El almacén de calzado en pleno centro de Bogotá que vende más vinilos que zapatos

El almacén de calzado en pleno centro de Bogotá que vende más vinilos que zapatos

Don Élkin Giraldo completa 35 años curando y vendiendo joyas musicales de vieja guardia. Refugio de músicos, melómanos y coleccionistas con más de 100.000 acetatos

Por: Ricardo Rondón Chamorro
octubre 30, 2020
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El almacén de calzado en pleno centro de Bogotá que vende más vinilos que zapatos
Foto: David Rondón Arévalo

Así como hay ratones de biblioteca, los hay también de vinilos.

De unos años para acá y a ritmo acelerado, vienen proliferando —con el respetuoso uso de la acepción— los ratoncillos de discos, esas pastas musicales que hicieron eco a principios de la década de los 40, poderosa iniciativa de sellos americanos como Columbia Récords y la RCA Víctor (la del perrito del gramófono), que irrumpieron con este revolucionario formato, también conocido como acetato, materia prima de su fabricación.

Ratones de vinilos por doquier, que en Bogotá y en las principales capitales colombianas husmean por nichos y bodegas insospechadas para seguir el rastro de la melodía de sus predilecciones, en géneros como rock, salsa, vallenato y tropical, hoy por hoy de los de mayor demanda: “Esas viejeras que siguen vigentes no obstante el paso del tiempo y de las apabullantes novedades tecnológicas”, al decir de Marco Aurelio Álvarez Camargo, el veterano musicólogo y reconocido hombre de radio.

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Un ejercicio de nostalgia, que no solo tira del carro de los jubilados que aún conservan radiolas o tornamesas de antaño para seguir alcahueteando el gustico de pinchar discos y sentir el placer del scratch, sino de jóvenes con mentalidad de viejos que admiran y estiman el valor sentimental de estas formidables piezas: la originalidad y nitidez del sonido (superior al de formatos avanzados), el diseño de sus carátulas, algunas verdaderas obras de arte, la documentación impresa en las mismas, y el tiempo y las vueltas que se invierten en recuperarlas.

Cuando don Élkin Giraldo Giraldo abrió ilusionado y con el perrengue de negociante paisa su almacén de calzado Cosmos, en el corazón de Bogotá, seguramente no intuyó que treinta años después esa quimera de iniciarse en la prosperidad como el comerciante del zapato de mejor calidad —el de manufactura nacional—, le iba a deparar a la vez la gratitud y satisfacción de albergar en su zapatería más de 100.000 vinilos, que la hace única, por lo menos en Colombia.

Giraldo llegó a la capital a finales de los años 70, procedente de Medellín, con la ilusión de trabajar y hacer empresa. Venía con sendos títulos de filosofía, latín y teología otorgados por la comunidad de los padres Agustinos Recoletos, y estuvo a punto de vestir los ornamentos sacerdotales en el Seminario de Manizales, de los cuales desistió por asumir una cátedra de vocacionales, humanidades y religión en la Pontificia Universidad Bolivariana, pero la irrisoria paga de toda la vida a los maestros en Colombia, lo defraudó.

A Bogotá llegó a trabajar a órdenes de los propietarios de la cadena de almacenes de calzado Cosmos, los hermanos Ortiz (Germán, Humberto y Gustavo), santandereanos ellos, y llegó al cargo de administrador hasta 1985, cuando con un préstamo y sus ahorros decidió independizarse y abrir su propio local en el barrio Venecia, con el nombre de Amadeus, en homenaje a Mozart, el genial compositor, y en general a la música clásica.

Al poco tiempo, los Ortiz, que ya habían hecho capital suficiente con sus negocios y querían retirarse, le ofrecieron a Giraldo uno de sus locales en arriendo. Nadie más que él, por su capacidad de trabajo, honestidad y responsabilidad, para confiarle la prestigiosa marca. Don Élkin aceptó honroso la oferta.

Comenzó tomando en arriendo un primer almacén, el de la calle 17 con carrera 8°, por el que pagó $350.000. A los seis meses alquiló el del frente por la misma suma, y con el paso del tiempo el resto de los locales, de ocho que integraban la cadena Cosmos, uno en la calle 15 con carrera 9°; otro en la calle 20 con carrera 8°, y dos más en la carrera 10° con calle 21. Al final todos los terminó comprando. De ellos, a la fecha, solo quedan tres.

Lo curioso es que Giraldo, por su devoción a la música clásica, fue adquiriendo y dejando a la vista en sus almacenes de calzado las colecciones por entregas del sello Salvat, con 100 elepés, y otras de la misma rúbrica, las de blues y jazz, pero también discos raros que rescataba de anticuarios, del mercado de las pulgas, y de cotizadas vitrinas musicales de esa época como La Rumbita, Mercado Mundial del Disco, Bambuco y Discorama.

