Mucho se ha hablado en el espectro político y mediático, acerca del adoctrinamiento. La polémica se aviva con las posturas o insinuaciones de maestros a estudiantes y padres de familia, donde los educadores en medio de su actividad académica, estarían infundiendo posturas ideológicas, limitando así el pluralismo ideológico y participativo, elementos esenciales para que la democracia prospere y tenga soporte.
Como individuos pertenecientes a una sociedad, regidos por los estamentos y normativas de la misma, se podría pregonar que somos seres de naturalidad política, por consiguiente y acorde a nuestro estado de derecho podemos expresar libremente nuestra inclinación o afinidad política, religiosa y demás credos.
Pero todo este derroche de libertad tiene una normativa, normativa que limita a servidores públicos de participar en proselitismo político.
El tema es complejo y podría manejar un sinfín de posturas a favor o en contra parte, ambas buscarían sustento o validez en el amparo jurídico y moral.
Lo realmente cierto es que los profesores devengan su salario del Estado, por consiguiente, son servidores públicos, al igual que los integrantes de las fuerzas del orden, entidades estatales y gubernamentales a quienes se les prohíbe la participación activa en política. Bajo esa premisa de índole mayúscula, existiría una barrera que podría contener la fuerza y naturaleza política de los maestros en el ecosistema académico.
Por todo lo visto en redes y medios de información, es innegable la conducta de adoctrinamiento de maestros, no solo a estudiantes sino también a padres de familia, hechos que machan la loable y admirable actuación de los docentes.
No podemos generalizar la actuación de algunos educadores, pero el estado, las instituciones educativas y organizaciones de padres de familia deben convertirse en garantes y vigilantes para que estas conductas que denigran y obstaculizan el debido proceso democrático, no se vuelvan a presentar.
Enmarcar a los estudiantes en una línea ideológica traerá consigo graves daños a la sociedad, debemos encaminar a los jóvenes a la aceptación y promoción de una diversidad cultural, religiosa, política, étnica y demás.
Nuestro país es una esquina donde confluyen innumerables culturas, credos e ideales, adoctrinar a los menores sería cortarles esa visión de integridad y cohesión.
La diversidad en cualquiera de sus presentaciones es afín a la democracia, puntos donde confluyen ideales, concepciones y proyecciones, las cuales se enriquecen con el dialogo. El adoctrinamiento bloquea la diversidad, unamos fuerzas y eliminemos obstáculos que van en detrimento de la movilidad democrática.
Como colombianos nos une la patria y la democracia, es tarea de todos defenderlas.