El triunfo electoral de Gustavo Petro podría marcar un punto de inflexión en la historia política de Colombia, pues por primera vez en muchos años se supera la política de "frente nacional" con la que de facto las clases dominantes colombianas se han repartido el poder, ya sea agrupadas en los partidos tradicionales o en sus variadas empresas de franquicia electoral, han vuelto y revuelto para mantenerse unidos en los mismos proyectos políticos antidemocráticos, excluyentes y antipueblo.
Pero con las movilizaciones y exigencias del pueblo colombiano, con el crecimiento de la inconformidad, se ha dado una fractura real y significativa en el bloque de poder contrainsurgente que históricamente ha gobernado este país (que en un último esfuerzo por reencaucharse y superar su crisis política, de legitimidad y de ideas trató de imponer a un patético mercachifle inmobiliario que les permitiera seguir en el poder obteniendo ganancias y beneficios a costa del engaño, el sudor, el sufrimiento y la muerte de las amplias mayorías del pueblo colombiano).
Sin embargo, la posibilidad de hacer cierto el viraje que supone esa fractura enfrenta problemas:
1. La conspiración y el sabotaje de los sectores más reaccionarios y fanáticos de los fascistas criollos enquistados en las fuerzas militares y dueños de ejércitos privados que han sido el sostén de su poder y su riqueza.
2. El dilema que enfrenta el nuevo gobierno: pactar los tradicionales acuerdos burocráticos y financieros entre las élites colombianas a fin de garantizar "gobernabilidad", lo que renovaría ese bloque de poder contrainsurgente conduciendo la nación a otra frustración histórica. O aliarse y hacer acuerdos con los sectores que históricamente han sido ninguneados y alejados del poder, de los derechos económicos, sociales y políticos.
Desde que se anunció el triunfo electoral de Petro, las voces del establecimiento plantean que Petro será un gobernante decente si desarrolla un gobierno de derecha y si acuerda con ellos para que no cambie en profundidad la realidad social colombiana.
Ningún demócrata serio debe ceder a la tendencia de buscar aceptación y simpatía entre las más atrasadas y anacrónicas posturas de las clases dominantes, la institucionalidad mafiosa y sus círculos de opinión, con la idea de evitar la tensión que genera poner fin a los injustos privilegios que gozan pequeños núcleos de la sociedad, construidos sobre la sangre de miles de colombianos y cubiertos con la impunidad de unas instituciones hechas a la medida de la dictadura mafiosa.
La manera contrainsurgente y dictatorial de gobernar a Colombia con "arte de mafia" no va a desaparecer por arte de magia, la democracia como paz y derechos es una construcción compleja y total y no surge de la noche a la mañana. Es un esfuerzo que requiere la participación del pueblo trabajador, de la pobresía, de los intelectuales y fuerzas políticas de avanzada que se comprometan en esa construcción partiendo de los intereses de las mayorías y no de los cálculos burocráticos o clientelistas tan comunes en nuestro país.
Si se habla de cambios en serio y de la inclusión popular en la dinámica política nacional, la cuota inicial de respaldo social se ha puesto en las calles y en los campos como manifestaciones democráticas de un pueblo que exige el ejercicio de derechos y ciudadanía porque no quiere seguir siendo gobernado como lo venía siendo.
La palabra de cambio, de esperanza, de una mejor vida para el pueblo colombiano, debe plantearse como una construcción colectiva; como ejercicio real del poder de las comunidades a lo largo y ancho del país; como una permanente movilización del pueblo en defensa de sus logros y en ampliación de sus sueños y expectativas.
Ese proyecto nacional de país democrático confronta contra el proyecto que venía siendo desarrollado militar y políticamente por el fascismo y el neoliberalismo armado colombianos, es decir, lo que el Pacto Histórico ha denominado "la política de la muerte". Esa confrontación requiere amplitud política, dejar de lado, por fin, el sectarismo y la tendencia a marginar a quienes no aparecen como políticamente correctos o suficientemente "institucionales".
Un proyecto político de largo aliento ha de convocar a todas las fuerzas susceptibles de aportar al desarrollo de un proyecto nacional que convierta al pueblo colombiano en protagonista de su propia historia, poniendo en el museo las momias de Uribes, Gavirias, Pastranas, y Santos.
Sólo la movilización, la organización de las fuerzas políticas de las y los nadies de siempre lograría poner en su lugar de marginalidad histórica a las fuerzas políticas representantes del fascismo y la "masacre con sentido social" que llevan muchos años ejerciendo su mal gobierno. La confluencia de fuerzas políticas denominada Pacto Histórico debe ampliarse a las fuerzas políticas democráticas y revolucionarias que han luchado por democracia, pan, paz, trabajo, salud, educación y justicia para el pueblo.
Un proyecto nacional de transformaciones democráticas ha de reconocer la multipolaridad política y situarse en el mundo con ese mismo enfoque para darle vida a la posibilidad histórica de superar la modernidad postergada tantas veces en nuestro país, de sentar las bases de una democracia real que se traduzca en paz para la nación colombiana, en orgullo, identidad y conciencia para situarnos en el mundo como nación y pueblo soberanos capaces de dirigir su destino.
El MRP está listo a aportar desde su capacidad política y militar a la construcción de una Colombia donde la paz sea expresión de democracia para el pueblo, una Colombia en la que se rompa el ciclo de ignominias, engaños y negación de derechos para los colombianos, una Colombia que pueda conjurar los nuevos ciclos de guerra que la falta de visión y de grandeza del bloque de poder contrainsurgente abrió en nuestra castigada tierra.