El alcalde 'encartado' de Santa Marta

El alcalde 'encartado' de Santa Marta

"No le hace un rasguño a los grandes problemas de la ciudad, al tiempo que, como un gato con botas de caucho, anda, los barrios populares, sin derramar una gota de sudor"

Por: RICARDO VILLA SÁNCHEZ
junio 05, 2019
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El alcalde 'encartado' de Santa Marta
Foto: Twitter @SantaMartaDTCH

"Ganamos justicia más rápidamente si hacemos justicia a la parte contraria" —Gandhi.

Parece caricaturesco, el alcalde ‘encartado’ de Santa Marta. No podían haber escogido a otro mejor actor. Por ejemplo, sería simbólico, algo simple, como que le hubieren rotado en redes un meme, en que simula a uno de los villanos favoritos y empieza el tipo a cambiar su aspecto, algo así como a usar otros anteojos, mientras balbucea juramentos, en inglés cachaco, como si acá nadie le entendiera, quizás por su pronunciación; ojalá también cambiara el lente con el que mira los avances de la ciudad y hablara claro, en castellano.

Como si parodiara, en persona, a alguno de los personajes de la obra De Caos & Deca caos, del teatro La Candelaria, mientras la ‘chusma’, como los llama él, protesta en las calles o inclusive, en el Salón Blanco de la Alcaldía —del que mandó a su amo de llaves a que cambiara las guardas o simbólicamente a cerrarle las puertas a la gente, con vallas policiales—, el ‘encartado’ juega, como si fuera con una bola de lana, con el presupuesto público.

No le hace un rasguño a los grandes problemas de la ciudad, al tiempo que, como un gato con botas de caucho, anda, los barrios populares, sin derramar una gota de sudor, lleno de escoltas de su, al parecer, ejército de ocupación, en carro tanques alquilados, para llevarle el agua, que es de todos, a alto costo, a los más necesitados. Mientras la gente, en ese impostado espectáculo, le grita usurpador, él con cara de palo, cae parado, eso cree, al tiempo que se toma fotos solo, en un pedestal, mientras se rasca su cortina de humo.

Quizás, escondido en un rincón, seguro en el que le brillan los ojos de gato, trama el ‘encartado’, tomarse la empresa pública de servicios públicos, para entregársela a unos pocos, o que se apruebe un plan de ordenamiento territorial, de los tiempos de la colonia española, adecuado a los negocios de las élites —con quienes hace fiesta—, más que a los anhelos de las mayorías o a la idea de salvar al planeta.

El alcalde ‘encartado’, como si se lamiera las patitas, de nuevo quiere tapar el plan de desarrollo distrital, con un dedo o con una garrita. Cuando no la c…, la embarra. Él piensa que le ruge al cambio, echando para atrás compromisos reconocidos en el mundo entero, como lo son, algunas de las restricciones al uso del plástico, establecidas en la ciudad. Flaco favor le hace a la voluntad política de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, al maullarle, como gata en celo, al capitalismo del desastre, cuando, de manera pasiva, se allana a las peticiones de las corporaciones del plástico, en su demanda, dirigida a que se revoque la esperanza de que Santa Marta le aporte a atajar el calentamiento global. No es mentira, en los tiempos del efecto invernadero, sacó las uñas el gatito ‘encartado’: demandaron en Santa Marta, el moderno acto administrativo, orientado a la adaptación de la ciudad al cambio climático y el actual gobierno distrital, guardó silencio, quizás para revocarlo, sin tanto ruido, o para que se hagan pasito en las eventuales indemnizaciones, que si no actúa el distrito, en defensa de los intereses de la gente, de seguro, todos pagaremos, con nuestros impuestos.

