Cuando el presidente Santos decide ayudar a cavar la tumba del alcalde Petro, echando la última palada de tierra, desoyendo los dictados de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y violando de esa manera tan drástica la Constitución colombiana que supuestamente le obliga a obedecer y bajar la cabeza, pues pensé yo que lo hizo de macho encabritado al no permitir que la injusticia bolivariana dirigida desde Managua se meta en las enaguas de la ídem colombiana.
Me pareció muy bien. Una decisión valiente y con aires de patria. Colombia no puede permitir que sus decisiones (así sean abiertamente arbitrarias como la del procurador) sean modificadas según los deseos de esa tenebrosa mayoría que maneja la OEA y que tiene el desatino y mal gusto de llamarse los países del Alba.
Y como casi siempre, estaba yo terriblemente equivocado.
El presidente Santos no violó la ley y la Constitución por sanas convicciones que yo compartía a ojos cerrados y que me convencían cada vez más cuando veía al señor Maduro violar y violar los derechos humanos de sus gentes sin entender cómo sus subalternos expiden medidas cautelares como quien hace churros a las doce de la noche. Y esas medidas, las cautelares, debían ser acatadas por Colombia.
Cómo estaba yo de errado. Tardé bastante en caer en cuenta que blablablá Santos, con su acostumbrada locuacidad, no actuaba como yo pensaba y por las razones aludidas, y no lo hacía así simplemente porque, oh sorpresa, resultó siendo el renovado Kasparov colombiano, resultó siendo un ajedrecista de respeto. Uno de los mejores.
Nada que ver con nada. Jaque mate en tres jugadas y sin sacrificar la reina.
El presidente es presidente y no un anónimo y triste articulista por una razón muy sencilla: agilidad. Más o menos como dice la canción de Chenoa, “cuando tú vas yo vengo de allí, cuando yo voy todavía estás aquí”. Chapeau presidente.
En efecto, se dio cuenta con el caso Petro, como nadie, de algo elemental y determinante: estamos en elecciones y no discutiendo de banalidades legales o políticas o si el derecho internacional prima sobre el nacional o asuntos nimios de ese tenor. Y mientras miramos pasivamente cómo enroca antes de amenazar falsamente con el alfil y engañando con el caballo, crea una costumbre contra legem (así dicen los abogados con sus graciosas maneras y aburridas corbatas). Sabemos que el presidente de Colombia no tiene nada que ver con el Transmilenio o la Troncal de la Caracas y menos aun con unos metrocables que atravesarían el lejano sur de Bogotá. Son cosas de otros, pero…
Son tareas de otros, no tiene nada que ver con ello, salvo que se den simultáneamente varias casualidades, a saber. 1) Que estemos en elecciones, 2) que la plata la maneje él, 3) que mira qué cosas tiene la vida, que el alcalde (e) sea tu mismo ministro de Trabajo y 4) que esos votos capitalinos tal vez los tenga otro. Parodiando a Chenoa, cuando vas saliendo, yo ya voy de vuelta. Solo un buen ajedrecista sabe y conoce que arreglando un poco esta maltratada ciudad los votos pueden multiplicarse.
Parece que además de ajedrecista, fuera un multiplicador de peces, una especie de Jesucristo ultramoderno, ya que llama profundamente la atención que si no había plata para celebrar la tan comentada revocatoria que costaba si mal no recuerdo 35.000 millones, aparecen ahora como por arte de magia los 3 billones (hablar de estos platales con tanta propiedad sube la autoestima) con los que harán que la ciudad quede bonita.
Y hablando de peces, siempre hay que recordar aquel dicho popular que dice “en río revuelto, ganancia de pescadores”, y en donde siempre ganan aquellos pescadores que llegan con una bien cargada tostada de abundante mermelada de fresa o maracuyá.
Como va siendo costumbre con este articulista, recuerdo una pequeña y singular frase de aquel humorista que a veces simulaba jugar ajedrez y siempre como bigote portaba una mancha de carbón que dijo algo así como que el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, y si puedes simular eso, pues lo has conseguido.
Pero fuera de bromas, ya era hora (en caso de que tanta promesa sea real en este país de tanto realismo mágico) que le metan la mano y la pala a la movilidad, a la seguridad, a la vivienda y salud, el Transmilenio de la Boyacá o de Soacha, la ampliación de la autopista norte o la crisis de 14 hospitales. Bienvenida y a buena hora.
Aunque uno no sabe qué opina el país olvidado o la buena gente de Buenaventura de estas cosas nuevas que nos da cada día.