Fue así que se percató de que el cliente, a la par de interesarse por los zapatos, lo hacía por los acetatos. Le preguntaban que si estaban a la venta, y él, afirmativo y con su amabilidad y palito de excelente vendedor, los facturaba a precios accesibles al bolsillo del consumidor. Cuando se dio cuenta, Giraldo tenía repletas sus bodegas, no solo de zapatos, sino de vinilos.

A partir del año 2000, el negocio del calzado hecho en Colombia, ante la imperiosa afluencia del zapato chino de cargazón —del que se dice no aguanta más de un aguacero— y su ridículo precio, fue decreciendo, y en consecuencia perjudicando la industria nacional. Pero don Élkin, visionario, estaba más que preparado para enfrentar la crisis: la clientela del vinilo se hizo más solícita y frecuente, al punto que en la actualidad vende más discos que zapatos.

De aquella fecha, Cosmos ya es reconocida como la zapatería, seguramente única en el país, de puertas abiertas a musicólogos, músicos (de la talla de Julio Ernesto Estrada, el popular Fruko, pionero de la salsa en Colombia), coleccionistas, disc-jockeys (como el alemán Hans Wentzler), melómanos, radiodifusores (Marco Aurelio Álvarez) y afiebrados, en finadas cuentas, ratones de vinilos que no escatiman en tiempo para buscar y rebuscar en las estanterías de los almacenes la melodía como material de consulta, o para retroalimentar sus vinilotecas y regalar a sus seres queridos.

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La sobrada ventaja, de tiempo atrás, que Giraldo le lleva a su competencia de comerciantes de acetatos, desde los mayoristas especializados en salsa o tropical, hasta los de escaso recaudo que trabajan al menudeo, es que él es depositario de una existencia musical que abarca todos los ritmos y géneros del mundo, como lo afirma Marco Aurelio Álvarez, su amigo y visitante asiduo:

“Desde que descubrí Cosmos, en mi agenda siempre ha estado planillada la visita a esos tesoros que don Élkin tiene tan bien conservados y clasificados en las bodegas de sus almacenes: esa curiosa combinación de zapatos y vinilos, desde lo clásico a lo popular. Se pasa uno las horas espulgando, como decía mi mamá, entre pastas de 45, 78 y larga duración”.

“Allí me he topado con joyas del gran Enrique Caruso, Sarita Montiel, Alfredo Sadel, Carlos Gardel, Charles Aznavour, Edith Piaf, hasta lo más recóndito y popular de Agustín Lara, Daniel Santos, la Sonora Matancera, las sensacionales big band venezolanas que tanto nos hicieron bailar y gozar: la Billo’s, Los Melódicos, Los Blanco, ni hablar de orquestas colombianas como Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Los Hermanos Martelo, Los Corraleros, y toda la música inimaginable del planeta, de China, la India, Egipto, Francia, Alemania, Irlanda, República Checa, Rusia, México, Argentina, Italia, Estados Unidos. De aquí me he ido con alhajas que atesoro en mi viniloteca”.

Igual es el parecer del periodista, académico y teórico de la comunicación Éric Palacino Zamora, experto en música tropical colombiana, y en folclore vallenato, que pondera los archivos musicales de Cosmos, no solo por la cantidad sino por la calidad de músicas del mundo, las rarezas que se ha encontrado y lo bien conservadas, no obstante el tiempo considerable de haber sido publicadas:

“Aquí uno viene a la fija a adquirir lo que le gusta, y sin dar tanta vueltas. De hecho las promociones de discos están a la vista, con sus respectivos precios. Hay música para todos los gustos y es muy fácil ubicarla porque está organizada por géneros, en orden alfabético, que el cordial dependiente pone a prueba en su tornamesa Technics. Y entre registros y apuntes de valiosos documentos, uno comparte saberes y datos de entendidos y coleccionistas de Colombia y del extranjero, que se enteran de estos tesoros a través de su cuenta en Instagram: discoscosmos”.

“Hay espacios dedicados a la música de vieja guardia: tangos, rancheras, popular, latinoamericana, instrumental, pero también cubículos sorprendentes donde uno puede rescatar preciosas antologías del jazz y el blues de todos los tiempos, y colecciones de los grandes maestros de la música clásica. Y lo más importante para el afiebrado o coleccionista de a pie: que los precios no son exagerados como en otras partes. Don Élkin es coherente con la economía de bolsillo”.

Que la conservación de los discos sea uno de los atractivos que más refiere la clientela, tiene un remitente especial: desde que Giraldo le apostó al negocio de la música, él mismo se ha encargado de revisarlos cuando llegan a sus manos, y dejar en perfectas condiciones sus carátulas. No recibe pastas que estén averiadas o rayadas.