Ese es el sonido del silencio, del alcalde ‘encartado’, así como el del gobierno nacional, que aún no se pronuncia sobre el nombramiento de alcalde encargado, proveniente de la terna enviada por el grupo significativo de ciudadanos que eligió a Rafael Martínez, ante su falta temporal, mientras los que transitoriamente debían seguir el rumbo, le han dado un timonazo particular al gobierno distrital o para beneficios particulares, tal cual a que como animales ingratos, tal vez extralimitándose en sus funciones o incumpliendo el mandato popular o el Plan Desarrollo Distrital actual, elegido por la ciudadanía, hayan despedido injustamente al gabinete, a cuenta gotas, cooptados a los que quedan, repartido el presupuesto de contratación (remember, para cumplir con el plan de desarrollo) feriando el erario entre las castas políticas tradicionales, mientras se rasca su barriguita, peludita, despachándose a su antojo, echándole arena, en su cajita —o más bien plástico— al mandato popular y mirando para otro lado, que la ciudad se torne caótica, violenta, insegura y se encuentre en la más grave crisis institucional de los últimos tiempos, quizá solo superada por la oscura época del dos veces destituido alcalde Hugo Gnecco.

En contrasentido a esto, se alarmen de que ante la recuperación de lo público y los avances en proyectos sociales, haya crecido la contratación de técnicos en el distrito, pese a esto, con total cinismo reparten el pescado entre las casas políticas que se han quedado calladas ante tamaña injusticia, en el control político en las corporaciones públicas. Sin importarle el golpe a la democracia que se vive en Santa Marta, con la eventual violación a la moralidad administrativa, a la autonomía de las entidades territoriales, al pluralismo y a la libertad política, al ejercicio de la oposición política, al voto programático, a la constitución y a las leyes y al mandato ciudadano del constituyente primario y soberano: el pueblo. ¿Qué responsabilidad ética o política les queda? o ¿a qué le llaman democracia y transparencia?

Inclusive, hasta algunos que hace muy poco se decían a sí mismos, frente al espejo, antes de salir a la calle: el cambio es imparable, el cambio es imparable. Leyéndolo en positivo. Hoy desde la planeación de escritorio, sin mirar el territorio, intentan personalizar un proyecto colectivo, poniéndole encima sellos a los logos institucionales del actual plan de desarrollo distrital que ni siquiera tapan el anterior, o con eslogans en los oficios del distrito, como esta joya: Rúgeles le ruge a la corrupción (¿con mal aliento’ o, más bien ¿le ronronearía o le haría ojitos con ternura?). O este otro: a Rúgeles no lo detiene nadie... Quizás, no lo detendrá nadie para salir corriendo de la ciudad, cuando termine su encargo, de golpe muy pronto, ojalá no sea al final del período, o ¿quién quita? Tal vez le toque entregarle la banda a los que intentó borrar del mapa. Piano, piano, la vida es así.

Adenda: Como ciudadano, indigna la democracia blanda de la coyuntura actual en el país líquido. Tal vez más aún si lo pone uno en el ojo de las objeciones a la JEP, de las persecuciones y violencia contra líderes sociales y políticos, del ataque al equilibrio de poderes al desconocer que las altas cortes y el legislativo tienen igual jerarquía que el ejecutivo, el intento de homogeneizar a la educación superior, y si es posible privatizarla, la alegoría de que la preservación de los parques es un freno al progreso de unos pocos, la mordaza a la prensa, la intentona de revivir los eufemísticamente llamados “falsos positivos”, el golpe a la democracia en Santa Marta y en San Andrés y en Yopal, en fin, a lo vice en una práctica del “ejecutivo unitario”, se llegaría a la conclusión de que le rugen a la diferencia, con tufo de dictadura, que ojalá, como el plástico, fuese no reciclable, en un país democrático. Frente a posibles represalias por el contenido de este artículo, que afecten mi seguridad personal y familiar, en exigencia de garantías de protección, en rechazo e indignación con tamaña injusticia contra la democracia y por decisiones personales que me llevaron a salir del país, opté por suspender mi columna Punto de Vista, por un tiempo. Muchas gracias a quienes la leen y espero volver pronto.

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