Marguerite Duras, la prolífica novelista, guionista y cineasta francesa, se hizo célebre en 1984, año en el que publicó su novela más reconocida: El amante. Precisamente, cuando llegó a mis manos uno de los primeros ejemplares traducidos, me cautivó la manera con que fue concebida, dejando entrever una voz femenina bastante íntima, que con el pasar del tiempo me hace volver a ella para recordar lo que sentí al leerla.
Antes que cualquier otra cosa, es indispensable decir que Marguerite Duras nació en Saigón, en la época en que Indochina era una colonia francesa. Su familia dependía de un cargo público: la madre era una maestra de escuela, que al quedar viuda y al intentar prosperar vanamente como agricultora, tuvo que hacerse cargo de dos varones y de una adolescente consciente de sus penurias económicas. Se puede decir que son datos que ayudan a la interpretación de su novela y, por qué no, a identificarnos con su narración.
Narración que inicia, precisamente, cuando menciona las penurias de la niña francesa arruinada, pobre, con pocos privilegios en un mundo tropical en donde no bastaba con ser europea para sobresalir. Es más, nos dice que su ropa eran vestigios de lo que una vez usó la madre. Por eso no dudó en acercarse al hombre chino, el burgués local que tenía un matrimonio pactado, y que lograría convertirse en el amante y en el sostén de su empobrecida familia.
Hoy me atrevo a decir, claro está, sin faltarle el respeto a la escritora, que sutilmente ella quiere que se entienda el porqué de su decisión, esa que la llevó a perder la virginidad por dinero, dejando de lado el amor y la inocencia que caracteriza a las mujeres que han decido explorar su sexualidad. Digo esto porque ella vio en esa decisión una necesidad, la salida a los problemas de la madre, que termina contribuyendo a que sus encuentros amorosos se mantengan y prosperen, aunque no sean de su agrado.
No la estoy juzgando, simplemente quiero que se entienda que todo lo hizo por algo circunstancial: sobrellevar una vida sin privilegios con la ayuda de un próspero comerciante chino. Por lo tanto, su novela es valiente, termina confesando algo de su vida íntima, que mal analizada sería vista como una tacha en la vida de una reconocida mujer, lo que sería una mala interpretación de lo que realmente vivió lejos de la Francia liberal que vio nacer a su familia.
Cualquiera diría que todo se trata de poetizar la prostitución, o que solo quiso literariamente compartirnos su alma: los secretos que muchas veces se deben callar. Sin embargo, terminamos convencidos de que todo lo que hizo quedó perdonado con su relato, porque es consciente de sus actos, mirando la vida como una novela en la que hay días grises y luminosos. Hoy le dedico estas brevísimas líneas, ya que pocas veces se conciben obras autobiográficas tan llenas de verdad, la verdad que muchas mujeres, por las razones que sean, jamás se atreverían a decir.