrollo humano y social, su nación, su seguridad, su relación con el territorio en convivencia con la naturaleza y en adaptación al cambio climático, y su sitial en el mundo. Gente que cree en un buen futuro en paz. Que comprende la idea de que recuperar la participación democrática y el compromiso ciudadano, aunado al sentido común, ayuda a mejorar el mundo de la vida del man de a pie. Que, si se unen, y se canalizan por la ruta del bien común, pueden cambiar este país. Acá la pregunta sería: ¿Estos son los atisbos que anuncian un cambio en las estructuras de poder en Colombia? Si es así, ojalá no sea solo un cambio de manos de una élite a otra, como en la primera independencia, sino que nos unamos por una nueva era de justicia, igualdad, libertad, derechos, equidad y democracia amplia en Colombia. Este pacto político, seguro si lo firmaríamos todos, con gusto, en hierro y en roca.