Con la prisa del ser humano por querer volver rentable lo que no se puede comprar ni vender como la familia, la amistad o el amor, se cruzan casi siempre los intereses en el comercio de la naturaleza.
Una de las estrategias del capitalismo salvaje es publicitar algo tradicional con un enfoque nuevo. No es asombroso, aunque lo sea, encontrar que la gente se vuelva histérica comprando objetos con figuras de búhos, elefantes o gatos. Cada cierto tiempo los medios de comunicación, el mercado, y las personas, hacen de sus preferencias animales, un hobby y un show de moda.
Para que la campaña de venta funcione, hay que echar mano también de la ciencia, y es por eso que mediante la genética, más específicamente la eugenesia, se pueden modificar los rasgos de los animales a nuestro gusto. Tal es el caso de los Mini Pigs o Tea Cup Pigs, es decir, cerditos (ver foto). Los puerquitos miden alrededor de 6 cm y alcanzan hasta los 30 cms en avanzada edad. En 2010, estos cochinitos costaban cerca de 677 euros; un poco más de 1,8 millones de pesos colombianos.
Ahora todos los famosos quieren tener, o ya tienen, un cerdito. En Colombia estos son los animales de moda, que han aplastado a los que alguna vez estuvieron en los altares de la popularidad: los tigres y las cebras.
Mucha gente piensa que ama a los animales, ¡como si para amarlos tuviera que comprarlos! De esto precisamente se trata el discurso de dominación comercial del capitalismo: todo lo que hay en la tierra es y debe ser objeto de compra y venta. Creemos que todo nuestro amor depende de la posesión, pero estamos equivocados. Entre menos tengamos, más felices y livianos podemos vivir.
Los animales hacen parte de la naturaleza y en ella deben estar. Habría dos clases de seres humanos que, a mi parecer, intervienen en la obtención de este tipo de especies “aptas” para un hogar: quienes están o se sienten terriblemente solos, que no saben cómo darle sentido a su existencia, y por eso tienen que tener un animal con el cual pasar el rato; o quienes se sienten tan plenos con sus vidas, que desean compartirlas con otros seres humanos y animales.
El problema en estos dos casos, depende cómo se haga: si entendemos que los animales no son para comprar y vender, y dejamos de contribuir con ello, acabaremos con nuestro aporte violento cuando participamos en esa cadena de extirpación del animal de su hábitat natural y su comercialización, ya sea legal o ilegal, que terminan siendo lo mismo. Y si en cambio, adoptamos a un animal callejero, como a un perro, le daremos otra oportunidad de tener una vida más digna, y haciendo esto, no tenemos que seguir siendo eslabón en la cadena de este capitalismo que vende hasta la dignidad de las personas.