¿Qué se podrá sentir cuando para ganar se tiene que acudir a acuerdos burocráticos y arreglos económicos para dividir el voto de opinión? ¿Qué sensación tendrán de saber que se contaba con la burocracia, el apoyo de gobierno y sus maquinarias para derrotar a cualquiera, pero aun así no les alcanzaba?
Debe ser muy triste ser consciente de que tuvo que hacer la campaña más cara del mundo, porque nunca logró ser el preferido de la gente. Bastante amarga debe ser esa credencial cuando se tiene el peso de haberse movido con dádivas en el día electoral porque no había otra manera ganarse la voluntad de la gente.
Qué complejo y arriesgado será tener un gobernante al que no le importó la forma de llegar, sabe que estará en una silla que no ganó en franca lid y vivirá un mandato donde no podrá gobernar con autoridad y autonomía, porque casi todo se lo debe a terceros que tuvieron que salir con recursos o presión para salvarle la campaña.
Por eso no hay felicidad completa, sino un sinsabor que no lo dejará dormir tranquilo durante sus 1461 días de gobierno. Es el peso de saber que se llegó al poder no por una merecida victoria, sino que también tuvo que hacer serie de pactos con base en prebendas para lograr una mayoría simple en las urnas y caer por un tobogán en el poder.
Lo más mortificante para este tipo de mandatarios será saber que ostentan un cargo, pero no tienen el control. Llegar maniatado no tiene sentido, ni le dará ningún tipo de manejo y, lo que es peor, será asumir un puesto sin liderazgo porque no fue elegido por unas mayorías, sino por el trueque político que realizó una minoría.
Ganar así no le ofrece garantías a la gente y este es un simple detalle que seguramente a muchos se les olvidó a la hora de votar. Infortunadamente serán varios los ciudadanos los que tendrán que vivir con el peso moral de ver la llegada de un mandatario que inicialmente estará para cumplir los compromisos adquiridos con quienes lo subieron, mientras los problemas de la comunidad pasarán a segundo plano.
Esas son las implicaciones que deja el día electoral. Para el político que llega al poder a través del todo vale, el amargo sabor de reconocer que esa no es su victoria y no poder actuar con autonomía, mientras para el ciudadano que se dejó arrastrar por la corriente, un período de lamentos y quejas por una mala decisión.
