Con la indiferencia usual de las mayorías ciudadanas, se empiezan a calentar las campañas para las elecciones locales de octubre. Indiferencia justificable parcialmente, al fin y al cabo, la vida de buena parte de la población no guarda relación directa con el inicio de una campaña electoral. Hay que trabajar, tomar el bus, alimentar a los hijos, pagar la universidad, ir a cine, dormir, ver fútbol, tantas cosas que difícilmente hay espacio para prestar atención a la “precampaña”. La campaña antes de la campaña, una figura confusa del país de la norma que se obedece pero no se cumple, un enredo que crea unas fechas difusas para definir qué se puede hacer en qué momento. Los pocos que estamos siguiendo la política electoral sabemos quiénes son los candidatos y por qué bailan en la radio, pero no pueden hacer publicidad diciendo lo que están haciendo. Ni hablar de los mecanismos para hacer seguimiento a las donaciones y los gastos en estos días, enredados también.
El problema de la indiferencia es que conviene solamente a las maquinarias. Las maquinarias no dependen de la atención ciudadana. En esta época, operan con eficiencia alrededor de algunos eventos que aceitan un poco las relaciones entre líderes y votantes, y -las que tienen el poder- también tienen por estos días miles de contratistas que tienen que mostrar recomendación de un político y cumplir con sus cuotas de apoyo a determinado candidato para mantener el puesto. Para el público amplio, las maquinarias se prenden a todo vapor en la recta final de la campaña, cuando ya se empieza a ver la plata a raudales. Mucha de esa plata se mueve en efectivo en reuniones, que se graban algunas y otras no. Solamente con la observación consciente de grupos amplios de la población se puede derrotar a esas maquinarias. De poco vale quejarse, de la habilidad de los candidatos por fuera de la estructura tradicional dependerá lograr la atención mayoritaria. La elección presidencial demostró que hay un espacio amplio por conquistar en todo el país.
Se cocina en esta nueva campaña un fenómeno nuevo. Es obvio que las redes sociales abren espacio para que todas las personas encuentren y difundan su voz. Sin embargo, lo novedoso es que en Colombia vamos a empezar a explorar cómo esa construcción en las redes puede traducirse en influencia política y, concretamente, en votos. El mecanismo es interesante: hombres y mujeres que durante un tiempo han sobresalido en esas redes van a dar un salto a candidaturas basadas, principalmente, en su influencia en las redes. No es, por ejemplo, el mismo caso de Trump que tuvo en Twitter una herramienta clave de campaña: Trump llevaba décadas haciendo cosas por fuera de las redes y la política. En el caso colombiano, Petro y Uribe, los más influyentes en las redes, también tienen largas historias políticas por fuera de ese espacio. Ellos han construido una presencia en las redes como una actualización del medio que les da relevancia política pero no es un fin en si mismo.
Los influenciadores sí ocupan las redes como un fin en si mismo. Ha sido una forma de hacer negocios y vender productos creando una marca personal. Kim Kardashian, creo, es el mejor ejemplo. La tentación de algunos es trivializar la actividad del influenciador. Es un error, puede uno valorar más o menos la acción en las redes, pero lograr ser relevante ahí es difícil: la competencia es implacable. Una hipótesis: no hay espacio más democrático que ese de las redes, la barrera de entrada es muy baja (tener internet) y solamente crece quién ofrezca algo relevante para algún público. No es fácil. Habrá trucos, como comprar seguidores o insultar de alguna manera, pero esos son espumas que pasan rápido. Mantener y construir un espacio vigente en las redes sociales requiere de trabajo, dedicación, constancia y talento. Bien sea para vender carteras o para mover causas sociales.
Habrá trucos, como comprar seguidores o insultar de alguna manera,
pero esos son espumas que pasan rápido.
