El agua sería un virus

El agua sería un virus

Cuando se dice virus se hace referencia a seres inteligentes, como el del cáncer

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
mayo 20, 2019
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El agua sería un virus
Foto: Pixabay

Esto podría explicar de dónde deviene tanta inteligencia a los humanos: el 90% de algunos órganos, el cerebro entre ellos, estaría formado de agua. Y está en el centro de una apreciación como ésta: “El origen de la vida es uno de los grandes temas abiertos en biología evolutiva, si es que se le puede considerar así, porque no está claro hasta qué punto podemos hablar de “biología” ni de “evolutiva” en un tiempo en que aún no se ha formado la primera célula”.

Y sí, tiene razón. Planteada así la cuestión el agua sería un eslabón probiótico, preorgánico, una especie de protovirus que todo lo inunda y prepara para la vida. En las amebas uno diría que es imposible saber si el agua lleva a la ameba o la ameba al agua. De un caracol no se entiende su avance si no moja: el agua anticipa su movimiento.

De otra manera la capacidad del agua para deshacerse, zafarse de lo poluto, es increíble: simplemente se evapora y listo; sale con su molécula intacta; virgen, pasando por un cristal sin romperse ni macharse. En cuanto al movimiento, el agua es el único mineral que camina la tierra. Y es insidiosa, terca, quizás irracional como todos los seres humanos lo somos por excelencia.

El agua es incontaminable: transporta contaminantes. Y en cuanto a eso de contaminantes, la cosa está por verse pues puede interpretarse como una simple fase de degradación absolutamente necesaria. El agua facilita los procesos metabólicos correspondientes, para que no se incendie la combustión química.

Pero la noticia proviene de: “El asteroide Itokawa, al que se refiere el nuevo trabajo, tiene solo 500 metros de largo, y también es excepcional porque orbita entre la Tierra y Marte”, Pues “(…) los científicos no solo han comprobado que tiene agua abundante, sino también que esa agua tiene la misma composición de isótopos (variantes atómicas del hidrógeno y del oxígeno) que el agua de nuestro planeta”.

Para aquellos que nos consideramos terrestres puros, es decir, no deviniendo de algún origen sobrenatural, quitarle a la Tierra el origen del agua es poco menos que un sacrilegio.

Bueno… medio sacrilegio pues dicen que solo el 50% de nuestra agua proviene de afuera.

Pero si la noticia provee que la Tierra ha sido construida poco menos que cuánticamente mediante la calculada suma de “asteroides (o planetoides)” esto nos ayudaría a explicar en virtud de las lógicas cuánticas subyacentes que nuestra Tierra sea tan casquivana y sus seres, supuestamente más conspicuos, tan erráticos y caprichosos. Mira que inventar la cultura, por ejemplo. Digo cuántica aquí, pensando en una escala en la cual un asteroide es un quantum de la masa total de la Tierra.

En cuanto terrestres puros, siempre nos hemos considerado honrosamente protosimios. Si no trepamos árboles tan hábilmente es porque, lamentablemente, perdimos el rabo, tan útil para ese menester. He dicho el rabo, no otra cosa.

Entonces todo seguiría encajando en alguna lógica irracional absoluta del universo que ni siquiera se pellizca con nuestra aparición y existencia: salvo aquí en la Tierra hasta ahora el universo haría mutis por el foro y todavía no se ha enterado de nuestra presencia. Lo cual no deja de ser maravilloso: nos ha puesto las galaxias tan lejos que un deseable paseo por ellas nada nos deja ver de sus encantos.

Nos hemos inventado unos aparatos pero solo nos traen polvo de estrellas, algo tan lácteo como nuestra propia galaxia, como si el universo se la hubiera pasado en un orgasmo infinito y permanente. Ni un solo día ocioso, usando un pene gigantesco que todo lo penetra. ¡Qué palabra tan adecuada!

Obsérvese qué tan pretencioso somos. He llamado irracional al universo por no percatarse de nuestra existencia como si fuéramos, la última cocacola del desierto. ¡Vaya engreimiento!

Ahora bien, lo peor de aceptar el origen exógeno del agua es que deberíamos aceptar, casi que inmediatamente, que en ella ya hubiera vida o, por lo menos, moléculas probióticas, propensas a seguir el baile.

Eso descartaría, debido a la incandescencia que provocaría que, para la fecha hubiera oxígeno sobre la Tierra. Incluso sería una Tierra anatmosférica, es decir, todavía no tendría ese halo azul, que luce como un vestido de planeta coqueto.  Entonces la primera tarea de esas bacterias fue gigantesco y colosal: crear el oxígeno; a cuyo lado las pinches tareas que hacemos, incluso escribiendo notas como esta, es poco menos que de una ridiculez inmarcesible.

Es obvio que si ese trabajo no se hubiera hecho, y se siguiera haciendo, nunca podríamos haber inventado los aviones, la electricidad, etc. Claro, hay que admitir que todavía en eso, solo imitamos groseramente: jamás hemos podido igualar el vuelo tan sutil de una mariposa y, menos, el de un colibrí. Ahora con la llegada de la robótica nos damos de narices con lo difícil que es inventarse un movimiento.

En mi caso, siempre me he hecho ascuas en saber cómo es que un grillo sabe adónde tiene que aterrizar: da un salto absolutamente ubicuo y llega a un lugar preciso, como si allí lo estuvieran esperando. Nunca he visto, jamás, un grillo, que por equivocación somera haya ido a parar a la boca de un hormiguero de furiosas cariacas. En cambio sí conozco de seres humanos que, incluso enamorados, han ido a los brazos de una fémina que lo consume y lo devora diurna y nochemente; tanto como estas caer en fauces de asesinos implacables, que primero las disfrutan y luego las desechan como un mascado de tabaco. Y todo eso en el seno de una pretendida  racionalidad aterradora.

Pero la noticia sigue dando pistas increíbles: “Más allá del agua, hoy se acepta la idea de que algunos compuestos orgánicos esenciales para la vida llegaron también con aquella lluvia brutal de asteroides y cometas. Entre ellos destacan los aminoácidos, que son los componentes básicos de todas las proteínas de nuestro cuerpo”.

Esto quiere decir que mi presunción de las bacterias exógenas acompañantes del agua queda en veremos. No tan rápido: el agua habría hecho todo el trabajo antes de permitir que las bacterias la nadaran. Entonces el mérito de haber engendrado la vida pudo haber sido del agua que ya estaba aquí en la Tierra.

Una historia bien llevada de ciencia ficción podría detallar cómo es que esas dos aguas se encontraron, el diálogo que entablaron:

—Hola, qué tal, ¿cómo te ha ido en el viaje?

El agua que llega no entiende ni hostia o se hace la gringa. Pero poco después le toca.

—Fue un viaje exquisito, pero estoy un poco cansada. La silla que me tocó en ese asteroide de mierda… No daba para bajarme en la primera estación que encontrara.

—Tranquila hija, este planeta no es muy cómodo, pero ahí le hacemos. ¿Sabes?, estamos pensando inventar el hombre.

—¡Plop! ¡Ni se les ocurra!

“Todo encaja si los asteroides de esa clase bombardearon la Tierra hace 3.900 millones de años, trayendo así una enorme cantidad de agua a un planeta sediento”. Culmina la noticia. Y estoy de acuerdo.

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