El matrimonio por conveniencia se selló cuando Cristina Fernández hizo a Alberto Fernández su fórmula presidencial para asegurar que no hubiera un segundo periodo de Mauricio Macri. La estrategia fue ganadora. Ella cedió la presidencia en la Casa Rosada, pero era el poder político real, lejos de sus problemas judiciales, desde el sillón de la presidencia del Congreso que se otorga a los vicepresidentes en Argentina.
El tiempo probó que era más fácil llegar al poder que manejarlo entre quien parece tenerlo “de prestado” y la dueña de las bases. El 24 de marzo, cuando se conmemoraba un aniversario más del golpe militar contra Isabel Perón, no quedó duda. Mientras el presidente reunía a la dirigencia en un pequeño acto, la vicepresidenta movilizaba a 70.000 de sus incondicionales seguidores en la Plaza de Mayo, el icónico sitio del poder político, dirigidos por su hijo Maximiliano Kirchner, para mostrar dónde está el poder real.
El distanciamiento de los Fernández fue notorio desde el descalabro del partido de gobierno en las elecciones parlamentarias el 14 de noviembre pasado, y llegó a su punto más alto cuando cuatro meses después el Congreso votó el acuerdo con el Fondo Monetario por los USD 44.000 millones. El kirchnerismo se plantó en contra del acuerdo, con la mira puesta en las elecciones generales del 2023. El acuerdo evitó que Argentina cayera una vez más en suspensión de pagos -default-, pero negociar con el FMI y aceptar los duros ajustes va contra la esencia misma del kirchnerismo. Es como arriar las banderas. Y con 18 millones de pobres el apretón del FMI era poner el sello de la derrota política el año entrante.
El domingo 3 de julio pocos dudaron que Cristina Kirchner había ganado la partida al presidente Alberto Fernández. Martín Guzmán, 39 años, alumno del nobel de Economía, Joseph Sruglitz, negociador del préstamo con el FMI, era el símbolo de poder del albertismo y entregarlo era bajar la cabeza ante el kirchnerismo. Así pasó. La vicepresidenta se anotó un punto en la abierta disputa con el presidente que ha conducido a un divorcio del poder, con el trasfondo del rumbo del país enmarcado en el manejo de la economía. Una funcionaria K. Silvina Batakis, era la nueva ministra de Economía.
Silvina Batakis, cercana de tiempo atrás a la vicepresidenta, tiene en sus manos la difícil tarea de cumplir las metas económicas acordadas con el FMI sin entorpecer las metas políticas de Cristina K. La llegada al Minhacienda de la economista de 53 años, nacida en Río Grande, Tierra Fuego, se hizo en medio de un mercado en llamas. La tasa de cambio del mercado negro conocido como “dólar blue” se desplomó el lunes al tiempo de su posesión y llegó a debilitarse 14,6 % a 280 pesos cuando era mediodía. Un amigo argentino me dijo: “Hoy estoy 35 % más pobre que hace quince días”.
De perfil bajo, Silvina llegó a la esfera política bonaerense de la mano de Daniel Scioli. Él la hizo su ministra de Economía de la provincia de Buenos Aires en su segunda gobernación (2011-2015), y en el 2015 cuando tenía libraba la batalla como candidato presidencial, Batakis era su candidata a ministra de Economía en su hipotético mandato. La secretaria de Provincias del Ministerio el Interior es, siete años después, la segunda mujer en ocupar ese cargo luego de Felisa Miceli.
Hija de un operario de la antigua petrolera YPF (yacimientos Petrolíferos Fiscales), y nieta de un camionero transportador de algarrobo en una colonia alemana, fanática de Boca Juniors, economista se la Universidad de la Plata, deberá hacer frente a la elevada inflación que se aceleró al 60,7% interanual en mayo, y es para los argentinos de a pie el detonante de sus demandas al gobierno, porque dicen que poco les sirve que este muestre buenas cifras de crecimiento económico cuando los alimentos que deben comprar han subido 7,2 % en un mes y la ropa 10,9 %.
Poner la cara al FMI es tanto más difícil. Economistas de JPMorgan ya lo han advertido. “El nombramiento de Batakis parece indicar que el equilibrio de poder se ha inclinado hacia el lado kirchnerista y esperaríamos una postura fiscal más expansiva y, potencialmente, una renegociación del programa del FMI en medio de crecientes desequilibrios y una brecha cambiaria más amplia”. A ella no se le conocen declaraciones en contra del acuerdo firmado con el FMI y ha dicho que “no tiene cláusula de salida”, mientras se siembra la duda sobre cómo cumplirá las metas de este año si debe hacer un ajuste fiscal en este semestre final. El prestigioso economista José Luis Espert, excandidaro presidencial lo pone así: “Batakis es Cristina” y el acuerdo con el Fondo Monetario “corre peligro”.
Algún analista argentino decía que la economía puede estar mal, pero se arregla, el problema de una ruptura política es más profundo. Del lado de Cristina han estado, La Cámpora -su grupo interno liderado por su hijo Max- y las Madres de la Plaza de Mayo. Del de Alberto, el Movimiento Evita, una organización social con enorme capacidad de movilización, y Luis D´Elía, dirigente social que hasta hace nada era un fanático cristinista. La crisis que desató Martín Guzmán puso el dedo en la llaga de la necesidad de un acuerdo de gobernabilidad. Fue el final de cuatro meses de silencio insostenible. Los dos Fernández se pusieron de acuerdo para decidir el reemplazo en el ministerio que puede tener la llave de su futuro político.