El amor secreto de la hija de Jorge Eliecer Gaitán y Salvador Allende en pleno golpe militar

El amor secreto de la hija de Jorge Eliecer Gaitán y Salvador Allende en pleno golpe militar

Se conocieron cuando Gloria Gaitan llegó a Santiago a trabajar en esu gobierno y arrancó una apasionada historia que marcó la vida de la única hija del caudillo

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septiembre 11, 2023
El amor secreto de la hija de Jorge Eliecer Gaitán y Salvador Allende en pleno golpe militar

Hace unas semanas acompañé a Gloria Gaitán a recoger unos cuadros  de su casa paterna, ubicada en el centro de Bogotá. No era la primera vez que nos veíamos. En los últimos años hemos mantenido una comunicación constante y he aprendido a admirar su tenacidad y vitalidad a sus 84 años. Una de sus frases más elocuentes sobre su estado de salud, y que repite como un mantra es esa de que uno, mientras tenga por qué luchar, nunca estará viejo.

Ese día, cuando me mostró el edificio construido por Rogelio Salmona en 1975, el Observatorio Nacional, cuya inauguración se ha venido posponiendo casi de manera indefinida, le comenté que quería viajar a Chile a la conmemoración de los cincuenta años del golpe. Le pregunté por Salvador Allende. Nunca habíamos hablado de Salvador y ella se quedó como suspendida en el aire y volvió a repetir la palabra: “¡Ah, Salvador!” y habrá evocado sus recuerdos, pero con una elegancia aprendida, me sacudió del tema. No es un secreto que Gloria Gaitán fue el último amor de Salvador Allende. Basta con googlear los dos nombres y encontrarlos. Pero también hay mas de un documental que da testimonio de aquella relación. La última vez que se vieron fue el domingo 9 de septiembre, cuarenta y ocho horas antes de que el comandante en jefe del ejército, el general Augusto Pinochet, ordenara bombardear la casa de la Moneda. Allende, añoraba que Gloria tuviera un hijo barón que sería, lo repetía: “El hijo de Allende y Gaitán”.

La hija del caudillo colombiano hacía parte del círculo más íntimo del líder socialista, compuesto por Danilo Bartulin, su médico personal, Víctor Pey, su mejor amigo y principal asesor, y Joan Garcés. Era una relación medio extraña, extremadamente platónica que se basaba, por ejemplo, en la obsesión que tenía Allende por enseñarle a jugar ajedrez a Gloria. En eso se pasaban las horas y podrían durar hasta las cuatro de la mañana hablando incesantemente.

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Gloria una vez le dijo a Allende: “Yo nunca te he visto de día” y el Presidente, acomodándose a sus deseos, le organizó una ida ese 9 de septiembre a la casa presidencial de Tomás Moro en Santiago. En ese momento ya Allende estaba completamente acosado por el ejército y las marchas que advertían, con rabia porque no iban a dejar convertir Chile en una nueva Cuba. Ese domingo raramente soleado para ser invierno, Gloria estuvo acompañada por sus dos hijas, María y Catalina. Allende les regaló un hongo de madera y unas Matriushkas que había traído de Moscú.

Esa noche de domingo regresaron a la Moneda y Gloria se encerró a jugar ajedrez con él. Allende vio que, al lado de la ventana, estaba floreciendo un cerezo, y le dijo a su compañera, con el ceño fruncido: “Yo nunca veré crecer esa flor”. Sabía que, en caso de que le hicieran un golpe de Estado, jamás saldría vivo del Palacio presidencial. Gloria le suplicó que se fuera, que habían formas de combatir a los fascistas desde el exilio, pero a Allende huir le parecía de cobardes. Fue la última vez que lo vio.

Gloria es una mujer de una resolución absoluta. Me hubiera gustado conocerla hace cincuenta años, cuando era impetuosa, capaz de pedirle a Allende que le dijera el nombre del general que le iba a hacer el golpe. “Si tu quieres, yo lo mato”, se le ofreció y Allende no quiso saber nada. Lo único que quería era mandarla de vuelta a Bogotá porque sabía que si se quedaba en Santiago los militares la matarían. Pero se quedó. Gloria sabía que Allende estaba casado con Ortesia Bussi y que además se encantaba con otras mujeres, como su secretaria, Miria Orea Contreras Bell, la Payita, le decían, pero aun así sentía una devoción absoluta.

Ella había llegado a Chile en enero de 1973, poco después de haberse separado de su primer esposo, Luis Emilio Valencia, vicepresidente del Partido Comunista Colombiano, con quien había tenido sus dos hijas.  Había conocido a Allende en La Habana en 1959, pocos meses después de que los barbudos de la Sierra, liderados por Fidel Castro, derrocaron a Batista. Según le contó en una entrevista hace veinte años a la revista The Clinic, de Chile, le dio más impresión conocer a Allende que al Che. En Chile, Gloria trabaja en la oficina de planificación, Odeplan, en donde ejercía funciones de economista. Salvador Allende se fijó en ella, era la hija de Jorge Eliecer Gaitán. 

Era tal su devoción que ella no recibía un peso por su trabajo en Odeplan y, aunque a veces pasaba dificultades con sus hijas, jamás le pidió nada al Presidente.

Todos los días, Gloria llamaba a las 8 de la mañana a Salvador Allende. El 11 de septiembre de 1973 lo llamó, pero no contestó. Se fue con Sara, una amiga judía, al Ministerio de Educación, subieron a la terraza y desde ahí vio cómo los aviones de guerra dejaban tirar sus bombas sobre el palacio de La Moneda.

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A Gloria la estaban buscando los militares para matarla. Busca protección en la embajada de Colombia y el embajador el barranquillero  Juan B. Fernández propietario del Heraldo, estaba renuente a abrirle las puertas y la deja en la calle. Fue definitiva entonces la intervención de Enrique Santos Calderón, el influyente periodista de El Tiempo quien había viajado a asistir a una conferencia en Santiago,  quien logró entrarla a la embajada. Sólo hasta el 20 de septiembre pudo salir de Chile. Al llegar a Bogotá, le contó a su mamá que estaba embarazada de Salvador Allende. Unas semanas después, mientras caminaba por la carrera séptima de Bogotá, Gloria sufrió un aborto espontáneo. Fue un duro golpe para ella.

Han pasado cincuenta años y Gloria Gaitán está frente a la tumba de su papá, el gran Jorge Eliecer Gaitán. Mucha vida, mucha historia ha pasado por sus ojos. Le vuelvo a preguntar sobre Salvador Allende y ella sacude la cabeza. Le duele. No quiere hablar. Empieza a llover y le ofrezco la sombra de mi paraguas, pero ella se hace a un lado y prefiere caminar por su cuenta. Yo me muevo con dificultad, ella no.

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