Escribí en La Libertad, uno de los dos periódicos de Barranquilla, mi querida Mocanápolis, unas cortas y contadas crónicas de tipo económico hace tiempo, cuando la jefe de redacción era la periodista Carmen Peña. Creo que fue por 1984, cuando yo era estudiante de economía de la Universidad Simón Bolívar, institución vecina a la sede de este diario situado en el famoso barrio El Prado. Fueron mis primeros pininos en esto de redactar notas.
Otra aparición como tal, dicho sea de paso, se dio luego de estar entre los alumnos delegados por dicha universidad, la Unisimón, en el Primer Encuentro Nacional de Estudiantes de Economía, realizado en Tunja a finales de 1983 por la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC). Hubo conferencias que invitaban a la organización estudiantil, a analizar las tendencias laborales de la profesión y a la reflexión ideológica. Una de ellas la dictó Jesús Antonio “Chucho” Bejarano y otra Salomón Kalmanovitz. A raíz de estas experiencias surgió un inquieto grupo en la universidad llamado Cudec, que me invitó a escribir una crónica en su periódico Perfiles.
Lo anterior es para prologar una noticia aparecida en el diario mencionado, presentada el pasado 18 de febrero por Mayra Maestre, una acuciosa reportera. El tema: un puntual caso de acoso escolar.
Para nadie es un secreto que en escuelas y colegios de nuestro medio se presentan malos tratos, apodos y comentarios soeces de parte de algunos alumnos contra otros, casi siempre de grandulones a menores de estatura, de picapleitos a tranquilos, de fortachones a débiles, de los de un color de piel a los de otro, de los de un sitio natal a los de otro lugar, de los de un curso superior a los de otro menor, de los de un estrato social a los de otra clase. Esto puede ser dentro de un curso, en patios o canchas de recreo o incluso fuera de la edificación educativa.
Ahora sí entremos a la cuestión de la noticia. Veamos.
Resulta que, en predios del Liceo de Cervantes ―un colegio situado en una zona de clase alta, frente a un centro comercial en que antes estuvo el Colegio Alemán―, varios estudiantes, de quienes no se sabe mayor cosa, golpearon a un niño de siete años el 9 de febrero de este año.
Un primer campanazo de alerta es que no hubo una acción interna inmediata de alumnos o personal del colegio, y solo al momento de la madre ir a buscar a su hijo fue que el hecho trascendió debido a la reacción de la señora, quien hizo la denuncia al colegio. Cuando se trató de ver posibles videos, resultó que las cámaras de seguridad del colegio estaban dañadas y, por tanto, no hubo registros al respecto.
Otro campanazo es que al parecer directivos no quisieron darle importancia a lo sucedido. La dama, con toda razón, se quejó ante la Secretaría de Educación respectiva.
El tercer campanazo es que una funcionaria, de tal secretaría, trató en principio de tampoco darle importancia a lo sucedido, dictaminando que no se trató de bulling.
Bullying es un anglicismo. Es lo mismo que acoso escolar, caracterizado por maltrato físico menor, verbal o psicológico de varios o un alumno, a otro o varios, que pueden ser de su mismo curso o de otro salón de la institución educativa, de modo general a lo largo del tiempo, o sea reiterativo en lugares en que no hay control, incluso fuera de la institución. Puede darse también por redes sociales, con el nombre específico de ciberacoso escolar.
Perfecto. No hubo bulling, pero sí un ataque físico. Una agresión física fuerte es cosa seria y seamos sinceros, se trata de un delito, así algunos quieran minimizar esto.
Dice la señora que “...recibí reproches tanto de la Secretaría como del colegio porque, según ellos, yo no debí haber publicado la historia... Tomo esto como querer tapar, como querer que las cosas no trasciendan. Eso es triste”.
Traigo esto a cuento porque el acoso escolar puede dejar secuelas psicológicas desequilibrantes en niños o jóvenes acosados. La impresión que tengo es que al tema no se le ha dado la debida importancia. Opino que el Estado a través de grupos de psicólogos y trabajadores sociales puede intervenir de manera preventiva, aprovechando para verificar calidades pedagógicas del colegio.
La verdad es que la mayoría de los padres manda o deja a sus menores en una determinada institución educativa, pública o privada, y de ahí no tienen ni idea de los sucesos internos en su área interna y alrededores. Creo que ya es hora que todos los colegios tengan cámaras de video con vigilantes permanentes, a la manera digamos de un VAR escolar. Cuando se vea que pasa algo por estilo, se presenta el video y entonces con evidencia verificable, directivos y padres de familia pueden hacer los correctivos a los alumnos que persistan en esta mala práctica. Si este factor disuasivo no corrige a los alumnos matoncitos maltratones, entonces habrá que tomar medidas drásticas.
Será bueno que el Gobierno ―en todos sus niveles de responsabilidad educativa, bienestar familiar y participación ciudadana―, directivas escolares, personal administrativo, asociaciones de padres de familia, profesores, veedores públicos, ONG, etcétera, se interesen más en el asunto y apoyen con firmeza y vehemencia medidas asertivas y preventivas para menguar de forma drástica este fenómeno hoy todavía bastante arraigado en algunos niños y jóvenes maltratadores. En esto tiene que ver con formas arbitrarias de culturización en las mismas familias, pero esto es otro cuento.
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