Mantener un espacio en redes sociales requiere trabajo, dedicación, talento
Ahí viene entonces el activismo. La democracia colombiana, sin duda, es vibrante. En medio de sus imperfecciones e injusticias, en Colombia hay elecciones constantemente, empieza a haber mayor diversidad de voces y, sin duda, el proceso de paz con las Farc sentó las bases para que condiciones que llevan ahí por décadas -la corrupción- sean motivo de debate. No hay ingenuidad, persiste la desigualdad política, es una actividad de altísimo riesgo para cientos de líderes sociales, pero, de nuevo, es una democracia viva que se sofistica. Están ahora, entonces, los activistas de las redes sociales. Son personas que han usado su presencia en las redes, principalmente en Twitter, para mover algún tema que genera indignación ciudadana y, desde ahí, han construido cada vez mayores audiencias. En algunos casos, han movido la actividad virtual a marchas y plantones en el mundo “real”. Entre otras, los plantones contra el Fiscal nacieron, en buena parte, de ese proceso. No fue que los senadores que hicieron un debate movieron a la gente desde su curul en el senado; ¡No!, fueron diversos influenciadores que coordinaron esa acción. Los políticos “tradicionales” vinieron después. El resultado tuvo altas, se puso en discusión el poder del fiscal en las redes y en las calles, y bajas, el performance necesario para crear viralidad llevó a hace un vídeo desastroso de activistas simulando tomar cianuro, un gesto indolente con las víctimas y sus familias.
El ciclo, sin embargo, empieza a acabarse. No tenemos suficiente tiempo para predecir qué pasa con la actividad en las redes pero, como todo en la vida, será de ciclos. Algunas de ellas desaparecen -BlackBerry Messenger, MSN, MySpace- y el comportamiento de los usuarios también cambia constantemente. La pregunta aquí es ¿y cómo evoluciona el papel de un influenciador activista de “causas” en las redes? Un camino posible, el que se cocina ahora, es: se lanza a la política electoral. A mi juicio, un paso muy interesante. Hay muchas formas de hacer política. Por ejemplo, en términos simples, en la campaña presidencial se enfrentaron varias formas: la Colombia Humana con grandes movilizaciones en eventos públicos, la Coalición Colombia con mayor esfuerzo en la entrega de periódicos de sus líderes, Vargas Lleras ocupando todos los poderes y moviendo a jefes políticos locales, el Centro Democrático con un gran esfuerzo por atender a los gremios, etc. Ahora veremos cómo es que se pasa de los retweets y los likes a los votos. ¿Será posible? ¿Será más eficiente que otras formas?
Pesan dudas, desde ya, sobre estos activistas que van para políticos. Cualquiera que se acerque a la política electoral carga con un fardo pesado en Colombia: la desconfianza del que dice “todos son ladrones, todos son iguales, prometen y no cumplen”. Y entonces, se abre la pregunta ciudadana: “¿así que todo esto que usted hizo era para sacar unos votos? ¡Me engañó!”. Las “víctimas” de la denuncia del activista: “si ven, no hay que pararle bolas, quería votos”. Los que antes eran dueños del espacio de la opinión y, en pocos casos, canalizadores de la indignación: “No hay suficiente rigor y sobra el protagonismo, no vale”. Tendrán algo de razón los dudosos, y habrá que prestar atención para no caer en engaños, pero considero tanta desconfianza injusta. El activismo en las redes es una forma moderna de romper el poder tradicional, logra traer a la mesa discusiones que muy difícilmente llegarían a los medios tradicionales y está sometido al juicio de millones de usuarios que decidirán sobre el valor de la causa en cuestión.
Pensaba en estas ideas observando el trabajo que ha liderado Catherine Juvinao con ¡Trabajen Vagos! Me pareció importante, arriesgado y muy bien explicado. Nunca en la historia de Colombia, y no exagero, se había capturado la atención sobre algo que parece elemental: ¿los políticos, esos que usualmente detestamos, sí van al trabajo? Habrá preguntas y debates válidos, naturalmente. Curiosamente, Juvinao ha estado lista a darlos todos, no así los vagos.
En todo caso, ya ganó el activismo de Twitter: hace unos días, a las 6 de la mañana me llegó por Whatsapp un mensaje del mecánico de mi bicicleta, mi amigo Gustavo Atis Bernal, hombre de Ipiales que atiende en la ciclovía en Bogotá. Casi siempre hablamos de ciclismo o de trabajo por whatsapp pero esta vez, Gustavo me enviaba un video: el de Juvinao explicando el trabajo de denuncia sobre la vagancia de los poderosos. Increíble. Jamás una maquinaria lograría que Gustavo se levantara a mandar videos políticos por whatsapp. Queda entonces la duda, ¿votaría Gustavo por Catherine Juvinao si ella decide lanzarse?
@afajardoa