En ese orden de ideas, de todos los componentes en su visión "integral" sobre la seguridad en la ciudad y en la universidad en particular, parece obviar la violencia política, nada más y nada menos que el fundamento del conflicto armado (otro punto en el que concuerda - al parecer- por Alfredo Ramos). Y así es que el protocolo de intervención en la universidad, no sólo demuestra su improcedencia política en un país que afirme construir escenarios de paz y de reconciliación, sino que demuestra una direccionalidad ideológica. La “alternativa” afirma no pertenecer a ningún bando, permanecer siempre en el centro, sin ideología, pero no titubea para señalar a su enemigo - homogeneizando y descualificando su discurso- y, como Soberano, hacer uso legítimo de la violencia cuando la ocasión lo amerite para extirparle, dejando ver el lado solapado de su idiosincrático carácter: el autoritarismo.
Al alcalde Daniel Quintero se le ve muy decidido a acabar con “los capuchos”, con cualquier intento de cruzar la línea “roja” estalla en ira. No se presenta con el mismo ímpetu con los grupos que amenazan el liderazgo estudiantil, que se saben bien hacen presencia en la universidad de Antioquia y que amenazan con tomar por objetivo militar cualquier manifestación “guerrillera”, entiéndase comunista, marxista-leninista, cualquier pensamiento de liberación.
Es una completa mentira eso de que las fuerzas del orden oligárquico (infiltradas por lo demás en la universidad) quieren hacer pasar por neutralidad del saber, de las ciencias, las artes y la filosofía. La universidad no se encuentra al margen del conflicto armado, es por eso que existe un nexo real entre universidad y sociedad. La explicación de las causalidades del conflicto armado en Colombia no existe al margen de la toma de posición en él. La universidad está de frente con la guerra. El tropel en la universidad demuestra que las relaciones entre poder y saber, van más allá de la disputa discursiva y los dispositivos de disciplinamiento escolar, es un tema de táctica y estrategia militar, el ocupar posiciones por el bando oligárquico y por el bando popular.
Como buen tibio, el alcalde Quintero Calle pretende tirar, no la piedra, sino los gases y la fuerza represiva del Leviatán, para luego esconder su mano ideológicamente untada. Como egresado de la Universidad de Antioquia, debe saber que los “Capuchos” no son infiltrados en la universidad, son el mismo pueblo alzado en armas por las propias posibilidades de ingresar en una universidad o permanecer en ella y, todavía más, con vida y con dignidad en la sociedad como un todo, son la presencia del conflicto en el alma mater.
Entre los extremos:
Capuchos-Ultraderecha
Solapadamente ha tomado posición. El orden institucional universitario desde la óptica de Daniel Quintero (y el de la mayoría de los progres civilistas del capital) presupone la construcción de un carácter válido y legítimo de la violencia institucional y el encubrimiento de la violencia política de clase inscrita en el orden del capital.
La única máxima en la que concuerdan los extremos (Capuchos-Ultraderecha), es la que versa y afirma no dejar pasar la menor oportunidad de someter al enemigo; es eso que define la inmanencia real de la lucha de clases, el mayor descuido implicaría caer ante las armas del su contendor. Así se tocan los extremos, con cada confrontación, permaneciendo en una tensión que los diferencia absolutamente en sus posturas. Luego, Daniel Quintero manifiesta que se identifica en el centro (en lo esencial) con la ultraderecha: la estrategia contra-insurgente como premisa de seguridad política de sus intereses.
Daniel Quintero no es un traidor, demuestra cuáles son sus intereses y su posicionamiento frente al conflicto político armado, nada más que tira el ESMAD y esconde la mano.