Inmersos en nuestras diarias actividades, vivimos en este mundo permanentemente conectados a los dispositivos móviles; en los cuales, de manera compulsiva, las redes sociales nos impulsan a saltar de noticia en noticia, incapaces de leer dos líneas seguidas y donde un simple titular es toda la información. Medios tecnológicos que nos exponen a una lucha dialéctica entre dos modos de vida: uno que ofrece la posibilidad de acceder al conocimiento a través de la imagen o lectura rápida de casi todo lo escrito y divulgado; y otro en que la utilización de esos mismos medios merma nuestra capacidad de atención, de conocimiento y de capacidad crítica.
Uso del lenguaje táctil en detrimento del lápiz, de la cultura del entretenimiento vacío, de la publicidad continua que se vale de algoritmos para dar en el clavo por todas las vías posibles, de la ausencia del hábito de la lectura que dificulta la comprensión y el análisis crítico del mundo. Que pervierte el lenguaje, despojándolo de su maravillosa capacidad expresiva y que manipula el significado de las palabras de burda manera. Cuyo ejemplo lo tenemos en el actual lenguaje político, tan desprovisto de racionalidad, cargado de lugares comunes y de frases llenas de calificativos: “Los procesos de participación democrática se ven cada vez más amenazados por la difusión deliberada, a gran escala y sistemática, de desinformación, que persiguen influir en la sociedad con fines interesados y espurios” (Procedimiento de actuación contra la desinformación - Consejo de Seguridad Nacional de España).
Jerga política destinada a liquidar la personalidad individual, que pretende limitar la capacidad de hablar con claridad, en un intento de dominar y reorientar el pensamiento a una determinada forma de entender la realidad. Diciéndole a la gente solo lo que quiere oír y 'deseando un pueblo cada vez más ignorante, para mayor gloria de las elites dirigentes'. Vaciando el lenguaje de contenidos intelectuales y llenándolo de emociones fanáticas, en las que ninguna sociedad está libre de sus peligros: “Tú no eres nada, tu pueblo lo es todo, y ser nacional solo puede ser apoyar a tu pueblo” (moda lingüística nazi, exclusiva de los años hitlerianos).
Información engañosa que lo ha impregnado todo (a la misma velocidad que el virus), y en la que las disposiciones que las leyes cubren son tan indefinidas por sí mismas, que puede ser muy difícil determinar si un contenido las viola o no. Con intentos de combatirla por parte de verificadores de todo el mundo y de algunas empresas tecnológicas, y con el único objetivo de "promover en la red una discusión bien informada". Facilitando el acceso de los usuarios a fuentes fiables, atajando campañas de acoso, evitando mensajes de odio y revisando información calificada como dudosa a fin de comprobar su veracidad. Plataformas de redes sociales "que se mueven por motivos económicos y el ruido favorece su negocio porque aumenta la actividad, genera crispación y hace que estemos más tiempo conectados", que si ahora están tomando medidas, no es por una súbita toma de conciencia de su responsabilidad como anfitriones de la conversación pública, sino porque han visto venir posibles repercusiones legales en países como Francia o Alemania.
Desinformación —entre falta de información (disinformation) e información distorsionada (misinformation)— en la que "es ya necesaria" una intervención humana especializada. Lo que pone en evidencia la principal debilidad de un sistema que trata de automatizar la detección de desinformación, sin aun ser posible asegurar que un contenido encriptado (legítimo o no) sea correctamente eliminado y retirado de la plataforma, mediante un conjunto ordenado de operaciones sistemáticas. Algoritmos que son ciegos y sordos a los matices, puesto que no pueden moverse en la escala de grises, sino por palabras clave y expresiones concretas sin ningún contexto. No siendo por lo tanto suficientes, para frenar la sobreabundancia de información falsa o rigurosa, o para poner fin a la violencia verbal en la red.
Existiendo plataformas y aplicaciones que buscan poner orden en el caos informativo actual, contribuyendo a la difusión transparente de opiniones ciertas, identificadas y solventes. Entre ellas: The Trust Project, Fake News Detector, inVID, Fotoforensincs, Wikitribune, Googlee Street View. “Vivimos en una cultura narcisista donde se valora la subjetividad, la impostura, la gratificación inmediata, la individualidad y la artificialidad, tanto en la vida cotidiana como en las relaciones” (Sergio Oliveros, Médico Psiquiatra - Universidad de Yale).
Referencias: George Orwell, Rebelión en la granja y 1984 (1945 y 1949). Mariluz Congosto, Universidad Carlos III (Madrid), investigadora especializada en análisis de datos sociales en las redes. Rocío Pérez Benavente, coordinadora de Maldita Ciencia, Asociación española contra la desinformación.