El rearme de Iván Márquez, Santrich y sus secuaces era un secreto a voces, además de una noticia esperada por una parte del pueblo colombiano. Sin embargo, verlos nuevamente armados y vestidos de camuflado, pretendiendo convencer a un pueblo cansado y agobiado por tantos años de guerra, generó polémica y reafirmó la polarización en la que nos encontramos sumidos.
Salieron voces culpando al gobierno, que desde antes de acceder al poder asumió su postura en contra del proceso y ya ejerciendo su mandato constitucional inició una serie de actuaciones que pretendían reformar los acuerdos, reducir los alcances de la JEP, lo que llenó de desconfianza y torpedeó la implementación eficaz y real de lo acordado.
De la misma forma, en la otra orilla, endurecieron el discurso, culparon al gobierno Santos, desmeritaron lo acordado, negaron la voluntad de paz de la inmensa mayoría de excombatientes, invitaron a recrudecer el accionar militar y llamaron a dar por terminado el proceso.
Es descabellado pensar que el gobierno y su grupo político son los únicos responsables del rearme de estos malhechores. Aunque es evidente su desavenencia en contra del proceso, también debemos ser conscientes de la falta de voluntad de paz de Iván Márquez y sus bandidos, su afán de evadir la justicia y su complacencia con el narcotráfico.
Además, la sociedad colombiana también ha contribuido a las dificultades de este acuerdo: hemos sido permisivos y hemos dejado que manipulen nuestra percepción, concepto y decisión sobre el proceso, de acuerdo a las conveniencias políticas de los líderes que aprueban o desaprueban lo acordado en la Habana. Nos ha faltado voluntad y una defensa férrea de nuestro derecho a vivir en un país en paz.
Tenemos una oportunidad histórica en nuestras manos: debemos desligarnos de cualquier posición concepción ideológica, rechazar que nos encasillen como ciudadanos propaz o antipaz, y consolidar y reafirmar lo que somos. Eso es algo que hemos viniendo perdiendo y que sería útil retomar. Si pensamos como país, nación y sobre todo como hermanos, creo que esta diatriba no sería causante de tanta división y discordia.
Hay que unir esfuerzos para exigir y reclamar la paz, un derecho que tienen todos los ciudadanos del mundo, al cual nosotros hemos renunciado, condenándonos al dolor, pobreza, muerte y desolación. Es hora de despertar, luchar por el anhelo y la esperanza de la inmensa mayoría de un pueblo que sueña con un mejor futuro en un país en paz, unido y lleno de oportunidades.
Cada vez demostramos ser una sociedad violenta y enferma, que se alegra con la confrontación y siente fascinación con las noticias de bajas en combate ocasionadas en ambos bandos. Solo reaccionamos y repudiamos la violencia cuando esta toca nuestras puertas, cuando es un allegado nuestro el que pierde su vida o se ve afectado por el conflicto, de lo contrario nos importa poco o nada el sufrimiento de las familias de militares o insurgentes.
Reaccionemos, no retrocedamos hacia ese pasado nefasto de muerte, desplazamiento y violencia que nos causó tanta dolor, tristeza y daño. Respaldemos el proceso, exijamos una implementación verdadera y efectiva, y apoyemos a esos centenares de combatientes que decidieron deponer sus armas. Así mismo, demandemos acciones militares contundentes contra los insurgentes que desaprovechen o rechacen la oportunidad y voluntad paz del Estado para reinsertarse y persistan en su absurda idea de la guerra.