El amante de la señora
Opinión

El amante de la señora

La más sugestiva versión de El Amante de Lady Chatterley estrenada por Netflix y dirigida por una francesa, rescata la dimensión femenina sensual y sexual del libro

Por:
diciembre 27, 2022
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De El Amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence, historia que transcurre en 1913, se han hecho tres películas en el siglo XXI. Dos francesas y una inglesa. La más sugestiva acaba de estrenarse en Netflix, dirigida por una mujer francesa, o sea con doble sensibilidad, Laure Clermont-Tonnerre, que convierte en imágenes sexuales explícitas, el texto crudamente explícito de Lawrence, que tanto escándalo produjo en su tiempo. O sea, utiliza el cine que es el lenguaje de las imágenes para traducir el libro que es el lenguaje de las palabras, como debe ser. Lady Chatterley con ojos de mujer.

Después de la liberación femenina y el total empoderamiento de la mujer en la sociedad, posteriores a la publicación del libro, lo que queda de la historia un poco corriente de una señora solitaria que busca un amante entre la servidumbre (casos se han visto) abandonando a su marido, rico, noble e impotente, es más un despiadado retrato de la sociedad victoriana que un estudio de los sentimientos femeninos. Porque casi cien años después de su publicación, las conversaciones de los amigos intelectuales de los Chatterley, vanas, pedantes, reflejando la confusión de la inteligencia europea ante los efectos de la Primera Guerra Mundial; el paisaje de los Midlands  devastado por la industrialización, ennegrecido por las minas de carbón que van sepultando bajo una nube de hollín los palacios de la aristocracia; la insurgencia de las nuevas clases con su precisa ambición de dinero y su falta de principios, resultan más interesantes ahora, que las debilidades, con las cuales a veces nos sentimos tan solidarios, de Lady Chatterley.

Lo que hace Laure de Clermont-Tonnerre, es rescatar esa dimensión femenina sensual y sexual del libro. Devolverlo a sus orígenes por así decirlo. La señora y el guardabosques bailando desnudos bajo la lluvia o descubriendo el sexo, en escenas que no dejan nada a la imaginación, son producto de las licencias que se toman los directores de cine, pero que reflejan lo que quizás es la clave de la obra: el tamaño del descubrimiento mutuo del placer cuando se funde con el amor, dos cosas que casi nunca van juntas. Más dramático cuando Lady Chatterley es interpretada por Emma Corrin, a quien acabamos de ver en el papel de la princesa Diana eng, tan frágil, tan inestable, tan atrapada en su jaula dorada.

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La señora y el guardabosques bailando desnudos bajo la lluvia o descubriendo el sexo, en escenas que no dejan nada a la imaginación, reflejan la clave de la obra: el tamaño del descubrimiento mutuo del placer cuando se funde con el amor

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No es difícil comprender el escándalo que por el tratamiento directo del tema sexual produjo su publicación en 1928. Situado en el campo, en una familia de la pequeña nobleza rural, durante el reinado de Jorge V donde sobrevive todo el protocolo del imperio, cuyo poder comienza a desvanecerse, Wragby, el dominio de Chatterley, es el escenario perfecto para el ejercicio de las virtudes sociales de la aristocracia. Lawrence se complace en usarlo para demostrar la debilidad de una estructura social que parecía hecha de piedra. Debilidad que nacía de la presencia y la presión ubicua de un país nuevo, creado por la industrialización y decepcionado por la guerra que va arrinconando a los antiguos señores, en una invalidez igual a la de Lord Chatterley.

Mellors, el guardabosques, hijo de minero, es el representante fiel de ese mundo emergente que todo lo conquista, de esa energía inatajable de quienes descubren tardíamente sus derechos. Lady Chatterley aporta la energía, igualmente incontrolable, de quienes descubren tardíamente sus placeres. Ese encuentro explosivo es la razón por la cual se fugan y son probablemente felices. André Malraux dijo que alguna vez alguien escribiría un libro horrible sobre la vejez de Lady Chatterley, queriendo decir que una vez acabada la pasión vendría la nostalgia por el señorío perdido. No tenía razón, porque lo que ella dejaba estaba a punto de derrumbarse y lo que descubría era nada menos que la libertad que la época moderna concede a quienes deciden vivir en ella.

Lady Chatterley sería lo que hoy se llama una mujer liberada, que escoge su pareja sin fijarse en sus orígenes sociales, ni en su patrimonio, sino en una atracción primitiva, que puede confundirse con el amor o puede ser amor, pero tiende a ser pasajera. Su padre, práctico, le dice: consigue un amante, pero mantén el título y el señorío, porque lo primero es transitorio y lo segundo permanente. Ella, hace todo lo contrario, asume como permanente lo que quizás sea flor de un día, ese amor pasional que es eterno mientras dura. No conocemos el final de la historia, si fue un matrimonio feliz y prolífico, pero de alguna manera, no es tanto  una historia de amor como la quiere presentar esta versión femenina tan bien lograda y tan conmovedora, sino más bien una historia exitosa de rebeldía, cuyo trofeo es el placer.

 

 

 

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