Cuando Leonel Álvarez marcó el gol que le daría la primera Copa Libertadores al Atlético Nacional, el 31 de mayo de 1989, su expresidente y máximo hincha, Hernán Botero Gómez, estaba en una estrecha celda de tres metros cuadrados en Rochester, Estados Unidos. Lo acompañaban dos presos también colombianos, que intentaban oír el partido pegados a un radio viejo y mal sintonizado. Allí, con la señal entrecortada, Botero pudo escuchar a un emocionado Leonel dedicarle el triunfo a él, el hombre que empezó a convertir al Atlético Nacional en el club más ganador del fútbol colombiano.
Antes de ser detenido en 1984 por los delitos de conspiración, encubrimiento mediante recursos y artificios de hechos sustanciales, complicidad en delito, fraude en el correo y lavado de cerca de 60 millones de dólares, Hernán Botero había sido, desde su entrada al club en 1962, el mandamás del Nacional. Fue suya la idea de contratar a Oswaldo Juan Zubeldía, el técnico argentino que había sacado campeón del mundo a Estudiantes de La Plata y que revolucionaría al fútbol colombiano enseñándole a Francisco Maturana, discípulo y jugador, sus secretos tácticos.
Pero no fue solo la llegada de Zubeldia su aporte. Por iniciativa de Botero, quien pensaba en grande, llegaron los argentinos Coco Rossi, Eduardo Balassanian, Juan Urriolabeitia, Juan Carlos Lalliana, el peruano César Cueto y el campeón del mundo José Luis Brown. Pasaba de ser un equipo de mitad de tabla a la órbita del fútbol continental. Pero Botero también inició el camino hacia su popularidad con la entrada gratuita de estudiantes al estadio y permitiéndole a la gente estar en contacto con los jugadores.
Botero se recordará más por ser el primer colombiano extraditado a Estados Uniods que por sus logros como empresario deportivo. En la fría madrugada del 5 de enero de 1985 lo fueron a buscar a su celda dos guardias altos. En su mirada descubrió que había llegado la hora temida. Buscó una sudadera con los colores de su equipo amado, la vistió y aceptó lo inevitable. No solo para su esposa Lía Montoya, sino buena parte de la opinión pública vio en esta decisión gubernamental la arbitrariedad de una respuesta desesperada, presionada por los Estados Unidos, al asesinado por los narcos del exministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla.
Botero había heredado de su padre, Roberto Botero Soto, el hotel Nutibara. Compró unos cuantos camiones y un negocio de finca raíz. Vivía en una casa en el Poblado. Sin embargo, habían rumores que lo asociaban con una inmensa operación de lavado de activos que había beneficiado al Cartel de Medellín. De allí su extradición. Fue humillado y tratado sin consideraciones en las correccionales de Greenville, Waseca, Rochester, Oakdale, Marianna, en donde vivía en mínusculas celdas oscuras, claustrofóbicas, sin ventanas, acompañado casi siempre por dos peligrosos criminales a los cuales ni siquiera conocía.
Recibía centavos de dólar por cada camisa que doblaba. Obtuvo una rebaja de 17 años de la pena por buen comportamiento y en el 2002, justo cuando cumplió 69 años, regresó libre a Colombia. Murió esperando que prosperara la demanda de 50 mil millones de pesos impuesta al Estado colombiano por su injusta detención y posterior extradición. Además del dinero, vivía obsesionado por limpiar su nombre y con el sueño de disfrutar en el estadio la segunda Copa Libertadores de su equipo. La vida no se lo permitió. Murió en Medellín el pasado 30 de junio.