El estricto cubano que convirtió a Catherine Ibarguen en un monstruo del atletismo

El estricto cubano que convirtió a Catherine Ibarguen en un monstruo del atletismo

Veinte años duró saltando día y noche hasta que su entrenador, Ubaldo Duany, la convenció que era la mejor. Luego del oro olímpico ¿regresará a la enfermería?

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agosto 14, 2016
El estricto cubano que convirtió a Catherine Ibarguen en un monstruo del atletismo

Es el segundo salto de la final olímpica. Se da unas palmadas en las piernas, para despertarlas, recordándoles que hoy tienen que estar a tope. Mira para la tribuna buscando a  Ubaldo Duany su entrenador, su amigo, su sombra. Él fue el hombre que en el 2008, después de ver frustrada su posibilidad de clasificar a los Juegos Olímpicos de Pekín, cuando todavía practicaba el salto alto, la convenció de que incursionara en el salto triple. Catherine Ibarguen entrenaba día y noche, sacrificó su vida social, sus posibles romances, incluso sus estudios por estar en la elite del atletismo. A pesar del sacrificio su mejor registro fue de 1.93, suficiente para clasificarse a un mundial pero muy bajo para pretender una medalla olímpica.

Al principio no se tomó en serio la propuesta de Duany. Ella no podía cambiarse así, de buenas a primeras de una disciplina a otra. Desengañada decidió dedicarse de lleno a la carrera de enfermería. La universidad metropolitana de Puerto Rico le brindaba esa posibilidad. El entrenador supo insistir hasta que de mala gana, la que hoy es conocida como La reina de ébano, empezó a asistir a los entrenamientos. Los resultados demostraron que el cubano no  estaba loco. Después de tres años de una durísima adaptación empezaron a llegar las medallas. Oro en  los Panamericanos de Guadalajara, Bronce en el mundial de Daegu  en el 2011, plata en los Olímpicos de Londres y cuatro primeros lugares  en la Liga Diamante 2013, campeona del mundo en el 2015, record de la temporada en el 2016. Habían motivos para pensar que esta noche en Río  la Ibargüen sería campeona olímpica.

Ubaldo oculta su nerviosismo tomándose con su mano el sombrero volteado. Le hace un dos con sus dedos. En ese lenguaje de señas que revela una intimidad, un trabajo compartido ella parece entender el mensaje. El  milimétrico error que le costó el haber sacado un resultado muy bajo en su tercer intento. La mejor atleta que ha tenido Colombia en su historia comienza a mirar el camino a la gloria.

-Vamos negra-  se dice así misma esgrimiendo su ya tradicional grito de batalla. Toma aire y arranca la carrera. Una vida entera en un puñado de segundos.

Atrás quedaron las privaciones con las que se acostumbró a vivir desde que era niña en su Urabá natal donde nació hace 31 años.  Por esa época  en esa región del occidente antioqueño la violencia se extendía como un manchón de sangre por la zona. Cientos de trabajadores de las bananeras perdieron la vida por obra de los grupos armados que proliferaron en la zona. Su papá, William, tuvo que exiliarse a Venezuela para no ser acribillado o desaparecido como muchos de sus compañeros.

Para William no fue fácil tomar esta decisión. En Apartadó dejó a su mujer Francisca Mena y a su hija. La joven madre tuvo que ponerse a hacer aseo en las casas de las señoras bien del pueblo. Así se ganaba lo suficiente para poder sostener a su hija. Para poder trabajar Francisca dejaba a la pequeña Catherine en la casa de su suegra, Ayola Rivas. En esa casa del humilde Barrio Obrero, la futura atleta pasaría una infancia feliz aunque con limitaciones de todo tipo.

Allí en esa casa donde vivió hasta los catorce años,  pasaba sus tardes jugando al Yeimi. “Un juego que consistía en derribar con una pelota una torre de tapas de gaseosa. Una vez las tapas caían uno tenía que esconderse para que no lo poncharan con la pelota”. Aunque nunca ganó un trofeo o una medalla por jugarlo, el Yeimi la convenció de que podía ser muy veloz.

 


Este fue el salto que le dio la victoria en los Olímpicos

Desde la casa de su abuela en Apartado su familia y amigos la estuvieron apoyando toda la competencia

La venezolana Yulimar Rojas presionaba, Rozó los 15 centímetros. Ibarguen tembló, justo le tocaba después. Tomó aire, pidió el apoyo del público, corrió, saltó tres veces y llegó a 15.17. El estadio entendió que estaba ante la verdadera Diosa de Ébano.

Los ojos se le encharcan de lágrimas. Pronto terminará toda una vida de esfuerzos. Seis saltos para tener la medalla de oro olímpica y retirarse y poder dedicarle todo el tiempo que ahora le niega a su novio Alexander Ramos, un ex atleta con el que vive hace más de diez años. Seis saltos para retirarse y poder cocinar los mariscos y las pastas que ella tanto disfrutar hacer.

Una a una sus rivales fueron pasando y una a una fueron cayendo. Al otro lado de la pista Usain Bolt se prestaba a hacer historia. Orji, la norteamiercana, pasa y fracasa. Olga Rypakova se conforma con el bronce y la venezolana permanece amenazante pero en el salto regala más de 10 cm y queda, por ahora, marginada. Caterine también lo intenta pero apenas llegando a los 14.76. No importa,  faltan sólo tres saltos para que la Diosa de Ebano consiga el último trofeo que le hace falta.

En ese momento, en el barrio obrero de Apartadó, Ayola, su abuelita veía como la Kazaka Rypakova  y la venezolana fracasaban en su intento. La viejita  lloró  de emoción: su nieta era la primera campeona olímpica de atletismo que daba el país. Ahora la Diosa de Ebano, ya en el Olimpo, podrá retirarse y ser por fin una mujer normal.

 

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