Cuarto aparte, en lo que él llama su clínica de mantenimiento, lo primero que hace es limpiarlos y desinfectar tanto pastas como carátulas. Esto, porque aquellas viejeras, como dice Marco Aurelio, han estado expuestas al polvo, o a los hongos y desechos de alimañas, polillas o roedores. Los empaques deteriorados los renueva con cinta transparente, cartones y fundas de plástico nuevas. Es una labor dispendiosa, de tiempo y paciencia, que él solo desempeña, independiente de sus empleados a quienes delega otras funciones.

En ese trajín de día, muchas veces de noche, y en los meses que por motivo pandemia estuvieron cerrados sus almacenes (porque hasta una cama tiene en el segundo piso del local donde más pertenece en caso de que lo venza el sueño), de tiempo completo, don Élkin da cuenta de testimonios increíbles en dichas labores:

Ha encontrado cartas de amor escritas a mano, cuando la correspondencia sentimental era la más esperada y fluía en bicicleta con el pito del señor cartero. También sobres con dinero camuflado en el interior del disco, entre el forro de plástico y el cartón, acompañados de pétalos de rosas; pero más impactante, carátulas con restos de sangre seca y panfletos de grupos paramilitares, como los que halló en las pastas que a precio de remate le compró hace años a una emisora del Casanare.

Don Élkin ostenta la memoria novelesca derivada de ese notariado de treinta años de comprar y vender vinilos, y de tener los contactos que lo ponen al día de una posible discoteca en venta, o del llamado de una señora entrada en años que le oferta la colección de su difunto marido, bien porque ya le hace estorbo donde vive, pero regularmente por premuras económicas.

En ese tema, Giraldo dice ser muy respetuoso, porque conoce de casos de negociantes que, sin escrúpulos, se enteran del deceso de un coleccionista y caen como moscas al funeral a susurrarle a la viuda que tienen el dinero contante y sonante entre bolsillo para comprarle a buen precio la música que por muchos años atesoró el que ya partió…, y que brille para él la luz perpetua.

Ahora que empiezan a repicar campanas de navidad, y con todos los derrotes, las calamidades y las quiebras que ha dejado a su paso el coronabicho maligno, Giraldo, como ha sido su costumbre año tras año, actualiza y renueva inventario de la melodía que nunca pasa de moda en esta temporada:

Cientos de discos guapachosos y de antología saltan a la vista con esa impronta de las carátulas a todo color que obliga a devolverse en el tiempo de aquellos diciembres que no volverán: los rostros juveniles de Gustavo El Loko Quintero, con Los Hispanos; de Rodolfo Aicardi, con Los Graduados, del Indio Pastor López, Guillermo Buitrago; Los Corraleros de Majagual, Fruko y sus Tesos, Joe Arroyo, Noel Petro, Los Teen Ayers, la Billo’s Caracas, Los Melódicos; Richie Ray & Bobby Cruz, y uno de los más solicitados, himno oficial de las despedidas de año, el de Cinco pa’las doce, el original de la RCA Víctor, sin descontar otro lacrimógeno de ley, El año viejo, original del compositor bolivarense Crescencio Salcedo, que en la voz del mexicano Tony Camargo —fallecido en agosto de este año—, se dio a conocer en el mundo.

Paradojas de la vida: justamente Élkin Giraldo Giraldo nació, como el Niño Dios, un 25 de diciembre de 1955, pero sostiene que no aprendió a bailar, que nunca en su vida ha asistido a una fiesta, que menos sabe de un paseo de olla o de una guachafita con tragos, porque es un abstemio incorregible. La pregunta es obligada y no da esperas: ¿y entonces qué hace don Élkin un 24 o un 31 de diciembre?

“He sido distante de todo lo que tenga que ver con fiestas y celebraciones. Eso no quiere decir que sea un tipo amargado, huraño, desprendido, no. Acepto que soy sedentario, del trabajo a la casa, y de la casa al trabajo. Y por ende un obsesionado por el trabajo. Para mí los domingos y festivos son días normales”.

“El 31 de diciembre, por amor y respeto familiar bajo la reja, y como en Cinco pa’las doce, la canción de Oswaldo Oropeza, interpretada por Néstor Zavarce (ambos venezolanos), me voy para la casa a recibir la bendición de mi viejita que ya frisa los 90 años; saludo a mis hermanos, ceno con ellos, y si el ambiente se caliente con francachela y tragos, me escabullo y regreso a dormir al almacén”.

Es que don Élkin, el papá de los ratones de vinilos, con sus 65 diciembres, y desde el fondo de sus más de 100.000 vinilos, también le hubiera inspirado un paseíto al gran Crescencio Salcedo, o al recordado Guillermo Buitrago.

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