Juan Guaidó, el autoproclamado presidente de Venezuela, ha esquivado su responsabilidad en el desfalco de los dineros destinados a la manutención de un nutrido grupo de exmilitares bolivarianos, que en el marco del malogrado concierto Venezuela Aid optó por evadirse del país vecino. El caso es que el dinero fue usado en compras y lujos por quienes el mismo Guaidó había presentado ante el gobierno colombiano como sus representantes. El monto del desfalco a las arcas venezolanas nunca se aclaró y el asunto se difuminó.
Ahora bien, en el marco de aquel concierto, tras la parafernalia del cartel musical y el supuesto fin humanitario, hubo desmanes provocados por actores de dudosa reputación, quienes tenían una misión clara, generar actos de violencia. Uno de ellos fue la quema de uno de los contenedores con ayuda humanitaria. Una investigación posterior del New York Times demostró que el acto fue cometido por quiene fungían como seguidores del señor Guaidó. Así mismo, en la investigación del diario virtual Panamá Post, que expuso los hechos del fraude, se mencionaba a dos enviados de Guaidó, José Manuel Olivares y Gaby Arellano quienes habrían estado relacionados con la compra de armas y la contratación de delincuentes - ¿Rastrojos? - para promover el caos de ese día. Sin embargo, de eso no se ha vuelto a saber nada.
Ahora, meses después emergen las fotos, que han circulado por diversos medios, en las que se puede apreciar al señor Guaidó posando muy en situación con tres reconocidos delincuentes colombianos que pertenecían en ese momento al grupo ilegal denominado los Rastrojos que controla toda la zona fronteriza y sin cuyo beneplácito sería prácticamente imposible pasar por la intrincada geografía que separa a los dos países. Se sabe también, gracias a la labor investigativa e independiente de Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar en Norte de Santander, que estos delincuentes crearon un cinturón de seguridad en la región para facilitar el tránsito del señor Guaidó. Así lo atestiguan los habitantes de la región fronteriza que tuvieron que permanecer en sus casas por 24 horas so pena de ser castigados por los delincuentes.
A pesar de haber salido de su país de forma ilegal, violando la prohibición que las autoridades venezolanas le habían impuesto con respecto a ausentarse del país, como también en violación de las leyes migratorias colombianas, o, será que el señor Guaidó está por encima de las leyes de Colombia. Habría que averiguar si hay registro de su entrada ese día, en aquel paraje incierto donde fue acogido por los “amigos” con quienes posa para las fotos de rigor. O, será que los señores ex Rastrojos oficiaron ese día como agentes de migración.
Habría que averiguar si hay registro de su entrada ese día,
en aquel paraje incierto donde fue acogido por los “amigos”
con quienes posa para las fotos de rigor
Ahora emergen estas fotos, como piezas de un rompecabezas, cuyo protagonista ha tratado de explicar sin lograr ser convincente, imágenes que generan suspicacias, porque resulta muy forzado creer la tesis de que fue coincidencia el encuentro, o, que los delincuentes se tomaron fotos por gratuita simpatía hacia la causa opositora que encarna la figura mediática de Juan Guaidó, sin que este supiera de quienes se trataban. Lo cierto es que aquí hay mucho por explicar, no solo por parte de Guaidó y su gente, sino también por parte del gobierno colombiano , por diversos medios, entre otros, promoviendo a este personaje cuyas actuaciones son, como mínimo inquietantes. Hasta ahora, todos los llamados a aclarar lo ocurrido, han optado por el desmarque de la situación, por la negación bravucona, por desviar la atención hacia el gobierno de Miraflores, por las previsibles excusas que solo se creen ellos y los incautos.
En conclusión, lo que resulta claro de todo este asunto es que en este peligroso juego hay mucho más de fondo de lo que el país cree saber, más sombras que luces y resulta muy irresponsable que se continúe, por una parte, fomentando la agresión hacia la autonomía de un país hermano sin tener en cuenta las graves consecuencias de dicha acción, a todo nivel, para Colombia, y, por otra, auspiciando y promocionando a un personaje cuyas actuaciones y amistades con personas poco éticas, cuando no delincuentes deja serias dudas sobre sus modos de actuar y por ende sobre quienes lo respaldan.