El 8 de diciembre del 2013 el entonces procurador Alejandro Ordoñez logró inhabilitar al alcalde Gustavo Petro, por supuestas irregularidades en la reforma del sistema de recolección de basura de Bogotá. No se necesitaba ser petrista para identificar a esta decisión como otro exceso de autoridad de un procurador que se convertía en una especie de súperestrella de la derecha y que en ese momento se perfilaba como una probable ficha del uribismo en su intención de impedir la reelección de Juan Manuel Santos en las elecciones del 2014.
Entre el procurador y Petro había un océano de distancia. Santandereano, estudiante de la Universidad Santo Tomás de Bucaramanga, Ordoñez desde su primera juventud se erigió como un adalid, el custodio de la moral y las buenas costumbres católicos. En 1978 participó incluso en la quema de libros profanos y comunistas, una de las manifestaciones más violentas contra la cultura y que fue uno de los actos simbólicos más violentos de los nazis en 1933.
Como procurador, Ordoñez mostró un talante autoritario y radical que se manifestaba en sus particulares costumbres. En los ocho años que duró su reinado en la Procuraduría Ordoñez nunca incumplió su cita cada domingo: a las cuatro de la tarde, en el barrio La Soledad, asistía a la iglesia de Los Sagrados Corazones de Jesús y María, la única iglesia de la capital que todavía conservaba la tradición de oficiar la misa en latín.
Allí nunca dejó de acompañarlo su esposa, Beatriz Hernández, con quien se casó en Bucaramanga en 1984. Ella, como todas las mujeres que entraban a esa iglesia, iba con una mantilla en la cabeza. El sacerdote, imperturbable, daba la misa de espaldas. Era la costumbre entre los lefebvristas, los que seguían los preceptos de Monseñor Marcel Lefebvre, quien se opuso con vehemencia a los cambios renovadores que salieron del Concilio Vaticano II y que intentaban devolver a la Iglesia Católica a su fase más radical y conservadora.
Por otro lado, estaba Petro, exguerrillero del M-19, que, aunque muchos consideran ateo, se casó por la iglesia en el año 2001 con Verónica Alcocer, hija de un abogado fervoroso del catolicismo. A los 9 años dejó su Ciénaga de Oro para irse detrás de su papá, hijo de un entusiasta guerrillero italiano perteneciente a las tropas del general Garibaldi, libertador de los dos continentes, América y Europa. Estudió en Zipaquirá y luego, a los 20, se unió a la guerrilla del M-19. Lo demás es historia.
Petro, después de ser destituido, usó como su medio de comunicación y de protesta, en unos años en donde la red social más popular –de lejos- era Facebook, el balcón del Palacio de Liévano. Pero, paralelo a sus apariciones en el balcón, Petro movilizó a un ejército de abogados dispuestos a mitigar el golpe que le había propinado Ordoñez. El 12 de diciembre del 2013 en los juzgados de la carrera 10 con calle 14 más de 800 de sus seguidores hacían filas para meter tutelas que le dieran un reversazo a la decisión de la Procuraduría.
En unos cuantos días se organizaron los siguientes comités para defender a Gustavo Petro: estaban desde ex miembros de la guerrilla del M-19, estaba uno que se hacía llamar el Combo de los radicales: allí estaban los recicladores que aún recuerdan a la alcaldía de Petro como uno de los mejores años que vivieron, estaban los animalistas, los colectivos LGBTIQ, y en general toda la izquierda. Los dos últimos años de la alcaldía de Petro fue un continuo ir y venir en la decisión hasta que en el 2014 la Corte Interamericana de Derechos humanos logró blindar a Petro quien pudo entregarle a Enrique Peñalosa la alcaldía el 31 de diciembre del 2015.
Medido a la distancia el pulso con Ordoñez convirtió al petrismo en una especie de religión. Es que, durante meses, sin importar las heladas bogotanas, los colectivos que apoyaban a Petro acamparon en la Plaza de Bolívar esperando que su líder saliera al balcón. La idea del balcón y del tutelatón fue del estratega José Cuesta, un hombre tan cercano a Hugo Chávez que fue él quien invitó por primera vez al líder venezolano a visitar Bogotá en 1994, poco después de que el gobierno de Rafael Caldera indultara al Coronel quien sería cinco años después el creador de la Revolución Bolivariana.
Con ese impulso obtenido en la pelea contra Ordoñez Petro se convirtió en presidenciable. En el 2018 logró en segunda vuelta contra Duque obtener más de 8 millones y medio de votos, una cifra hasta ese momento histórico para cualquier político de izquierda y que aumentaría hasta los 11 millones cuatro años después. Duque nombró a Ordoñez embajador de Colombia ante la Organización de Estados Americanos, OEA. Allí ha permanecido los cuatro años haciéndole eco al gobierno colombiano en su cruzada contra Maduro y de apoyo permanente a Juan Guaidó.
Recién había pasado una semana de la elección de Gustavo Petro como presidente de Colombia cuando ya estaba poniendo su mirada hacia Washington y la silla donde ha estado sentado Ordoñez. Anunció, el cambio en la OEA e hizo público el primer nombramiento en una embajada: el exmagistrado de la Corte Constitucional, Luis Ernesto Vargas quien está en las antípodas políticas de Alejandro Ordoñez. El trino fue escueto. Todo quedó consumado.
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